Volver
Cuando los marcianos conquistaron la Tierra, portada.

Jesús Ángel.

Cuando los marcianos conquistaron La Tierra

Un hombre atado a una cama extraña descubre que no entiende a nadie, que no entiende nada, y que unos seres que no sabe de dónde han salido, unos verdes y otros blancos, lo estudian y lo adaptan al nuevo orden. Luego lo sueltan y le explican sus nuevos deberes, que le cambian la vida totalmente.

Si leyó usted La redención de Ecolgenia, le será familiar el planteamiento, aunque en esta novela el argumento va un poco más allá en dureza y desesperanza, si bien al final se verá que no todo estaba perdido.

Este es el Libro del año 2020, por lo que si está usted leyendo esto durante ese año, lo podrá leer completo sin coste alguno. Después del 31 de diciembre de 2020 lo podrá seguir encontrando usted en Amazon.

Este es el índice:

A continuación le ofrecemos un fragmento, el capítulo 8 de un total de 19, por lo que llegamos al final del planteamiento y se vislumbra el nudo del argumento. Espero que les interese lo suficiente para preguntarse a dónde lleva todo esto. Les puedo adelantar, sin embargo, que es una novela con dos finales diferentes, para que el lector elija el que más le guste.

La guerra que acabó con todas las guerras

Navidad… Ahora que el hombre no era la especie dominante ya no habría más navidades. Ya se habían acabado la Navidad, los Reyes Magos, Papá Noel, la educación obligatoria, los países y las culturas, y también las guerras. Estaba bien, le gustaba la idea: el ser humano es tan destructivo que para acabar con la guerra se tuvo que acabar con la humanidad, al menos como especie dominante en el planeta. Ahora este pertenecía a unos seres que les habían dado a los hombres tantas explicaciones como ellos le habían dado antes a las gallinas o a los gusanos de seda. No se había fijado mucho en cómo eran estos seres alienígenas, pues la verdad es que lo habían sedado, engordado por días, suponía que sin hacerle mucho caso. El mismo que él había hecho a sus gusanos de seda cuando, siendo un niño, sus padres le permitieron tenerlos en una caja de cartón. Él les traía hojas de morera todos los días para que comieran. Hasta que un día no encontró hojas de morera y las trajo de ficus. Las metió en la caja de los gusanos de seda y se sentó a contemplarlos. Pero no les gustaban las de ficus y no se las comieron, sino que se murieron de hambre.

¿Se moriría él también porque su dueño o su dueña no supiera cuidarlo? Ese pensamiento  le atormentó durante horas. Pero luego se encogió de hombros: ya no era dueño de su destino. Ahora lo era el alienígena que se hiciera cargo de él. Especuló con la idea de que nada le garantizaba que los alienígenas procedieran como los humanos: ¿existía el dinero alienígena? Bien, si existía, ¿lo comprarían a él, o lo subastarían?

Pensando esto, y entre sueños, vio cómo entraban  en su habitáculo varios de aquellos seres embozados de ambos colores, blancos y verdes. Le descubrieron de nuevo, alzando la tela que lo tapaba, y lo tocaron por todas partes. Una de aquellas criaturas le quitó las sonda del pene, lo que le hizo sentir una sensación cosquilleante que le provocó una nueva erección. Pensaba que le iban a tocar su erección de nuevo, pero no ocurrió eso. Mientras le tocaban el pecho con una ventosa eyaculó espontáneamente. Aquellos seres hicieron un ruido intenso y encerraron su órgano en una especie de probeta larga y curva con la que recogieron toda la cantidad que pudieron. Luego pusieron el recipiente a contraluz y se vio que había llenado la cuarta parte de un vaso. Llamaron a su marciana para que le limpiara bien y le cambiase la tela sobre la que yacía y entonces le volvieron a introducir la sonda con mucha dificultad, porque no perdía la erección. Después le volvieron a poner por encima aquella tela tan áspera y se fueron. Le debían haber inyectado algo porque cayó de nuevo en un sueño profundo.

Cuando despertó estaba junto a él de nuevo aquella mujer rubia de ojos tristes. Él se alegró de que no se la hubieran comido todavía. Quizá la habían elegido para reproducirse. ¿Cómo llamarían aquellas criaturas a la cría de humanos destinadas a su mesa, a sus restaurantes o a sus frigoríficos particulares, microondas u hornos de otros tipos? Suponiendo que no se los comieran crudos, como los humanos se comen, o se comían, las ostras…  ¿Ganado? ¿Los nuevos amos tendrían ganados o rebaños de humanos, o bien los cultivarían en granjas como la de vacas que había visto él hacía años?

Si le ha gustado el fragmento, puede comprar usted el libro completo en formato electrónico por tan sólo €1.

También puede escribirme para decirme su opinión sincera de este libro, tanto si es positiva como, sobre todo, si es negativa.

Volver