El cuarto volumen de Fábrica de cuentos está dedicado a las ciudades. Cada uno de nuestros autores ha retratado o situado su historia en una ciudad diferente.
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Al igual que en el volumen anterior, ofrecemos uno
de los cuentos que integran este volumen, esperando que les guste lo
suficiente para sentir curiosidad por los demás cuentos que integran esta
colección de cuentos ciudadanos.
De todas las ciudades que he conocido, ninguna es más fea que Londres, aunque tuve mis dudas cuando visité Glasgow. París, aunque suene a tópico, es mucho más bonita, con sus museos y su Torre metálica hecha a base de triángulos por Gustavo Eiffel, que le dio su nombre. Yokohama me pareció enorme e incomprensible, y Pekín caótica. Río me gustó, sí, con su Montaña del Pan de Azúcar y su Corcovado; Atenas es un galimatías que contiene la mitad de los griegos, que nos engañan hasta en la etnia, pues son descendientes de los turcos que oprimieron al país hasta que se independizaron de Turquía, pero nunca se fueron... Aunque podría seguir enumerando mis experiencias de otras ciudades, de todas las que he conocido, ninguna me impactó tanto como Lorca, la ciudad de la luz, habitada ya en la época de los romanos, si no antes.
Llegué a Lorca en tren procedente de Alicante, de donde venía a realizar el servicio militar. El cuartel sigue estando allí, se llama Sancho Dávila, pero el regimiento, el Mallorca 13, ya no está allí. Y un cuartel del ejército sin regimiento dentro es como la cáscara de un huevo sin lo de dentro: algo vacío, hueco, roto, sin ninguna importancia, un cuerpo sin alma, un cadáver.
Mucha gente habla mal del ejército, pero eso es porque no lo conocen y porque tienen la suerte de no haberlo necesitado nunca. Si fuéramos invadidos por una fuerza exterior seguro que revisaría su opinión.
Yo conocí Lorca en el siglo 20, justo cuando comenzaba su último cuarto, y le descubrí su encanto entonces, que sigue teniendo ahora, aunque ya no tenga regimiento que le dé ese aire tan marcial, con los soldados de paseo entre las seis y las nueve de la noche, sin El Hogar del Soldado, una tienda donde nos vendían a precios populares botas y otras partes del uniforme que se nos podían haber roto o perdido. También vendían otras cosas, como recuerdos de la ciudad, que los que estábamos saldando nuestra deuda con la patria llevaríamos a nuestras familias de recuerdo. Ahora, en el siglo 21, Lorca sigue reteniendo ese encanto de ciudad antigua y hermosa, aunque se le noten las arrugas en la cara y un poco de esclerosis en sus vías de comunicación. Eso es lo que se encuentra el visitante cuando llega de Murcia o de Andalucía.
Cuarenta años después de los dos que pasé allí he vuelto y he encontrado las mismas calles con otras gentes, pues los niños de entonces son los abuelos de ahora, y muchos edificios ya no están. Muchas personas que conocí, como don Joaquín Bernal, el párroco de San Mateo, ya no están tampoco. Ni muchos de los edificios que cayeron durante el terremoto de 2009, que deberían haberse reconstruido ya, pero que todavía no han vuelto a estar, pues dicen que el dinero que otro gobierno prometió aún no ha llegado... Se trata de una fracción del que sí se envió por vía de urgencia (sin duda porque había que salir en la foto de la solidaridad internacional) a Haití cuando tuvieron aquel seísmo que causó tantas muertes y destrucción. Sí, está bien enviar dinero a aquel país caribeño tan maltratado por su metrópolis, Francia, y luego por sus políticos locales, la miseria, y la pobreza causada por su torpe o interesada política económica; pero es de lógica y de justicia que el mismo dinero que se envió entonces fuese una fracción del que se invirtiese en esta vetusta ciudad de tan recio abolengo en la Región de Murcia, y aún de toda España, y no al revés. La ayuda y reconstrucción de Lorca tenía que haberse concretado en cuestión de días, y no de años. Menos plan E y más ayuda para Lorca.
Cuando ocurrió el cataclismo recuerdo que salían de la ciudad oleadas de personas andando a través del campo en una visión dantesca que no salió por la televisión. La autopista 7, de Levante a Andalucía, se colapsó en ambos sentidos en cuestión de minutos, y los que las conocían utilizaron carreteras comarcales y caminos sin señalizar para llegar a las ciudades vecinas de Totana, Puerto Lumbreras y Águilas. Por suerte el peligro pasó pronto y los vecinos pudieron volver a sus viviendas..., algunos. Porque las autoridades impidieron volver a sus casas a los inquilinos de las que amenazaban ruina, y en principio muchos no pudieron volver hasta que los arquitectos emitieron el certificado de que no se les iba a caer la vivienda. Pero yo he seguido visitando Lorca y no la veo llena de grúas, aunque sí que veo muchos edificios deteriorados y el hueco que han dejado otros que ya no están, porque se han desplomado, o durante el terremoto, o más tarde. ¿Dónde está ese dinero? ¿En Grecia? ¿Sigue siendo más importante quedar bien ante extraños que darle a los propios lo que necesitan y a lo que tienen derecho por ley?
Y los políticos siguen en lo de Y tú más mientras Lorca parece una ciudad escapada de Cuba, donde esa es la norma: casas en estado de ruina y abandono y ni una sola grúa, siquiera para disimular, en ninguna parte. Sí, hay políticos que dicen que se preocupan del pueblo, pero eso es mentira.
Y sin embargo Lorca es una de las ciudades más antiguas de España. Ylorci la llamaban los romanos, la ciudad del Sol, pues es muy luminosa. Allí había un bar, junto al Convento de San Francisco, que se llamaba Toky Alay. Allí conocí a una mujer que iluminó mi vida y me decidió a quedarme en la región desde entonces. El bar ya no está, pero siguen estando la calle de San Francisco, el Rincón de los Valientes, donde tantas veces comimos, y sobre todo aquellos recuerdos tan gratos de cuando éramos jóvenes.
La Corredera y la Librería Montiel, dos iconos de Lorca, junto con el Cine Cristal, que también se ha ido... Curioso nombre, La Corredera. Se trata de una calle peatonal donde los corredores, o sea agentes de ventas, hacían negocios en nombre de sus representados desde tiempos inmemoriales aquellos tiempos en que el contrato que más obligaba era el de un apretón de manos, cosa desconocida hoy en día.
El castillo preside la ciudad desde el cerro en el que se asienta desde hace miles de años, pues su edad se remonta a la Edad del Bronce. La última vez que lo visité fue en una excursión que hice con un grupo de senderistas. Éramos más de doscientos, y recuerdo la cara de estupor de los vecinos que viven en las zonas aledañas al castillo, al vernos venir en tan gran número. Una de aquellas senderistas, Zahra, me contaba cosas de su país, Irán. No le gustaba sacarse fotos, porque no sabía quién podría acabar viéndola, y si era alguno de los intransigentes de su pueblo ella podría tener problemas. Pero bastante tiempo después me la volví a encontrar y se reía de aquello, pues no había vuelto a su país ni pensaba hacerlo porque había conseguido quedarse en Lorca, donde se desconoce la intransigencia y el desprecio por la condición femenina de su país de origen, en que se esconde a la mujer por motivos varios, unos dicen que por religión, y otros que por tradición, pero siempre por machismo. Es una pena que aquel país fuese un día el más progresista de su entorno. Pero Zahra ahora vive en Lorca, a donde vino al principio a ver su amigo Rubén, con el que se acabó casando y ahora es ella una de las que vive en una de las zonas aledañas al Castillo del Cerro. Desde entonces ya han pasado varios años y ella ya es española y madre de Carmen y Cecilia, dos lorquinas que nunca tendrán que esconder su rostro o taparse la cabeza para que la inmadurez o la incontinencia de sus vecinos varones no les cause problemas.
La versión más antigua del castillo que se ha encontrado es del siglo 9, y se debe precisamente a los musulmanes, aunque se cree que allí ha habido fortificaciones desde hace mucho más tiempo, en la cultura de los antiguos argáricos, que se aposentaron en el cerro donde ahora está el castillo.
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