Una de las ventajas de que
no te lea ni Dios es que puedes escribir absolutamente de lo que te dé
la gana y decir lo que de verdad piensas.
Por eso os voy a hablar hoy de la muerte. Todos los que conozco, sin excepción, tuercen el gesto cuando les saco el temita, porque se creen que por no hablar de ello no se van a morir nunca...
La muerte es lo más natural del mundo: todos los seres vivos se mueren
al final. Algunos mueren por causas no naturales: accidentes,
asesinatos, negligencias, fallos humanos de diversa índole, o incluso
catástrofes naturales o causadas por el hombre. También están los que
dan la vida por alguien o por algo. Son casi los únicos que no se
mueren a regañadientes. Pero todos nos moriremos algún día, queramos o
no, apuremos o no nuestra fecha de caducidad, se adelante o no.
Porque todos los seres humanos llegamos a un momento en que nuestro
cuerpo y nuestra mente se quedan obsoletos. Y no me refiero a que haya
nuevos adelantos científicos o técnicos, pues si se trata de aprender a
manejar una máquina, hasta el más tonto es capaz de darle a un botón y
que se ponga en marcha. Ahora estamos en la época en que tenemos
teléfonos, ordenadores e incluso casas inteligentes. Porque cada vez
somos más tontos. Lejos estamos ya de aquellos tiempos en que te podías
caer por el hueco del ascensor, o que su puerta la tuvieras que cerrar
a mano. O que para arrancar el coche tuvieras que darle vueltas a una
manivela que te podía romper un brazo. O que tuvieras que seguir una
secuencia de instrucciones que ocupaba tres folios para que tu
ordenador arrancase.
Y, sin embargo, los más viejos de entre nosotros recordamos en primera
persona del Dos Caballos al BMW Serie Uno, del XZ81 al MacBook Pro
Retina. De la manivela al coche que arranca solo en cada semáforo; del
código máquina1 al Yosemite2 o al Android3.
Pero hay otras cosas que se nos quieren vender como nuevas y ya eran
viejas en la época de Matusalén. Por ejemplo, lo de Sodoma y Gomorra,
que nos presentaba hace un par de años como lo más avanzado en la
España social de Zapatero que es, sin embargo, un convencional padre de
familia.
Sin embargo la obsolescencia programada de nuestro ser más interno no depende de modas ni de nada externo, como los avances sociales o retroceso, o el desarrollo de la tecnología.
Es cierto que esta nos da prórrogas imprevistas, gracias a los fármacos
y máquinas que nos ayudan a dormir o impiden que nuestra sangre se
coagule dentro de nuestras venas y nuestras células mueran por falta de
oxígeno y alimento.
A pesar de todo, de estar enganchados a la vida por mil y un
avances técnicos y sociales, acaba agotándose nuestro tiempo y hemos de
irnos. Es ley de vida. Porque otros vendrán a substituirnos, casi
siempre con ventaja...
¿Tuvo que venir Chopin para que se fuera Beethoven, o este para que
desapareciera Bach? Seguramente no, pero en lo de Federico está Juan
Sebastián. Porque recibimos una herencia y la mejoramos..., o si la
estropeamos, se ignora lo que hemos hecho con ella, y en cambio se
aprecia lo que hace otro que se la encuentra, pero que la aprovecha
mejor.
Por todo esto no debemos preocuparnos por lo que pasará cuando ya no
estemos. Ni por ese momento en que empezaremos a no ser. El miedo a
irnos es lo que hace que no vivamos de modo pleno el que todavía
tenemos. Cada momento de nuestra vida ha de ser una fiesta para
nosotros. Aunque debamos prepararnos, y estar listos en cada uno de
nuestros momentos, porque puede que sea el último.
Hace poco me enteré de que existen los megavolcanes.
El último ocurrió hace setenta y tres mil años, siglo más o menos, en
Asia. Escaparon con vida, se estima, cinco mil seres humanos del
invierno nuclear que causó en todo el planeta. Había entonces, se
estima, una población mundial similar a la actual, lo cual hace pensar
en la existencia de un gran desarrollo tecnológico e intelectual, y
probablemente moral. Nuestra historia data de apenas cinco mil años. La
Tierra está datada en tres mil millones de años, la mitad que el Sol.
¿Nosotros, seres humanos, somos los primeros en llegar? ¿Nosotros,
eurorromanos, somos los más listos del planeta en toda su historia? Los
restos humanos más antiguos son de hace un millón de años. ¿Antes no
había, o simplemente se han perdido sus restos?
Me da la impresión de que no, no somos los más listos de los seres
pensantes que en el mundo existieron. Ha habido oportunidades de que
cada cierto tiempo haya habido una colisión celeste con nuestro planea,
y todo ser vivo haya muerto a la vez. Y vuelta a empezar. O catástrofes
más prudentes, como el megavolcán Toba, que se llevó la civilización de
hace setecientos treinta siglos, o el que ocurre cada seiscientos mil
años en Norteamérica y que ya está al caer, milenio arriba o abajo, del
que seguramente se salvarán algunos miles de nosotros en algún lugar
privilegiado del mundo, o en distintos sitios aislados esparcidos por
todo el planeta. O tres, como en mi Viaje final, cuando un asteroide pequeño de hielo, de tantos como hay dando vueltas por ahí, cae en el Pacífico.
Sí, desaparecerá la humanidad total o parcialmente. ¿Y qué?
Recuerdo que hace unos veinte años hubo una gran alarma social con la inminente caída sobre nuestro planeta del cometa Swift-Tuttle. Recuerdo que mis alumnos me lo comentaron en clase, alarmados, y la cara de estupor que pusieron cuando les dije ¡qué bien!: toda mi vida pensé que yo me iba a morir solo. Es un privilegio morir junto con toda la humanidad.
Sin duda pensaron que bromeaba. No era así. Ellos, al revés que yo,
pensaban que no se iban a morir nunca. Por desgracia, alguno de ellos
me ha preedido en ese vaje...
Nosotros somos tan arrogantes que nos hemos inventado cientos de
religiones, a cuál más absurda, y también la inmortalidad, lo cual es
mucho más irreal. A mí también me gusta esa idea, como podréis
comprobar si leéis mi trilogía Transgresión, sobre todo el primer volumen, La cronista, pero he de reconocer que no deja de ser fantasía, científica o no. Un suspiro a una idea atractiva.
Porque más atractiva es la realidad, con la que coqueteo yo en mi novela Un proyecto singular (también en e-book),
en la que el protagonista muere cuatro veces. Hay que saber afrontar la
muerte. Hay que estar convencido de que llegará, y de que, al mismo
tiempo, la muerte no existe: ¿existe la sombra, o la falta de luz?
¿Existe el hambre, o la falta de alimento? ¿La ignorancia, o las cosas
que no conocemos? Pues la muerte tiene la misma existencia negativa o
por omisión: es la falta de vida.
¿Y nos podemos permitir el lujo de estar toda la vida con miedo a una
ilusión? Las ilusiones se viven, no se temen. Si la muerte no existe,
aprovechemos lo que sí existe, la vida, cada momento que podamos
aprovechar para conocer algo o a alguien o disfrutar de cada momento en
que seamos conscientes de que estamos aquí y ahora. De que nos palpamos
con los dedos del intelecto eso que llaman goce interior de sentir que estamos vivos. Porque todo lo demás no es ni siquiera literatura.
La muerte ha muerto, ¡viva la vida!
Paseo de Alfonso X el Sabio, Murcia,
a 6 de enero de 2013, 13:50.
NOTAS.-
- El código máquina es el
idioma que entienden de verdad los ordenadores, y consta de ceros y
unos en cadenas kilométricas que no tienen sentido para los humanos.
- Es el último sistema operativo de MacIntosh.
- Sistema operativo de la competencia. Windows es irrelevante.
Si no estás de acuerdo,
estudiaré encantado las críticas que tengas a bien enviarme a mi dirección.