La primera trilogía que compuse emanó de esta novela, que comencé a escribir en el año 2009 y acabé en 2011. Recuerdo que estaba solo en mi casa de la playa, escuchando el rumor lejano de las olas del mar cuando se me ocurrió la idea de escribir algo de ciencia ficción. Algo que me elevara la paz interior que sentía dentro, y que procurase elevársela también a mis posibles lectores. La ciencia ficción es muy amplia, ciertamente, y por eso yo quería partir desde lo que conocía de ese género, sin limitarme a lo que ya sabía. Por eso mi obra tenía que incluir los viajes por el tiempo, por el espacio, incluir la inmortalidad, y sobre todo ser una historia transcendente y transgresora. Y aquello me dio la clave. Mi relato iba a ser transgresor de nacimiento.
También esta obra supuso la realización de un sueño que había tenido durante varios años: cuando yo me jubilase, le daría la vuelta al mundo en coche. De hecho hice planes, intenté que una marca de automóviles me financiase el proyecto, o al menos me cediese un vehículo para llevar a cabo mi empresa..., y descubrí que eso se había hecho muchas veces, por parejas o en solitario, y que los fabricantes de coches no estaban interesados en el tema. Les venía bien todo tipo de publicidad que se les hiciese, pero no estaban dispuestos a pagar por ella. Sin desanimarme, decidí realizarlo en mi propio coche, cuya marca no diré en justa reciprocidad a la falta de interés mostrada por esos comerciantes del automovilismo. Pero si no di la ansiada vuelta al mundo sobre cuatro ruedas no fue por problemas económicos ni de falta de ilusión, sino porque por aquel entonces vi por la televisión que unos activistas catalanes de una ONG habían sido secuestrados en Mauritania, y el Gobierno de Zapatero había tenido que pagar un millón de euros para que los soltaran. Yo había acabado de hacerme mi vuelta al mundo virtual gracias a Google Earth, y había descubierto otra cosa espeluznante, aunque al principio me había pasado desapercibida: entre el sur de Marruecos y el norte de Mauritania hay un trecho de 25 kilómetros, pero ninguna las webs planificadoras de rutas por carretera contemplaba esa posibilidad, sino que aconsejaban volver a subir hacia el norte y dar un rodeo a través del desierto del Sahara de 1500 kilómetros. Aquello me extrañó mucho, sobre todo porque con Google Earth había visto la carretera, y presentaba un firme en muy buen estado, asfaltado. Pero..., miré lo que rodeaba la carretera y vi sólo bosque..., un bosque donde se podía albergar todo un ejército de malhechores, y quizá ni la policía de Marruecos ni la de Mauritania tuvieran efectivos para controlarla de forma que fuera un trecho seguro, y por eso se me aconsejaba hacer 1500 en lugar de 25 kilómetros. Sí, África se me revelaba como un continente salvaje, inseguro, y nada recomendable para ir en solitario, como no fuera en avión y viaje programado. Además, vi una foto de un pueblecito de Ghana, en que entre cabañas muy primitivas y sobre una calle embarrada vi a varios hombres mal vestidos, sin zapatos, pero con un kalasnikov al hombro. O sea, que me podían seguir esperando, pero sentados.
Por eso decidí que en lugar de dar yo la vuelta al mundo en mi coche, lo
haría Indalecio García, un maestro jubilado de Cieza, provincia de Murcia,
a bordo de su viejo Ford Fiesta de 1970, un coche que me gustó desde que
salió. A Indalecio no le secuestró nadie, como no fuera la
inteligencia y bonhomía de Vanessa, porque se dejó África para el final...
De Europa pasó a Asia, circundándola por la costa, y cuando ya estaba en
Madrás, Unión India, conoció por accidente a esa extraña mujer oriunda de
Babilonia, a la que toma por tamil, y de esa relación superficial surge el
nudo de esta historia, bastante densa y sin embargo explicada con tanta
sencillez como me ha sido posible, que se extiende por el espacio de todo
este mundo y su satélite, y también de un tiempo de diez millones de años,
milenio arriba o abajo.
La cronista tiene tres partes: Entrenamiento, Desarrollo y Transgresión, que es la parte que da nombre a toda la trilogía. En la primera parte asistimos al encuentro del protagonista con Vanessa, la mujer del tiempo que le muestra su mundo a lo largo de de 20 capítulos; en la segunda parte, Indalecio ya empieza a correr por su cuenta, se enamora y tiene dos hijos, y da la vuelta al mundo no una, sino tres veces, en diez capítulos de extensión variada; en la tercera parte, la más densa, en sólo tres capítulos asistimos a la auténtica transgresión de la materia, realizada por nuestro protagonista y su ayudante, que ha aparecido en la segunda parte. En total son 429 páginas llenas de sueños, trabajos y metas que se van consiguiendo, aunque la principal, que espero haber conseguido, es la de entretener al lector.
A lo largo de esta novela el maestro jubilado, Indalecio, va evolucionando y creciendo como persona, y llega un momento en que aprende transgredir la materia, proceso que se explica con todo lujo de detalles, a lo largo de las casi 430 páginas de que consta el libro. La historia llegó a su fin de una forma lógica e inevitable, pero yo me había quedado con ganas de más, de seguir escribiendo sobre este tema, así que seguí escribiendo lo que serían luego los tomos 2 y 3 de esta trilogía, que llamé Transgresión porque se basan en la transgresión que había conseguido realizar nuestro héroe, contra todo pronóstico, y cuyas consecuencias se verían en el segundo tomo, Tricronía, concepto que inventé yo mismo (aunque es posible que otros escritores hayan dado con él anteriormente, aunque a mí no me conste) que es, básicamente, estar en el mismo lugar tres veces simultáneamente una misma persona, pero a diferentes edades. Es una idea que vi en la película El chico, protagonizada por Bruce Willis, en que se ve una conversación del protagonista cuando tenía 7, 40 y 70 años, consigo mismo. También existe ese concepto en un cuento que leí hace años, Me, Myself and I, pero ni en la película ni en el cuento se ponía nombre a ese hecho, cosa que sí he hecho yo, y ni corto ni perezoso le he puesto ese nombre en el libro, para que conste por escrito y para siempre.
El tercer volumen tiene menos que ver con los otros dos, aunque los protagonistas de ellos son ahora personajes secundarios, habiéndome inventado un sistema solar en el que dos planetas, Irkil y Rodio, se mueven en órbitas relativamente vecinas, y cuyos habitantes se quieren hacer la guerra, los unos para comerse a los otros, y estos para defenderse de lo que ellos consideran seres infernales. Pero los dioses se meten por el medio... No les avanzo más, pues no quiero privarles a ustedes del placer de descubrir la trama.
Durante el camino de vuelta a nuestra casa, la interrogué:
La pobre muchacha no estaba preparada para la noticia. Se hincó de rodillas en el suelo ante mí, y me abrazó las piernas, mientras decía:
Esto era peor de lo que me temía. Pero era otra cultura, mucho más atrasada que la mía, por mucho que se la hubiera querido alabar en la escuela, donde se me habló de ella por primera vez.
La cogí por los hombros, y tiré de ella hacia arriba, hasta que la puse
totalmente de pie. Le sonreí, y ella me sonrió a través de sus lágrimas.
―Además, maestro―, añadió con una sonrisa de picardía, ―hay otra cosa
que me gusta de ti: eres más alto que yo.
Reímos juntos de su ocurrencia. Sí, ya se me había ocurrido que toda la inquina de Eleazar contra esta pobre mujer podría deberse a que él era más pequeñito que ella, y le daba complejo. Aunque eso no explicaba por qué se había hecho tan amigo mío..., al fin y al cabo yo era mucho más alto que ella.
Seguimos andando y al poco rato llegamos a casa, donde entramos en silencio. Otra de mis rarezas, me dijo luego Srat, era que en lugar de encerrarla en casa, le confiaba las llaves y me fiaba de que ella entrase y saliese. Nunca nadie había confiado tanto en ella, y estaba muy reconocida.
Me conmovió tanta devoción y medité sobre el asunto. Desde luego, Srat era una esclava muy bien educada, pues no osó decir nada que yo no le preguntase específicamente. Nunca hablaba sin permiso, excepto cuando era en cumplimiento de alguna orden u obligación suya, como por ejemplo cuando me preguntaba que qué me apetecía comer al día siguiente.
Cuando llegamos a casa, me di cuenta de pronto de que no me gustaba el nombre de mi esclava: Srat es una palabra desagradable a mi oído, así que le dije:
Cuando el escribano abandonó mi casa, al día siguiente, le entregué a Saba el documento para que lo guardara: una preciosa tableta de barro cocido en que se podía leer un texto muy parecido al de su compra, pero en el que faltaba el nombre del comprador. Era como una declaración jurada en el que se decía que la esclava Srat, y cuya descripción física figuraba a continuación, desde el día de la fecha pasaba a denominarse Saba por elección de su amo, Damil de Ur. Desde su prudencia, ella nunca me preguntó por qué Saba y no otro nombre, lo cual me evitó darle una explicación que quizá no comprendería: por su porte, por la seguridad en su forma de andar y de hablar me recordaba a una actriz que había visto en una ocasión en una película haciendo de Reina de Saba, la que según La Biblia fue a visitar al Rey Salomón. Sólo que aquella actriz no bailaba ni la mitad de bien que mi nueva esclava.
Este libro es extenso y contiene una gran cantidad de personajes. Os pongo la lista a continuación:
En este libro realicé un experimento que no he vuelto a hacer en el resto de mis obras publicadas: incluí varias piezas de música de mi propia invención, para no infringir los derechos de copia de nadie. Incluyo un enlace al baile que realiza Saba, entonces Srat, en el momento en que Indalecio, entonces Damil, la conoce. Eso sucede en la cuarta parte (El baile de la esclava de Zuma) de este mismo capítulo 21, que se llama Cuarenta días y cuarenta noches. Zuma es la esposa de Eleazar, el amigo babilonio de Damil.
Espero que le haya gustado este fragmento y que le haya motivado a leer el resto del libro. Si así lo hace, estaré encantado de leer y aprovechar las críticas que tenga usted a bien enviarme .
Aunque aún no sé cuánto dinero costará cuando se publique en papel, la versión electrónica vale un dólar, o sea, 0'89 euros.