La ciencia ficción es
un género que ha ganado adeptos desde siempre, y su origen es mucho más
antiguo de lo que los tratados suelen decir, pues yo lo cifro (a no ser
que aparezca alguna tableta asiria con algo de ficción científica) en
el mismo Mito de la Caverna
de Platón, que nos adelanta la idea del cine 25 siglos antes de que
este apareciera sobre la faz de la Tierra. También se debe a los
griegos el mito de Ícaro, que nos describe que dos hombres consiguieron
volar como los pájaros mediante un ingenio mecánico. No olvidemos las
aportaciones, más modernas de Julio Verne, al que muchos consideran el
iniciador de este género, o a H. G. Wells, cuya Máquina
del tiempo, El hombre invisible y
La guerra
de los mundos conocemos tan bien, aunque la primera
de esas obras no fuera tan innovadora como creemos, ya que fue
precedida por El
anacronópete, del español Enrique
Gaspar.
La ciencia ficción nos propone a menudo una crítica del mundo o la
sociedad actual imaginando que las condiciones actuales se proyectan,
exageradas, en un futuro. Eso nos presentaron George Orwel (1984,
cuyo personaje virtual, El gran
hermano tanta influencia tendría entre nosotros casi un siglo
después) o Aldous Huxley con su Un mundo feliz, en el que
las personas están programadas desde que nacen hasta que mueren (¿nos
suena?)
En nuestra antología no somos tan ambiciosos, pero hemos recogido
una serie de cuentos de este género con la idea de hacérselo pasar bien
al lector. En total son 9 cuentos más largos de lo habitual, que ocupan
doscientas páginas impresas.
Pronto
finalizaremos nuestra antología del cuento en diez volúmenes. Esperamos
haber acertado y que les guste a los lectores, y los autores hayan
perdido el miedo a publicar y compartir sus pensamientos con todos
nosotros, pues la mayoría no había publicado antes.
Como de
muestra basta un botón, os pongo mi cuento íntegramente. Espero que lo
disfrutéis y sirva para que queráis
leer los otros ocho de que consta
este libro.
La conversión
por Jesús Ángel
ZJ era un marciano pequeñito y vivaracho, verde de
pies a cabeza, que vestido de su escafandra de los domingos salió de su
platillo volante en la Plaza del Ayuntamiento de aquel pueblo,
Villarriba de Abajo, dispuesto a conquistar el mundo.
Había previsto que los terráqueos le atacarían, y a
ese efecto tenía un idiotizador a mano, un artefacto en forma de lápiz
de labios que, al pulsarlo por los lados, arrojaba por la punta un rayo
luminoso que tenía un efecto ralentizador sobre las neuronas y células
grises en general que encontrase a su paso, aunque estuviesen tras una
pared de acero.
Pero cuando salió de su platillo volante vio que la
recepción era de los más decepcionante: allí había un borracho
durmiendo en un banco, y un señor de cierta edad de pie, observándolo.
―¿Dónde está la cámara?, ―preguntó el señor.
―¿Cámara? No, no llevo cámara, ―respondió el de
verde, pues recordaba los programas de objetivo indiscreto que habían
llegado dese el planeta azul.
―¿Entonces a qué viene esto?
―Yo vengo en son de paz.
―Ah bien, ―se limitó a decir el hombre.
―Pero, buen hombre, ¿no le da a usted miedo de que yo
utilice mi tecnología superior para conquistar su mundo?
―Eso no es lo que ha dicho antes.
―Hombre, si se rinden ustedes, habrá paz.
―Vale.
―¿Vale?
―Bueno, dentro de unos días el banco ejecutará la
hipoteca y me echará de mi casa así que por mi parte el mundo es suyo:
ya nada es mío.
Estos terrícolas son terribles, se dijo el marciano. No les importa nada.
―Llévame ante el que manda.
―¿El alcalde? Ese está durmiendo. Hasta las once de
la mañana no recibe.
―Es importante. Llévame a su casa.
―Vive ahí enfrente. Pero no es buena idea despertarle
ahora. Tiene muy mala leche. Yo le llevo al portal, pero yo no le he
dicho nada, ¿eh?
―Dime en qué piso vive, y luego hazte a un lado.
―Es el 3º F.
Pero el hombre no tuvo tiempo de retirarse mucho. El
marciano sacó de su bolsillo un extraño instrumento de forma
triangular, y apuntando al 3º F hizo que salieran del utensilio unos
extraños rayos verdes que cubrieron la fachada del apartamento,
haciéndola desaparecer.
―¿Eh! ¿Qué coño pasa?, ―se oyó una voz airada.
ZJ se elevó, sin que nada aparente le sustentara,
hasta donde había estado la ventana de la fachada de la casa del
Alcalde, que se había incorporado en la cama donde estaba con su mujer,
y le dijo con voz suave pero decidida:
―Alcalde, tomo posesión de este planeta en nombre de
la Emperatriz Shriika II de Marte Unido.
―¿Qué? ¿Dónde está mi pared?
―No entiendes...
―Sí: que estás loco. ¿Dónde está la pared?
―Entro.
El marciano entró en la casa, manejó el artilugio de
nuevo y volvió a aparecer la pared.
―Repito: tomo posesión de este mundo.
―Vale.
―¿Te da igual?
―Hombre, no te voy a pegar por eso. Si me dejas un
buen retiro, el pueblo es tuyo.
―¿Retiro?
―Sí, jubilación. ¿De qué planeta sales tú?
―De Marte.
―Ah, sí, lo has dicho antes. Así que eres marciano...
Bueno, pues ya tienes tu planeta. Ahora déjame dormir.
Y súbitamente el marciano se vio acompañado hasta la
puerta de salida del apartamento del Señor Alcalde del pueblo de
Villarriba de Abajo.
―No le han hecho mucho caso, ¿eh?, ―una voz
aguardentosa dijo detrás de él.
ZJ se volvió y vio al borracho que antes estaba
dormido sobre el banco de la plaza.
Pero no contestó.
―Venga, hombre, diga usted algo.
―Yo no soy un hombre.
―¿No? ¿Y qué es usted? ¿Un caballo?
―No, un marciano. Vengo de Marte.
―¿Y qué se le ha perdido a un marciano en este pueblo?
―En todos los pueblos de este mundo. Son míos.
―Avaricioso. Me gusta.
―¿Te gusta la avaricia?
―Sí. Es un pecado muy guay. Al hombre le impulsa a
tener las cosas que no necesita, y luego no puede usarlas porque le
faltaría tiempo para usarlas todas, y espacio y tiempo para
organizarlas de forma que encuentre lo que necesite en cada momento.
―Interesante. Pero usted no tiene nada.
―No. Yo lo doy todo, pero no me quedo con nada. Ni
siquiera una cama donde poder dormir. Con este banco me basta.
―¿Y qué me puede usted dar a mí?
―Todo. Si quiere usted el mundo, suyo es.
―Pero usted no puede darme el mundo. No es suyo.
―¿Ah no? Pues mire usted: yo nada ambiciono, y por lo
tanto todo es mío, porque todo me sobra. Por eso puedo decirle que todo
el mundo y las riquezas que contiene son suyas si usted me da su alma.
Porque, ¿sabe usted? No sólo todo es mío, sino que toda la gente que
vive en el mundo también es mía.
―Mi alma..., mi alma..., ―dijo ZJ intentando recordar
algo. ―¿Qué es el alma?
―Buena pregunta. Los hombres se lo han preguntado
durante miles de años, porque les falta perspicacia para verla.
―¿Verla? ¿Usted la ve?
―Claro.
―¿Dónde está?
―El alma es una cebolla, don...
―ZJ.
―Don Ceta Jota. ¿Sabe usted lo que es una cebolla, o
no tienen de eso en Marte?
―Tenemos cebollas, aunque no son como las suyas. Las
nuestras son mejores y saben mejor.
―Entiendo... ¿Todo lo de Marte es mejor?
―Claro. Marte es mi planeta, el mejor sitio del
Universo.
―Y si Marte es tan estupendo, ¿qué hace usted
conquistando este mundo de segunda clase?
―Órdenes de mis superiores.
―Ah, eso.
―Sí.
―Bueno, pues usted tiene cuatro capas, don Ceta Jota:
la primera es su parte animal, la que come, defeca, tiene pulsiones
sexuales o reproductivas, y poco más. ¿Tienen ustedes vida sexual en
Marte?
―Sí, la tenemos. Es lo peor de haberme embarcado en
este viaje de cinco años.
―Bien, prosigamos: luego tiene usted otra capa por
encima de ella, la capa del sentimiento. Es lo que le hace a usted
querer lo que no lleva dentro. La base de ese sentimiento es la pulsión
sexual. Pero también le hace querer tener las cosas que usted cree que
son buenas y no tiene: más comida, tranquilidad, mujeres (o marcianas)
hermosas. Esa es la segunda capa, la del querer tener.
―Ah. ¿Hay más?
―Sí. La tercera es la capa de la inteligencia. Le hace
comprender lo que ve y le lleva a pensar en cosas que no hay, mundos de
fantasía que construye a partir de las cosas que sí ve. Es el mundo en
que viven los escritores.
―¿Escritores? ¿Qué son los escritores?
―Los que escriben. Dicen mucho, pero no hablan nada.
―¡Ah, sí! Teníamos de eso en Marte hasta que
inventaron la telepatía. Pero falta una capa de mi cebolla.
―Es la más tenue, pero la más importante. Es su alma.
No se la ve, porque es invisible. Pero cuando se mancha con alguna de
las otras capas, se pueden ver sus límites. La suya es azul.
―¿Azul?
―Sí. Su ansia de posesión, sus ganas de tomar
posesión de este planeta azul la ha vuelto de ese color.
―¿Es bonita? ¿Por qué no puedo verla yo?
―Porque los espejos reflejan sólo las cosas
materiales, las de la primera capa de la cebolla.
―Entonces mi alma es lo más superficial...
―Sí. Se desgasta enseguida.
―¿Y por qué la ve usted?
―Porque se genera continuamente a partir de las capas
inferiores.
―¿Y qué la crea?
―Su necesidad básica animal de supervivencia. Sus
ideas, el ejercicio de su mente, su pensamiento. Todo, todo construye
su alma de usted.
―Lástima no ser sólo alma.
―Se puede conseguir.
―¿Cómo?
―Si usted se muere, desaparece todo menos su alma.
―Pero usted ha dicho que se desgasta.
―Sí. La desgasta lo mismo que la genera: las ansias,
la frustración, el dolor. Pero nunca desaparece. Cuando usted se muera,
su alma quedará.
―¿Y qué hará?
―Puede que un demonio se la lleve. Puede que se
incorpore a un ser nuevo.
―Todo esto es muy raro.
―Sí.
―¿Y no pueden fundirse todas las capas en una?
―Claro. Yo lo he hecho.
―¿Cómo?―dijo ZJ lleno de duda. ―Creo que usted está
loco. Se lo está inventando todo.
―Puede, ―dijo el desarrapado. ―Me voy a dormir otra
vez. Cuando se vaya, no olvide cerrar la puerta.
No olvide cerrar la puerta..., se dijo el marciano ZJ.
Este hombre está loco. Le observó mientras el otro se daba la vuelta y
le daba la espalda.
―No estoy loco, hombre o lo que seas de Marte, ―dijo
el borracho tirándose un pedo.
El marciano juzgó imperdonable la descortesía, y sacó
un arma triangular y le disparó.
Pero el borrachín no murió, ni desapareció, como la
pared del Señor Alcalde, sino que se tiró otro pedo.
―Cógelo con los dientes, Seta Rota, ―le dijo con
mucho recochineo.
―No te ha hecho nada mi bláster...
―No. Ya te dije que he fundido mis cuatro capas en
una. No quiero lo que no necesito. No necesito nada, marrano, digo
marciano: ni siquiera que me comprendas. Te he explicado algo que sé y
si no te sirve, que te jodan. Buena suerte con tu conquista del mundo.
En ese momento ZJ comprendió: supo que obedecer a sus
superiores estaba mal porque eran un atajo de necios. Y que no
necesitaban este mundo para nada. Ni a él. Ni él a ellos. Ni necesitaba
a ninguna marciana. Si EY quería estar con él, que viniese a verle.
―Por favor, dime: ¿cómo se hace, buen hombre?
―Casiel. Me llamo Casiel. ¿Cómo se hace qué?
―Juntar todas mis capas de cebolla.
―¿Y por qué habría de decírtelo? Me has querido
matar. Lo habrías hecho si hubieras podido. Y luego te habrías ido a tu
planeta y nadie se habría enterado.
―Sí se habrían enterado. Se lo habría dicho yo.
―¿A quién?
―A mis superiores. Tengo que informarles de todo.
―Y matar a quien está tranquilo en su casa les parece
feo.
―Sí. ¿Me vas a enseñar?
―¿A qué?
―A juntar mis capas.
―Ah, quieres que no te maten tus enemigos.
―Sí.
―Pues eso es muy fácil: no tengas enemigos. Yo no
tengo ninguno en este mundo, que es el mío.
―Bueno, no me cambies de conversación. Yo quiero ser
como tú.
―Invulnerable.
―Sí.
―Eso es algo que tienes que hacer tú solo.
―¿Cómo?
―Niégate a todas esas necesidades que te acucian,
como conquistar el mundo, ver a tu marciana, la fama, el poder...
Quédate solo a ti mismo y a tus actos.
―¿Y qué me moverá a hacer esos actos?
―Decídelo tú. Pero que nada te esclavice.
―Nada es mucho.
―Sí. Ahí nada es todo. Si hay algo que te esclaviza,
tu alma estará ahí y ya no será para ti. Tu alma. Tú ya no serás tú,
sino lo que ansías, tu voluntad estará capturada por lo que deseas. Y
tu alma no podrá absorber a tu inteligencia, tu voluntad y tu cuerpo
con sus instintos básicos de supervivencia.
―Pero si no como, moriré.
―Puede. ¿Eso te preocupa?
ZJ fue consciente de pronto de la profunda sabiduría
de aquel hombre.
―¿Cuántos años tienes tú, que sabes tanto? ¿Quién
eres?
―Muchos. Yo soy Casiel, el pobre necesitado de esta
plaza que algunos llaman Parque de la Libertad. El amo del mundo porque
desprecio lo que este me ofrece. Por eso no soy su esclavo, sino su amo.
―Por eso quiero ser como tú.
―Despréndete de todo lo que tienes. Renuncia a ello,
y quédate en ese banco de ahí enfrente. Cuando nos echen los guardias
nos buscamos otros.
ZJ se desprendió de todos los abalorios y accesorios
que tenía y los tiró al suelo. Luego los recogió y los llevó a su
platillo volante. Se sentó ante el vagabundo en la posición del loto, y
meditó largamente. Luego miró a aquel pobre indigente que era tan rico
por dentro, lo contempló muy serio. Al cabo de varios minutos su cara
se iluminó y sonrió. Por fin lo había comprendido todo.
Su traje espacial cayó al suelo, vacío. En ese
momento el platillo volante regresó a Marte en modo Piloto Automático.
Desde el banco de enfrente al del vagabundo, ZJ, que
ya no era verde, sino blanco como el papel tirando a transparente,
contempló la espalda de Casiel. Este se dio la vuelta de nuevo y sin
levantarse le sonrió y le dijo:
―Hola, Zejiel. Bienvenido a mis posesiones, el Reino
de Este Mundo. Ya no tienes que conquistar el mundo, porque ya es
tuyo. Pero no te hace falta, porque has conquistado algo que vale mucho
más.
―¿Ah, sí? ¿De qué se trata?
―De ti mismo.
―¿Estoy muerto?
―Mejor: eres inmortal.
―¿Y qué hacemos?
―Guiar a todo el que se acerque a nosotros.
―Nosotros..., ¿somos muchos?
―Legión.
―¿Eso qué es?
―Muchos. Incontables.
―¿Qué somos, Casiel?
―Demonios.
―Pero..., ¡los demonios están en el infierno!
―¿Y qué te crees que es este planeta de mierda?
―No se está tan mal.
―¿Ah, no? Espera a ver todas las tonterías que estos
que se creen los reyes de la creación hacen constantemente...
A ochenta millones de kilómetros de allí, un equipo
de psicólogos e ingenieros convinieron, tras estudiar las grabaciones
de las últimas horas de su explorador, ZJ, que El Azul, como llamaban a
La Tierra, era un planeta insalubre y vedado para la conquista, pues su
enviado se había vuelto loco al salir de su platillo, poniéndose a
hablar solo y luego se había suicidado quitándose el traje espacial. La
atmósfera era, al parecer, letal para su organismo, pues se había
volatilizado a su contacto. Sus ojos se dirigieron, pues, más allá,
hacia Venus, que navegaba alrededor del Sol, cubierto de nubes y ajeno
a lo que se le venía encima.
Esta es la octava vez que
nos juntamos diversos autores para
construir entre todos una antología temática de cuentos, nuestra Magna
Antología Fábrica cuentos, cuyos volúmenes restantes son estos: