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Mar, rielo, Sol, atardecer.
Sireno de Serena,
de
Jesús Ángel de las Heras Jiménez
© 2024 Jesús de las Heras.
  1. Ninguna parte de esta obra puede reproducirse sin permiso previo escrito del autor.
  2. Los personajes, situaciones y eventos descritos en esta obra son producto de la imaginación del autor, de modo que todo parecido con la realidad es pura coincidencia, ajena por completo a la intención del autor.

Índice. English Esperanto

    Dedicatoria.
    Prólogo.
  1. Introducción.
  2. Yo, Serena.
  3. Captura.
  4. El despertar.
  5. Supervivencia.
  6. Superficie.
  7. Excursión terrestre.
  8. El reencuentro.
  9. Epílogo.
  10. Fin.
  11. Bibliografía.
    Sinopsis.

  Dedicatoria. English Esperanto

Cariñosamente dedicada a todos
los que amamos el mar.

Prólogo. English Esperanto

Hace meses leí una novela maravillosa, La vieja sirena, que José Luis Sampedro publicó en 1990. Aquel libro me hizo disfrutar, y me sugirió este.

Sin embargo este libro no es copia ni símil de aquel, sino que me fue sugerido por aquella lectura: la sirena de Sampedro se adapta a vivir en tierra, en un tiempo pretérito, el de los romanos, mientas que mi sireno es un hombre que se acostumbra en la actualidad a vivir en el mar, a costa del mar, y descubre —y nos hace descubrir— que otro mundo es posible, porque existe y está en este.

Sireno de Serena es una narración fantástica, la 78ª en que me he implicado, pero no es ciencia ficción, sino ficción fantástica. Mis sirenas existen porque siempre han existido, al igual que los chimpancés han estado en el mundo desde siempre sin que los autores que nos han hablado de ellos, como Edgar Rice Burroughs con su Tarzán de los monos, nos hayan tenido dar fe de su origen y continuidad en el mundo animal: existen y punto. El lector puede pensar que las sirenas no existen..., pues bien: en este libro no solo existen, sino que les harán disfrutar de su mundo, de sus ideas y de sus aventuras a lo largo de las páginas de esta narración. Y si al término de la lectura ustedes siguen pensando que las sirenas existen, o no, es cosa suya, ya que lo que yo he pretendido al describir ese mundo es que ustedes pasen un rato de evasión de sus problemas y preocupaciones, y se sumerjan —jamás mejor dicho— en este mundo mágico del mar.

Los personajes y eventos son por completo —ocioso sería explicarlo— ficticios, y nada tienen que ver con personas o situaciones del mundo real, y si acaso en algún particular se le parecieran, sepa el lector que es pura coincidencia ajena a la voluntad e imaginación del que esto subscribe.

Introducción. English Esperanto

Dicen que las sirenas originalmente eran aves con cabeza de mujer, pero por suerte la verdad se ha impuesto con el tiempo y para el vulgo hemos recuperado la cola de pez que nunca dejamos de tener y en la que reside nuestra razón de ser y nuestra sabiduría.

Las sirenas hemos estado en el planeta Teluris desde hace millones de años. Los humanos conocen Teluris como Tierra porque tienen poca imaginación y se creen que lo importante es lo que ellos pisan, a pesar de que es la parte más pequeña del total. Desde la cresta de nuestras olas hemos visto venir e irse a los dinosaurios y a muchas otras especies, entre ellas la humana, que no tardaremos en despedir, dada nuestra experiencia observando los ciclos de las diferentes especies que han venido y se han ido a lo largo de nuestra larga historia, que ciframos en más de mil millones de años, desde que el planeta se enfrió lo suficiente para que Essa, la primera sirena, apareciera sobre la faz de esta roca con agua y aire. Essa procedió de especies consecutivas de animales marinos, y vivió sola hasta que aprendió a reproducirse por partenogénesis. Algo salió mal, y sus trece hijos no salieron bien. Algunos murieron a poco de nacer, otros duraron décadas, y solo tres hembras y dos machos consiguieron vivir un siglo. Poco a poco fueron evolucionando, a través de cien generaciones, y hemos llegado a la longevidad extrema, de tal magnitud que no conozco a ninguna otra sirena —ni siquiera yo misma— que haya muerto o presente signos de vejez, tal cual refieren las más antiguas de nosotras. Les extrañará a ustedes que hable en femenino, y no haga referencia a los sirenos. Existir, existen entre nosotras, pero descubrirán ustedes a lo largo de este relato por qué el sexo masculino tiene tan poca relevancia entre nosotras, las sirenas. Y por qué nos duran tan poco.

No quisiera cansarles con generalidades, así que les contaré mi historia. Suya será la responsabilidad de creerse que esto es cierto o no. No dejaremos de existir las sirenas, ni empezaremos a hacerlo, porque usted dude o deje de dudar lo que le expongo a continuación.

Yo, Serena. English Esperanto

Nací en una isla del Mar Mediterráneo, cerca del continente africano. Algunas de nosotras nacemos en el mar, pero las sirenas preferimos dar a luz en tierra, de forma que la bebé pueda usar los pulmones, dado que las branquias se abren en nuestros ijares y se utilizan automáticamente en cuanto nos falta el aire. Por el contrario, cuando damos a luz en el agua a la bebé se le abren las branquias automáticamente, lo que causa que al salir a tierra le cueste mucho más abrir los pulmones al aire circundante, llegando a ahogarse si su madre no interviene rápido. Cuando una sirena sube a tierra lo hace reptando, ayudándose con las manos, hasta que la cola se seca y se forma nuestro abdomen, con piernas muy blancas, porque no les ha dado el sol. Normalmente exhibimos el sexo femenino, que es lo natural en nosotras, pero si hacemos un esfuerzo mental antes de salir del agua hasta que nuestras piernas se han secado, podemos convertirnos en sirenos, a voluntad. No es algo que se haga con frecuencia, excepto con fines reproductivos, ya que sí que somos vivíparas y necesitamos por lo tanto el concurso del macho.

Mi padre, Nefrenio, mantuvo su sexo durante 20 años, hasta que yo me desarrollé por completo, pues decía que necesitaba un referente masculino. Luego se convirtió en Nefrenia y fue la mejor amiga de mi madre. El padre de mi hermana, sin embargo, fue Sheelo, que a los pocos días del parto retornaría a ser Sheela porque decía que no lo podía soportar. Por suerte para Siele, mi padre y yo la adoptamos y le enseñamos todo lo que él sabe, antes de feminizarse otra vez, cuando ella tenía diez y yo veinte años de edad.

Una o dos decenas de años de edad es todavía niñez incipiente, en comparación con lo que las sirenas tenemos que aprender para sobrevivir y para lo que podemos llegar a hacerlo, dado que nuestra longevidad es muy larga y se mide en siglos.

Mi madre, Irenia, nunca había tenido hijas, y le costó bastante más de lo que pensaba traerme al mundo. Una sirena puede tener descendencia una vez cada diez años, aproximadamente, por lo que cuando nació mi hermana Siele, yo ya había aprendido muchos trucos para defenderme en nuestro hábitat, la capa líquida que cubre nuestro mundo.

Jeje, el hombre se cree el rey del universo, pero no llega a los cien años, normalmente, y en cambio nosotras morimos por accidente o por sirenicidio, pues no solo somos longevas por definición, sino que nos encanta la vida. El hombre se encasilla en países de varias decenas de miles de kilómetros cuadrados, quizá un millón, pero nosotras tenemos cinco mil millones de kilómetros cuadrados (o sea, casi doscientos trece mil millones de kilómetros cúbicos) para una población mucho menor, de apenas unos cientos de nosotras. A veces muere una sirena, pero es algo muy poco frecuente. No tenemos depredadores, y no depredamos. Algunas de entre nosotras se alimentan exclusivamente de plantas marinas, pero otras nos comemos diferentes especies de animales del mar, aunque no de forma tan exagerada que acabemos con ninguna especie. Mi manjar preferido son los tiburones, porque no tienen huesos, y sus partes más duras son los dientes de la boca, pero esos los escupo. Los tiburones se comen todo lo que pillan, son voraces, y les vuelve locos la sangre. Por eso yo voy a por ellos.

Como decía, mi madre me dio a luz en una isla del Mediterráneo, nosotros la llamamos Iscia, pero creo que los humanos la llaman Chipre. Cuando no había humanos allí era un lugar pacífico, con unas puestas de sol magníficas. Pero desde hace unos cuantos miles de años aquella gente no deja de pelearse entre sí, y a veces han sorprendido a algunas de mi especie y las han atacado, sin saber que a nosotras nos temen los tiburones. Mi amiga Tiara sufrió en una ocasión el ataque de dos humanos, y se defendió a bocados y acabó con ellos. Luego me dijo que no sabían muy bien, aunque eran muy nutritivos. Tuvo que nadar mucho para sintetizar todo el alimento que le procuraron aquellos dos desgraciados. Estuvo casi un mes sin volver a comer, y le dio una aerofagia que le duró semanas. Por las burbujas que hacía sabíamos las demás dónde estaba Tiara...

Mi madre me amamantó hasta los diez años, cuando nació Siele. A partir de entonces mi mentor fue Nefrenio, mi padre. Él me enseñó a cazar, y a respetar las poblaciones de peces que no eran muy numerosas. También me enseñó a romper las redes de los pescadores que pescaban todo lo que pillaran, sin importarles hacer desaparecer colonias enteras, fueran de especies minoritarias o no. Nosotros les rompíamos las redes, e incluso hacíamos naufragar sus barcos, atrayéndolos a las rocas con nuestros cantos, pues en contacto con el aire nuestra voz es melodiosa y cantamos a dúo y a trío muy bien. Ellos nos ven cuando sacamos medio cuerpo fuera del agua, y se encandilan con nuestras cabelleras y nuestros pechos, creyendo que somos de su especie, y vienen hacia nosotros. Encallan sus barcos y naufragan, y si no saltan a tierra a tiempo, los tiburones —que también han oído nuestros cantos y los saben preludio de un festín— se presentan y hacen escabechina. Nosotras los dejamos hacer, pues tardan tres días en sintetizar la carne de los terrestres y entonces los tiburones saben mejor cuando nos los comemos nosotras a ellos.

Nefrenio también me enseñó a distinguir las corrientes submarinas y a aprovecharlas para navegar con mayor rapidez y menor esfuerzo, así como a interpretar bien los mensajes que nos traen por medio del color, el olor, el sabor, gusto y la temperatura.

La luz del Sol —del rojo al violeta— no penetra mucho el mar. Cuando nos apetece, nos subimos a la superficie y nos tendemos de espaldas, recibiendo los rayos de nuestra estrella durante horas. A veces se acerca algún delfín y juega con nosotras, y charlamos mucho. Otras veces nos quedamos dormidas mirando hacia arriba o hacia abajo, lo cual nos da un tono más obscuro en la piel. Me gusta cuando las olas me levantan, y observo desde la cresta el mar circundante. A veces cabalgo la ola de modo continuo, de modo que siempre estoy en la cresta, y me parece estar en la cima de una montaña quieta en el mar, aunque en realidad me muevo con la ola hacia alta mar o hacia la playa, y cuando llego a esta me tiendo sobre la arena con los brazos extendidos. Más de una vez me he despertado con la cola seca, o sea con mis piernas. Cuando me ha pasado eso y veo a algún humano cerca me sumerjo en el agua para no acabar haciéndole daño. Ellos se quedan embobados, mirándome, y tras tirarme al agua, ellos se quedan mirando para verme aparecer, lo que nunca sucede.

Es en esos momentos en que estamos tendidas en la playa cuando puede aparecer un sireno y nos fecunda. Pero la vida de una sirena se complica mucho cuando eso sucede, pues los siguientes 80 años tenemos que estar pendientes de nuestra cría para enseñarle a vivir como una buena sirena.