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Jesús Ángel.

Un hombre es perseguido por sus malas acciones hasta más allá de la muerte.

El pecado del talibán,

o

La triste vida de Abdul Saleh. 

    Abdul Saleh es un devoto Siervo de Dios que se ve escandalizado por la conducta dudosa de una de sus vecinas, e incita y participa en su lapidación. Pero en lugar de sentirse satisfecho por haber sido el instrumento de la justicia de Dios, se ve atormentado el resto de su vida por esa fechoría tan insensata. El lector se ve arrastrado por el drama interior de ese hombre justo  que vivía conforme a la ley, y al final ha de decidir si ha expiado su pecado..., si es que lo era.

Este es el índice de este relato:

Índice:

Primera parte: El pecado.
   Ejecución.
    El hombre del desierto.
    Segunda parte: Zoraida.
    Amargo despertar.
    El candidato.
    Una charla piadosa.
    El desposorio.
Tercera parte: Reya.
    El paladín.
    El hombre nuevo.
    La boda de Sania.
    La segunda esposa.
Cuarta parte: Benazir.
    La pesadilla.
    Propósito de la enmienda.
    La solución.   

    Publicado en formato digital por Amazon en 2014, hay una traducción al inglés (2019) y otra en Esperanto (2017, totalmente gratuita).

    A continuación les ofrezco un extracto:


© 2016. Jesús Ángel. Prohibida a copia total o parcial de este texto sin permiso previo escrito del autor.


El hombre del desierto.

    Tres días después Abdul paseaba por las afueras el pueblo cuando se encontró a un anciano.

    «Dios esté contigo, joven».

    «Y contigo, noble anciano».

    «Parece que algo te atormenta».

    «Eres extranjero, sin duda, anciano. Si no, sabrías que recientemente se ejecutó a una joven por impura».

    «Efectivamente, buen mozo. Yo vivo en el desierto y no sabía nada de ninguna ejecución».

    Abdul miró las piedras del camino con expresión triste.

    «¿Era conocida tuya?», añadió el anciano.

    «Sí. Reya era de mi edad, y la conocía desde hace años».

    «¿Y qué pudo realizar esa joven, qué crimen cometió para merecer la muerte?»

    «El peor de todos, venerable anciano: la impureza».

    «¿Era prostituta?»

    «No, pero no se opuso con firmeza a los hombres que se quisieron ayuntar con ella».

    «¿Qué podría hacer una muchacha frente a varios hombres, cada uno de los cuales era más fuerte que ella?»

    «Una mujer digna de traer al mundo buenos hijos de Dios ha de oponerse a su propia violación con su propia vida, si fuera preciso, pues basta un solo momento de aceptación para que la violación se convierta en acto consentido, y por lo tanto ya no es víctima, sino culpable».

    «Muy duro eres con tu vecina, joven piadoso. ¿Cuál es tu nombre?»

    «Abdul Saleh».

    «Abdul Saleh», repitió el hombre. «Dios no quiere que sus hijos maten a sus hijas; Dios quiere que sus hijos amen a sus hijas».

    «¡Eso es blasfemia, anciano. ¿Cómo te llamas?»

    «Me llaman El Pro Fu».

    «Elprofu, ¿acaso ignoras que nuestra Ley está por encima de nuestros deseos personales? ¡Nada puede ante la voluntad de Dios!»

    El miró a aquel proyecto de hombre con la lástima pintada en su rostro. Tras un momento de silencio, le reprochó:

    «Abdul Saleh, ¿estás diciendo que Dios quiere la vida de una mujer joven?»

    «Es La Ley».

    «Dios es compasivo, Dios quiere a sus hijos, Dios no quiere que se maten entre sí».

    «¡Blasfemia, viejo! ¿Quién te crees que eres para interpretar los deseos de Dios?»

    «Mírame bien, joven arrogante y pendenciero. Yo soy de la ciudad santa de Ibn Alssah, y me apodan El Pro Fu porque soy El Profeta del Futuro, que ha venido para castigarte por tu impiedad y la dureza de tu corazón. Si cumples tu castigo podrás ir al Paraíso con Reya».

    Y tomando un puñado de arena del suelo, escupió en él y abriendo los brazos dirigió la mirada al cielo y gritó:

    «¡En el nombre de Dios, el Justo, el Piadoso, el Altísimo, el Bueno, yo te condeno, Abdul Saleh, a pasar por todo lo que con tan poco respeto y sensibilidad has condenado injustamente! ¡Hágase la voluntad de Dios ahora y por siempre jamás, por los siglos de los siglos, amén!»

    Y tiró el puñado de tierra húmeda sobre el joven.

    Y el pobre Abdul vio cómo el sol desaparecía del firmamento. Todo se volvió negro y sintió unas profundas y repentinas ganas de dormir, dormir, dormir...


    Espero que disfrute de esta historia. Si así no ha sido, estudiaré encantado las críticas que tenga a bien enviarme.

    Si puede leer el idioma Esperanto, podrá leer toda esta historia gratuitamente durante un tiempo aún por determinar, al igual que el resto de mi obra, que iré traduciendo poco a poco. Es mi contribución a la cultura universal.


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