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Las 7 vidas de Jesús, 
de Jesús Ángel de las Heras Jiménez

Presentación.

Este año he pubicado aquí un libro antes que en ningún otro sitio, por vez primera desde que, en 2016, comencé a divulgar mis obras para el público en general sin coste alguno. Cuando acabé de subirlo, en abril, lo puse en Amazon para que aquel quiera apoyarme, pueda hacerlo libremente.

Las 7 vidas de Jesús lo escribí a finales del año 2022 y lo terminé a finales de febrero de 2023, habiéndolo sometido a una corrección exhaustiva desde entonces, si bien comprendo que puede que se me haya pasado por alto algún error, que espero que los lectores me hagan notar.

Trata de la vida de un hombre que ve sucesos que le recuerdan otros, a lo largo de su vida, pero a pesar de que por primera vez el protagonista se llama igual que yo, no es una novela autobiográfica, ni está inspirada en hechos reales ni en situaciones ni en personajes que yo haya conocido a lo largo de mi vida, por lo que todo parecido es mera coincidencia ajena a la voluntad del autor. Las 7 vidas de Jesús

El Índice es como figura a continuación:

    Introducción.
  1. Ocaso.
  2. Amor final.
  3. La pasión del Padre Jesús.
  4. Cura de Almas.
  5. Trémolo affettuoso.
  6. Padre de la democracia.
  7. La herencia de la matriarca.
  8. Resumen.
  9. Y, sin embargo, te quiere.
registro
© 2023 de Jesús Ángel de las Heras Jiménez. Ninguna parte de este texto se puede copiar sin permiso previo escrito del autor. 

Introducción . English Esperanto Capítulo anterior. Sekvan

Estoy convencido de que a todos nos atrae la inmortalidad. No morirnos nunca, y si tenemos que fallecer algún día, que sea lo más tarde posible, si bien en buen estado de salud, claro, sin sufrir y habiendo llevado una vida cómoda, feliz y digna hasta el último momento. Si no, más vale morirse antes...

A pesar de ello, nunca he encontrado a nadie que diga eso y haya elegido el momento adecuado para suicidarse. Todos quieren quedarse a este lado del Paraíso. ¿Por qué será? A lo mejor no se fían de lo que haya más allá de la línea que marca la frontera entre Este Mundo y El Otro, o a lo mejor es porque dudan de la existencia de ese otro…

El protagonista de este relato, en cambio, no duda de la existencia del Otro Mundo, aunque nunca lo haya visto ni se haya encontrado a nadie que haya vuelto de él para contárselo. Tiene la absoluta convicción de que está ahí, sin que podamos verlo.

Los ciegos no saben lo que son los colores, me dice, pero eso no significa que no existan. Para verlos necesitamos el sentido de la vista, que ellos no tienen, por desgracia. Los olores no se ven, y la luz no se toca. ¿A qué viene esa majadería de ver lo que necesita otro sentido para percibirse?

—¿Y cuál es el sentido para conocer Otro Mundo? —le pregunto yo, preocupado.

—Mira, Ángel, qué mal puesto tienes el nombre, joder —me dice —si no lo tienes, no puedes ni imaginártelo.

Y se queda tan pancho. Y yo rehago mis cábalas. ¿Cuál será ese sentido (el 6º, 7º…, o qué sé yo) al que se refiere?¿La intuición? ¿La fe? ¿La convicción?

—Dios está ahí mismo —se empecina. —No lo ves, pero está ahí, al igual que ese árbol que tú ves ahí enfrente, aunque un ciego no lo vea, y cuando se empeña en caminar hacia allí y se da un golpe contra él, entonces se entera de que sí existe ese árbol.

—Pero el ciego puede saber que está ahí por el sonido de su bastón contra el suelo, y el eco que el árbol le devuelve.

—Razón tienes. A lo mejor con un mucho de suerte consigues ver a Dios, y el Otro Mundo, que no está ahí arriba, sino aquí mismo, a nuestro alrededor…

—Je, Dios y árbol… ¿Y cómo será mi tropiezo con Dios, pues?

—Juas, puede ser el que te mueras. O el hecho mismo de conocerme, ¿quién sabe?

—¿Y tú cómo has llegado a estas conclusiones?

—Pues…, la verdad es que no me acuerdo. Tuvo que haber sido cuando era niño. Dicen que los niños ven cosas que nadie más ve, y a lo mejor yo retuve ese poder conscientemente.

—Me dejas de una pieza.

—Bueno, mira, tráete un par de cubatas y sentémonos, que te lo cuento todo, y luego tú decides con lo que te quedas. Luego puedes escribir un libro, si te atreves, o si no, que te sirva de lección —concluyó con una sonrisa tan cínica como yo no se la recuerdo a nadie.

Hice lo que mi tocayo me pedía, y habiendo decorado el bebercio con unas olivas y almendras, me apresté a escuchar su narración, que traduzco a la tercera persona y a mi aire para ocultar nombres, lugares, situaciones y hechos de vida cuyos parecidos a la realidad sean pura coincidencia totalmente ajenos a la intención o propósito de este autor, cuyo único objetivo es que pasen ustedes unos días a gusto con este, el fruto de mi imaginación, puesto que tanto mi amigo Jesús como los sucesos narrados son totalmente ficticios, como podrán ustedes comprobar, aunque se apoyen en hechos reales (al fin y al cabo el siglo 20 sí existió y el 21 también existe, así como las Islas Canarias y el resto de los lugares mencionados, ¿no?), mas es tan ficticia esta historia que me he atrevido a que mi héroe, por una vez, se llame como yo.

Pero, advierto: esta novela no es una autobiografía, ni la vida de ninguna otra persona que yo haya conocido. Quizá tras acompañar a mi héroe ustedes se hagan la composición de lugar de que sí son hechos reales, después de todo. Sea eso bajo su exclusiva responsabilidad, estimado lector. A mí no me echen luego la culpa de nada, que mi propósito es entretener por medio de esta superchería que ustedes puedan considerar real o no más tarde. Aunque…, ciertamente, mientras la escribo sí que es real para mí. Y espero que para usted, lector, también. Pero cuando vea la palabra Fin, olvídese de eso. Le repito, esto es una fantasía de mi imaginación, y no es real.

Ya me gustaría que sí lo fuera…

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1 Ocaso . English Esperanto Capítulo anterior. Sekvan

Rondando los noventa, a punto de entrar en su décima década, Jesús se tumbó en la cama dispuesto a descansar junto a su esposa, que llevaba horas durmiendo. Estaba cansado, pero satisfecho. Llevaba treinta años jubilado, y ya le faltaba poco para completar un tercio de siglo en su nueva profesión, la de escritor, pues los primeros diez años los había solapado con su trabajo de profesor.

Galdós.Sí, lo había hecho mucho mejor que otros escritores dedicados por entero su profesión, como Edgar Allan Poe, Federico Schiller, Benito Pérez Galdós, o el propio Miguel de Cervantes, que malvivieron toda su vida por dedicarse a su arte. Pero él había asegurado primero su condumio estudiando una carrera para sacar luego unas oposiciones y vivir con tranquilidad, sin mayores sobresaltos que alguna discusión con algún compañero cretino a propósito de alguna imbecilidad totalmente irrelevante. Alguna vez quiso escribir algo, aunque lo que de verdad le atraía era la música, y a tal efecto se matriculó en viola, piano y guitarra en el conservatorio de su ciudad.

Pero en dicho conservatorio no había más que mediocridad y falsos divos, así que se aburrió de ellos a los seis años, y el resto de su vida les agradeció el acervo musical que le habían ayudado a construir y que le serviría para disfrutar de la música, de la que eleva el espíritu. Pero jamás volvió a pisar aquel ilustre lugar. Porque aquellos años le sirvieron para constatar que la música en sí no era lo que deseaba hacer, ya que había excelentes intérpretes en el mundo, cuya dedicación y facilidades innatas le harían siempre sombra, y en ese campo nada podría hacer, y todo estaba ya hecho, a su parecer. No, él quería disfrutar haciendo algo que nadie había hecho antes, abrir un camino nuevo sin preocuparse de si alguien lo seguiría después. Su camino. Como el buen Antonio Machado dijo un día, él quería hacer camino al andar, aunque después se quedara en una mera estela en la mar, que se cierra luego de pasar, y el océano quedase después igual de azul, majestuoso e insondable que antes, marcando la irrelevancia de su paso, que sin embargo él quería que le llenase, abriendo su propio camino entre el cielo y el mar, y disfrutando del momento y del lugar, aunque le diese igual la hora y las coordenadas geográficas de su paso por la vida desde allí atrás hacia allá lejos, porque lo que cuenta es andar, observar y enriquecerse con la vida que se le ha ofrecido disfrutar.

Fue diez años antes de jubilarse cuando descubrió su inclinación por la escritura. Y el evento que lo provocó fue que sus alumnos se copiaron un examen del Libro del Profesor, del que él lo había extraído. Aquel error le llevó a escribir sus propios exámenes, y descubrió que se ajustaban mucho más a lo que él había explicado en clase que el que el Libro del Profesor había previsto, y así en sus últimos años él creó sus propios textos y ejercicios, y compiló su propio libro de texto, para rabia del agente de la editorial que servía los libros a los alumnos de su instituto. Pero era cierto que su libro se adaptaba mucho mejor a lo que él pretendía que sus alumnos supieran. De hecho eso le produjo alguna enemistad en el claustro, porque se les veía así el culo a los demás profesores, que podían hacer lo mismo que él, pero no lo hacían porque se dedicaban a otras cosas en sus ratos El libro del profesorlibres. Pero Jesús sabía que la oportunidad de hacer eso se le iba escapando año a año. La jubilación se acercaba a pasos adelantados, y aunque otros profesores iban contando los días que le faltaban para llegar a ella, como los quintos tachan los que les queda para licenciarse, él veía que se acercaba sin que él hubiera hecho algo más que lo que se esperaba de él, y no siempre, y más pronto de lo que él deseaba, la edad lo descalificaría para seguir impartiendo su asignatura, Lengua y Literatura Españolas. Toda su vida se había estado beneficiando de lo que otros con peor fortuna que él —en lo relativo a su vida personal— habían escrito. Hora era ya que él les correspondiera en la modesta medida de sus capacidades. Y su primera obra fue su Curso de Gramática Española, al que siguió su Historia de la Literatura Española, que escribió en tres tomos, correspondiente cada uno al currículo del curso correspondiente de sus alumnos, para uso y disfrute exclusivo de ellos. Jamás los publicó, aunque amigos y compañeros le animaban a ello. Y sus compañeros de departamento le copiaban los apuntes, con su conocimiento y anuencia, todo hay que decirlo. Porque las ideas son gratis, decía. Y para su solaz y el de sus antiguos alumnos, que le animaron a ello, escribió una Historia divertida de los escritores españoles, para entender la cual ciertamente había que haberse leído las dos obras anteriores, debido a que no era para todos los acervos culturales…

Pero llegó el verano en el que cumplía setenta años, y cuando volvió en Septiembre a su centro, se encontró con sus trastos en la puerta del departamento, y a un nuevo Jefe del mismo, que le explicó que allí sería siempre bien recibido…, como visitante.

Como hemos dicho más arriba, Jesús era un hombre peculiar, que creía en lo que hacía. Y los exámenes nunca habían sido un trámite más en la vida del profesor, sino una herramienta para saber que era lo que cada alumno había aprendido, y la nota era un mero porcentaje de lo que debería saber.

Estas cosas no les agradaban a sus alumnos, pero no se quejaban porque raro era el que no lograba al menos un 70% al final del año.

Los zagales callaban, asombrados.

Estas y parecidas conversaciones extratemáticas hacían que sus estudiantes se entusiasmaran con los estudios y fueran de los mejores del instituto, aunque —en contraste curioso— su profesor no era de los más valorados. Que los hagan estudiar no es muy valorado por los del cinco o menos que son la mayoría en todas las clases del mundo.

Al jubilarse, Jesús pensaba escribir un libro de memorias, y de hecho comenzó a hacerlo; pero la prudencia le aconsejó dejarlo, pues fueron muchas las envidias y muchos los desencuentros y otros hechos que mostraban la vileza de algunos compañeros que tendría que citar al menos por el nombre, para no ser injusto con los demás, y no le apetecía ser aún más odiado de lo que ya era. En una ocasión las cosas se pusieron muy violentas cuando afirmó en la Sala de profesores que enseñar es un placer. Esto es un vicio pagado. Y los demás no dijeron nada, pero el lenguaje corporal era muy explícito: odio, desprecio, frustración. Nadie apoyó, nadie contradijo. Pero el mensaje le llegó alto y claro: te odio porque tienes razón, aunque yo estoy aquí por el sueldo, o por lo mismo que tú, pero no me atrevo a decirlo.

Al acercarse a los cien le asaltaban a menudo recuerdos gratos e ingratos. Disfrutaba de los primeros y había aprendido a que no le hicieran daño los segundos: las primeras calabazas, la primera novia que le dejó, la primera paliza que le dio su padre, el primer enfado de su madre, el acoso que sufrió en el colegio, y un largo etcétera de cosas que siempre le habían dado vergüenza reconocer, al juzgar desde la edad anciana la serie de tonterías que había hecho cuando era joven…, Oh, Dios mío , se dijo, ¿por qué no nacemos ya sabidos? Aunque luego, poco a poco, se nos vaya olvidando todo, como les pasa a muchos hasta que mueren porque olvidan cómo decirle a su corazón que lata.

Miró a la que dormía a su lado. Setenta años llevaban juntos, y todavía le parecía que era una extraña. Era una gran mujer, aunque tenía sus cosas, como todo el mundo. Elucubró sobre cuánto tiempo les quedaba aún juntos. Y quién de los dos se iría primero. Afortunado este, pues se ahorraría el mal trago de enterrar al otro. Ella le había dicho en una ocasión que quería ser incinerada, pero él, en su fuero interno, sabía que si él se iba después, ambos estarían juntos en la tumba sin hacerse cenizas. El Día de la Resurrección allí estarían los dos, cogidos de la mano, aunque ya no serían ni ellos ni ellas, como dijo el Maestro.

Aquel día había estado escribiendo casi todo el día. Por la mañana lo había hecho a mano, y había pasado la tarde y parte de la noche tecleándolo en el ordenador. Su hijo tiene sus claves de acceso al ordenador y a su nube, de modo que sus cosas, como él decía, no se perdiesen. No quería que el mundo se perdiera las obras de su padre. Sí, a una media de siete obras por año, ya llevaba publicadas 175 obras de diversa longitud y ahora estaba inmerso en su 176ª. ¿Cuántas legaría al mundo? Sin duda muchas más de las que el mundo necesitaba. Pero eso le daba igual, pues le era indiferente legarle una puerta de piedra o una simple estela en el mar, ya que lo que le interesaba a él era el placer de su actividad, lo que había sentido al escribir, al releer, al corregir, al exponer lo que ya había escrito, pues se consideraba su primer lector, y el más incondicional y a la vez el más crítico. No le constaba tener muchos lectores, pues según su página web no pasaban de treinta mil, pero eso le mostraba sólo que no todo el mundo lo comprendía… No está hecha la miel para la boca del asno, se decía.

Y con estos pensamientos, tras un rato largo de desvelo, se durmió. Una imagen de su esposa durmiendo fue lo último que vio antes de cerrar los ojos.


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2 Amor final .English Esperanto Capítulo anterior. Sekvan

Cuando los volvió a abrir, estaba un poco atontado. Se incorporó y vio España que ¡aquella no era su habitación! ¿Dónde estaba su esposa, Miriam? ¿Y su iPhone? ¿Y su lamparita de luces LED?

Jesús se frotó los ojos. No podía creer lo que estaba viendo: en la cama de al lado estaba tumbado un niño, durmiendo.

Entonces oyó un gruñido. Allí, a sus pies, entre las dos camas, dormía un perro lobo.

Coñiso... Esa palabra le costó recordarla. No la había oído desde que se había ido de La Palma, en 1965...

Por el pasillo le llegaba la luz del día a través de la puerta abierta.

Se levantó de la cama y notó los pies fríos. No tenía zapatillas ni bata, y estaba en calzoncillos. Tomó su ropa de la silla y se puso la camisa y los pantalones cortos, y luego buscó los calcetines y los zapatos del día anterior. Se levantó sin hacer ruido y se fue al comedor. Era un habitación grande, tal y como la recordaba. Y él era más pequeño. Se metió en el cuarto de baño y se vio con mucho más pelo pero más delgado. Echó en falta sus gafas…, sí, allí estaban, en la mesita de noche. Volvió a por ellas. Eran de pasta y los cristales eran de culo de vaso. Se las puso y se fue al comedor a mirar por la ventana, a la calle. Ni subía ni bajaba nadie. Era muy temprano. Aquella calle tan empinada le traía muchos recuerdos...

Cuando se cansó de mirar la calle desierta por la que aún no pasaba nadie, ni había ruido alguno, se fue al mueble librería donde su padre guardaba los 200 libros que tenía. Le parecía ridículo, comparado con su biblioteca de más de diez mil, que ocupaba toda una habitación sin dejar espacio para otra decoración que los libros mismos, que ocupaban las cuatro paredes, desde el techo hasta el suelo..., pero descubrió que sí, era la que había visto en su niñez, que entonces le había parecido enorme: el libro de Matemáticas que su padre había estudiado en la carrera que  aún no había terminado. También estaban las novelas de Pérez Galdós, que en sus 90 años nunca tuvo tiempo de leerse. Ahora lo haría.

Media hora más tarde oyó el llanto de un niño. Se trataba de Marifé, su hermanita de un año, que exigía alimento. A los pocos minutos oyó una airada voz:

Se trataba de la de su padre, muerto en los años 80 del siglo 20.

Jesús no entendía nada. Pensaba que soñaba con su vida en otro siglo. No se planteó que aquello no era posible.

No recordaba haber visto aquella sonrisa nunca en la cara de su padre.

Pero no había nadie en la cocina. Jesús vio que no había nevera, ni cocinilla, sino un antiguo horno de leña y un mueble donde su madre guardaba alimentos. Era una habitación más bien pequeña que tenía una ventana grande que daba al patio. Al otro lado del mismo estaba el wáter. Fue a hacer pipí, y después volvió a la cocina, a beber un vaso de agua. No la había mineral, así que tuvo que bebérsela directamente del grifo, pues no llegaba a donde su madre guardaba los vasos.

A ver si me va a dar diarrea, pensó para sí, pues hacía décadas que la tomaba filtrada o mineral.

El primero que apareció por la cocina fue el perro.

A Jesús nunca le habían gustado los animales, pero sintió el impulso de acariciar la cabeza de aquel.

El perro le Perro lobolamió la mano.

En otra época le habría dado asco, pero ahora él no retiró la mano. Le sonrió y se puso a hablarle con cariño.

El crío se fue al comedor y allí vio a su padre de pie y con el libro en la mano, releyendo al parecer.

Entonces apareció su hermano y desayunaron juntos los dos con sus padres. Algo no cuadraba: Jesús no recordaba aquella escena de su niñez. ¿Se la estaba inventando? Vaya un sueño más raro que estaba teniendo. Y más vivido.

Sin embargo, sí que recordaba el resto de aquel día: era en el que su madre lo llevó al colegio por primera vez. Lo tomó de la mano y lo llevó a la escuela, un bajo dos calles más allá. El maestro se llamaba don Antonio, y era de mediana edad, pelo casi blanco, con amplias zonas de gris. Era muy afable, y tenía buena mano para los niños.

Aquel día don Antonio le hizo varias preguntas, y él respondió, por instinto, lo que se esperaba de un niño de cinco años: no, no sabía leer. Su papá tenía muchos libros en casa, porque le gustaba mucho la lectura.

Don Antonio escribió las vocales en la pizarra con letras grandes, y Jesús las escribió en un papel que le dio el maestro.

Cuando llegó a su casa, su mamá le había comprado un pizarrín y una barrita de plomo para escribir en él, un cuaderno, un lápiz y una goma de borrar.

Jesús la miró con admiración. Recordaba a su madre con 90 años, cuando murió, en 2012. Pero ahora tenía 33. Una jovencita. Su papá, fallecido en 1984, ahora tenía 37.

Se sirvió una copa del mueble bar, y se sentó en un sillón, junto a dicho mueble, sobre el que había un tocadiscos conectado a una radio que reproducía en ese momento un disco de música de baile, de Percy Faith. A don Abelardo les gustaba disfrutar de estos pequeños placeres al volver del trabajo, y charlar con sus hijos. Le hizo una seña al segundo de ellos para que se le acercara, y le preguntó por su primer día de colegio.

Su padre se quedó mirándolo. Demonio de crío, se dijo. Se acuerda de Galdós.

Era el lunes 17 de octubre de 1955. El primer día de colegio del niño Jesús. Un niño que recordaba todo lo que había vivido en aquellos cinco años, y en los siguientes 75.

Pero aquel sueño ya duraba demasiado. Los sueños suelen durar poco, y cuando uno se despierta suele recordar apenas un instante, si no se le olvida del todo, mas aquel estaba durando todo el día. Quizá fuese porque el tiempo del sueño nada tiene que ver con el del tiempo cronológico. Y así, en aquel él cerró los ojos ya en su camita, junto a la de su hermano, tras rezar sus oraciones con su mamá. Después ella le dio un beso a cada uno, los arropó, y se fue, dejando la puerta abierta y la luz apagada. El perro dormía en el suelo entre las camas de los dos hermanos, y al salir de aquella habitación la mamá, el papá abandonó la lectura y se retiraron ambos esposos a su habitación.

Todo es como lo recordaba se dijo el pequeño Jesús, solo que más vivido. Cerró los ojos, y se durmió, esperando que al abrirlos de nuevo vería los de su esposa, a la que contaría lo soñado.

Pero cuando los abrió no la vio a ella, sino a su hermano Abelardo de nuevo.

Jesús se restregó lo ojos, sorprendido de no ver su teléfono móvil, sino sus viejas gafas infantiles, sobre la mesita de noche, y en lugar de su pijama de seda, vio que llevaba unos calzoncillos de hasta medio muslo por toda vestimenta. Se levantó, se lavó la cara, se vistió y se peinó antes de desayunar y marcharse a la escuela de don Antonio, en compañía de su hermano mayor. Esperaba que esta vez sí pudiera adquirir una buena letra, o al menos más legible.

Y allí quedó nuestro Jesús, esperando a don Antonio en la puerta, y preguntándose que hasta cuándo iba a durar este sueño…

Pero los años pasaban, y aquel sueño no se acababa. Se trasladó con su familia a la isla de El Hierro, para volver dieciocho meses después a La Palma. Allí pasó un año en la Escuela Preparatoria, que estaba en el piso superior de la recova, una especie de mercado de abastos, y al finalizar el curso, aprobó el Examen de Ingreso en Bachillerato. Ya tenía diez años.

Él recordaba aquellos años ya vividos, y puesto que se le daba, al parecer, la opción de vivirlos de nuevo, ahora podía hacer las cosas mejor que la primera vez.

El buen don Abelardo entró en cólera.

Pero no hubo forma de convencerlo. Y si don Abelardo no soltaba el dinero para la matrícula y los libros, no podía estudiar.

Pocos tortazos se había llevado Jesús de su padre, pues entre lo que recordaba y la prudencia adquirida en sus años de vejez los había esquivado con su dialéctica, pero en aquella hora de insubordinación no le fue posible esquivarlos. Además, no quiso hacerlo para demostrarle a su padre que ya era un hombrecito.

Pero no se le pasaron. Al cabo de dos años, habiendo superado la Reválida de Sexto, seguía en sus trece.

El resto de la familia asistía, sorprendido, ante esta rebeldía de el bueno, el niño que nunca objetaba a las decisiones de su padre o de su madre: siempre callado, cuando hablaba era para agradar. Iba con su madre a misa, y cuando no podía dar la razón a su padre, callaba.

Al día siguiente cuando buscaron a Jesús, no estaba: se había ido a marcar el paso. Su mamá no le había querido dar el dinero para la guagua por lo que se tuvo que ir andando hasta el campamento de Hoya Fría, a unos cinco kilómetros, en lo que invirtió una hora, pues por suerte hacía unas semanas que la familia se había trasladado a la isla grande, Tenerife.

Allí lo recibió el Oficial de Guardia, que ordenó a un veterano que lo acompañara a la Primera Compañía para que cenara y durmiera y al día siguiente fuese con los mozos de su reemplazo para recibir el uniforme y el petate, y que lo pelaran al cero.

Pero cuando ya iba a por el petate le esperaba una sorpresa: su padre había movido algunos hilos e influencias, y tras pedir varios favores le esperaba en la oficina del Oficial de Guardia, en la que le dijo:

Como aún no haba firmado los papeles de reclutamiento, se pudo marchar con su padre a casa. No hablaron en todo el camino.

Al día siguiente se matriculó en la Escuela Normal, con dos años de retraso, a los 16. La única ventaja fue que le convalidaron las asignaturas que ya había cursado en los dos cursos del Bachillerato Superior, por lo que tuvo que hacer solo las complementarias, y así, dos años después, ya era maestro. A los 18 años de edad ya se vio con su título y su plaza, pues en aquellos años a los mejores de cada promoción le daban una Plaza de Acceso Directo, lo que le evitaba realizar las temidas oposiciones, aunque él estaba seguro de que las habría aprobado, de haberlas tenido que hacer, pues no en vano atesoraba en su mente y en su alma la experiencia y la sabiduría de 98 años de vida. Aunque nunca lo dijo, aquello llenó de orgullo a su padre, y de satisfacción que sí expresó, a su madre, que estaba contento de tener un hijo tan listo .

SoldadoLe dieron plaza en un colegio de la capital, y allí un compañero de trabajo le aconsejó que siguiese estudiando en la Universidad de La Laguna por dos motivos: porque en muchas carreras —todas las de letras, excepto Derecho, le dijo— entraría directamente en Tercer Curso por ser maestro, y porque al estar matriculado y asistir a clase tenía derecho a hacer las Milicias Universitarias, que no le quitarían tiempo, porque se realizaban siempre en verano. Así lo hizo, y tras los tres veranos de instrucción intensiva se vio con el grado de Alférez del Ejército Español, el más básico de la escala de Oficiales. Y se dio cuenta de que se vivía mejor de militar que de maestro. Su padre estuvo de acuerdo en que aquello ya no era ser un muerto de hambre, y en aquella época los militares disfrutaban de muchas ventajas. Aunque no por eso dejó de estudiar, y terminó con honores su carrera de Filología Inglesa, con lo cual obtuvo ventajas dentro del ejército.

Con el tiempo el alférez se convirtió en teniente, y la dieron el mando de una sección de una compañía en el CIR de Alicante, Foncalén. Allí descubrió que, después de todo, le gustaba la vida militar. Pero llegó la ocasión de ascender a capitán y se lo planteó dos veces: la primera fue cuando el teniente Castillo, de la Escala de Complemento, como él, le advirtió que si ascendía lo licenciarían, porque no había plazas de capitán para los de complemento, ya que los militares profesionales no se fiaban de ellos, a los que veían como advenedizos, esos niñatos que no habían pisado la Academia Militar en toda su vida y por eso decidió no solicitar el ascenso. Sin embargo, varios años más tarde fue el propio ejército el que se lo propuso, pues España ya estaba en la OTAN, y necesitaban enlaces militares que supieran inglés, y a tal punto habían creado plazas ad hoc a condición de prestar servicios en el extranjero.

Y lo enviaron a la Guerra de Bosnia cuando ya contaba con cuarenta un años cumplidos, aunque antes tuvo que pasar unos meses en la Academia Militar de Toledo para realizar un largo y duro curso de capacitación, y al año siguiente, en 1993 lo enviaron a la ciudad de Mostar integrado en el cuerpo de la Legión, que es el cuerpo del Ejército Español con fama de ser el más duro. Allí Jesús conoció el amor, brevemente.

En su último día de guerra, se enfrentó a unos francotiradores cuando iba en una misión con un pelotón de ingleses. Localizó el origen de los disparos y tras ordenarle a sus hombres que se mantuviesen ocultos tras las ruinas en que estaban y no se moviesen, se deslizó, rotando, a una nueva posición en que quedaba fuera del campo de visión de quien tiraba, hasta que la sorprendió por detrás y la desarmó: se trataba de una mujer. Era rubia, delgada, no muy guapa, pero sí muy atractiva, aún sin arreglar y sudada, con el traje de deporte sucio y lleno de polvo. Jesús se le había acercado por detrás con sigilo, le había rodeado el cuello con un brazo haciéndole presión con el otro hasta que ella perdió el conocimiento. Al volver en sí vio que su arma estaba en manos de aquel extranjero, que la apuntaba con él directamente al corazón.

Incapaz de hacerse entender, ella se arrodilló ante él y juntó las manos como si fuera a rezar, interrogando con la mirada. Él bajó el arma, se agachó y la besó en la boca. Ella lo rodeó con los brazos y no se opuso cuando él, habiendo dejado el arma en el suelo, le desabotonó la camisa. Jesús se tendió sobre ella y le dijo:

Allí se dieron cita Eros y Tánatos, y tras una conversación de miradas, se vieron haciendo el amor en aquel ambiente de guerra, injusticia y muerte, de un modo tan absurdo como la vida misma. Aquella joven se había visto abocada a esta guerra para defender su tierra de los invasores, al parecer, y él había ido allí a imponer la justicia y la humanidad a tiro limpio. Y en eso estaban cuando apareció otro francotirador, esposo del amor de fortuna de Jesús, que desde una distancia de doscientos metros los hizo pasar a mejor vida con dos disparos certeros, aunque el primero ya los atravesó a los dos.

Nuestro capitán estaba aún en la flor de su vida, 43 años. Mirando a Slavica, el alma de Jesús abandonó su cuerpo once segundos después de que su corazón fuera destrozado por las balas de aquel marido celoso, siendo la cara de aquella hermosa mujer lo último que vio cuando sus ojos perdieron la luz sin necesidad de cerrarlos, esta vez.


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3 La pasión del Padre Jesús .English Esperanto Capítulo anterior. Sekvan

Cuando les volvió la luz, lo primero que vio fue el rostro de otra mujer, en otro país y con otro acento, una muchacha de 16 años que gritaba:

El niño acababa de sufrir un trauma más doloroso que el que le habían causado las balas de aquel asesino. Las últimas palabras de Slavica habían sido Moj muž (mi marido)…, y había muerto. Así que aquella muchacha estaba casada. No habían hablado cuando la había desarmado. Ella se había puesto de rodillas en actitud implorante cuando se vio ante el rifle de largo alcance, el que ella había usado, ahora en manos de Jesús. Él, obedeciendo a su instinto primario, la había tumbado de espaldas, le había abierto la camisa y despojado del pantalón y del resto de su ropa, y ambos aliviaron la tensión de la guerra, muerte y miedo que llevaban encima desde que se habían visto inmersos en aquella carnicería tan absurda como todos los conflictos bélicos, y al verse sólo como hombre y mujer, cedieron al impulso más primitivo de su especie. Ella se le abrazó, y la aparente violación se convirtió en un acto de amor en medio de aquella escena de muerte y destrucción, y entre aquel amasijo de cadáveres se oyeron los ayes y gemidos de los que practicaban el rito más antiguo de la humanidad, el del amor. Eso sin duda había atraído la atención de otros partisanos que aún había ocultos en los alrededores, y con una sola bala alguien le horadó el corazón a ambos amantes ocasionales a la vez. Slavica e Isusa, Gloria y Jesús. Ella cayó en el amor de Isusa como su último acto en la Tierra, Jesús murió después de entrar en la Gloria.

Y ahora acababa de nacer en el sur de España de nuevo. Aquella muchacha lavó al pequeño con agua tibia, lo envolvió en una toalla, y se lo presentó a su madre, que lo cogió en brazos y se lo llevó al pecho para que dejara de berrear.

Eran actos reflejos, en una profunda y sonora protesta por no estar ya con aquella muchacha tan dulce, la asesina que había dejado fritos a tres de sus compañeros ingleses, y que tan buena muerte le procuró a él. Aún no entendía lo que le había ocurrido pero recordaba los horrores de la guerra como si hubieran sido ayer. Porque para él era cierto, había ocurrido ayer, aunque —como averiguaría años más tarde, cuando su crecimiento orgánico se lo permitió al fin— en realidad ahora estaba a 42 años más temprano, en 1950. A los pies de la cama había una cara conocida: su hermanito, de apenas un año y pico de edad, contemplaba el milagro de la vida que lo había destronado: ya no era el rey de la casa. Acababa de llegar un mocoso que le iba a privar de ser el centro de atención de la familia. Jesús lo miró y le sonrió.

Nueve meses más tarde tuvo que buscar trabajo de nuevo porque su empresa cerró, y el que encontró era en Canarias. Tuvo suerte, porque la empresa nueva le pagó el traslado de los 4 en barco hasta la isla de La Palma, en Canarias, desde Cádiz, viaje que el pequeño Jesús no recordaba, pero que ahora se depositaba en su memoria junto con los recuerdos de sus dos vidas anteriores, la de profesor de 90 años y la de militar de 42. Se preguntaba a menudo, sobre todo mientras estaba siendo amamantado, qué hado extraño le había concedido aquellas tres vidas conservándole los recuerdos, cuál era el objetivo de aquellas vidas, de dónde venía antes de la primera, y cuál sería el porvenir de esta última. Aquello era demasiado para un cerebro tan pequeñito, cansado del tanto chupar y pensar, y, quizás por eso, quedó dormido en cuanto tuvo la barriga llena.

Algo más de una semana después llegaron a una casa que le sonaba mucho, la de la calle de San Sebastián. Faltaba alguien allí, faltaba el perro. Y sus dos hermanitas. Pero ya llegarían.

Un día despertó de pronto, con hambre. Le daban retortijones y rompió a llorar. Pero, contra su costumbre, su madre no apareció. El pequeño niño Jesús lloró todo lo que pudo, y así estuvo llorando, desconsolado, durante más de dos horas. Por fin apareció su padre, en lugar de su madre, junto con una vecina, doña Lola. Ella vivía enfrente, y se había alarmado por el llanto del niño. Se acercó y lo oyó por la ventana, y siendo ya de cierta edad, no se atrevió a entrar por allí, así que fue a la oficina donde sabía que trabajaba el padre, y le informó de lo que pasaba. Vinieron corriendo, y se lo encontraron llorando, pero no parecía que le hubiese picado ningún bicho, ni había defecado, pues sus pañales estaban impecablemente limpios. Lo tomó su padre en brazos, y el niño calló. Pero cuando vio que no había teta, rompió a llorar de nuevo. En ese momento apareció su esposa, que venía de hacer la compra, y él se limitó a darle el niño, que calló inmediatamente cuando tuvo la teta, por fin, en la boca.

La Recova estaba estaba a bastante distancia cuesta abajo, y lo complicado había sido volver con la pesada bolsa de la compra y tirando del niño de dos años por aquellas empinadas calles, siempre cuesta arriba...

En lo sucesivo doña Lola —se ofreció— estaría pendiente del niño y podría llevárselo a la madre si se repetía la historia.

El pequeño Jesús fue creciendo e iba siempre casi de la mano de su hermanito Abelardo a todas partes. Así como para todos los niños su madre, y luego su padre, era la persona más sabia y protectora durante los primeros años, para Jesús lo fue su hermano, pues él era el mayor, y todo lo que le pasara al pequeño ya le había pasado antes a Abelardito, que era su referencia de experiencia. Y así fue durante muchos años. Con frecuencia Jesús se quedaba ensimismado, pensando en sus cosas. Pensaba en Maribel, su primera novia, o en Slavica, la última mujer con la que hizo el amor, o en don Antonio, que le enseñó sus primeras letras, y que en algunos años se las volvería a enseñar. Sus padres pronto se dieron cuenta de que se quedaba en Babia de vez en cuando, y lo llevaron al médico, porque, además, cuando iba andando por la calle se caía con frecuencia.

Efectivamente, a los dos años de edad le pusieron gafas y dejó de caerse. Además, dejó de ensimismarse, pues comprendió que no podía explicarle a sus padres lo que le pasaba, pues ni él mismo lo comprendía. No tenía explicación para haber vivido 132 años en el momento de nacer, los 42 últimos solapados, dos de ellos tres veces. Tras largas deliberaciones consigo mismo, decidió que uno no puede comprenderlo todo, así que dejó el problema sin resolver. Empezaría a ir a la escuela tres años después, y a mediados de curso lo cambiaron a otro colegio, de varias unidades, porque don Antonio se jubiló y cerraron la escuela unitaria que había regentado. Y años más tarde, cuando cumplió los 10, le planteó a su padre que ya quería comenzar su carrera: 

Susacerdote madre no cabía en sí de gozo. ¡Su hijo cura! Pero su padre se lo tomó muy mal.

Pero el niño se empeñó. Su padre se creía que lo sabía todo, o casi todo, a sus 41 años. Mucho más, de todas formas, que aquel mocoso de apenas diez. Su hermano también quería ser cura, pero desistió ante la presión de su padre. Pero Jesús era un hombre de 142 años en su cuerpo de niño de 10.

Aquello le valió dos bofetadas de las fuertes. Pero aquel extraño mocoso, en lugar de llorar o salir corriendo, le dijo algo inusitado:

Don Abelardo había visto la muerte y la determinación en la guerra. Recordó el arrojo y la insensatez de muchos que se iban corriendo a pecho descubierto a matar fascistas de Franco hasta que una bala los paraba en seco para que siempre. Y les había visto la cara de determinación que le mostraba ahora su hijo. Pero él no era un asesino. Había matado a gente en el frente, sí, y había estado a punto de matar a alguno más en la cárcel, pero siempre había sido en combate o en defensa propia. Mas no era un asesino de niños. Y aquel pequeño mequetrefe que ahora lo desafiaba era su hijo. Carne de su carne, sangre de su sangre. Y le estaba diciendo que no le iba a obedecer. ¿Quién coño era aquel crío?

La madre admiraba a su hijo, pero no quería que se le muriera.

Al segundo día de no comer, se lo suplicó con lágrimas en los ojos.

Porque Jesús, obediente, se sentaba a la mesa a la hora de la comida, pero no tocaba su plato aunque le dieran de capones, que se los daban. Ya había pasado muchos días enteros sin comer en Bosnia en su última vida. Sabía lo que era el hambre, la muerte y el valor, mucho mejor que su padre y que su madre, que habían pasado hambre porque no habían tenido más remedio. Pero ahora Jesús pasaba hambre porque quería servir al Señor. Él había muerto en la cruz después de ayunar. La cruz de este niño Jesús era su padre y su obcecación en no dejarle ir al seminario.

Al tercer día de ayuno infantil, ahogado por el sentimiento de culpabilidad y las lágrimas de su esposa, don Abelardo fue a ver a don Juan, el cura párroco de la Iglesia de San Francisco, que había sido el que les había metido esas ideas en la cabeza a sus hijos, como al resto de los niños que había en el barrio.

Jesús no era muy creyente, sino todo lo contrario. Pero sabía que en la España de los cincuenta los curas vivían muy bien, tenían comida y casa gratis, y el trabajo no mataba.

Así, a los 11 años su madre vio cumplido su sueño, y lo acompañó hasta la puerta del seminario. No iba su hermano Abelardo, porque él no había luchado por su sueño, como Jesús.

La vida en el seminario no fue tan dura como él pensaba. Estudió con intensidad sus asignaturas, hasta el punto de llegar a hablar con fluidez latín con sus profesores. Vio en una ocasión que a uno de sus profesores se le iba la mano con los niños y tuvo una conversación muy dura con él en el confesionario:

Pero el niño Jesús ya se había ido. ¿Sería posible que aquel mengajo le hubiese descubierto y amenazado? Lo tomó como un aviso del Cielo y ya no se le fue más la mano.

Diez años estuvo Jesús en el seminario, bajo el mandato de dos obispos, pues don Domingo, el que lo apadrinó, falleció y le sucedió don Luis, que también le cogió afecto. Así, cuando acabó la carrera, ofreció su primera misa en la Iglesia de la Concepción, una de las más antiguas de Canarias. Allí estaba su madre, que asistió a la Palabra de Dios y al milagro de la eucaristía con lágrimas en los ojos, dándole las gracias al Altísimo por haberle dado un hijo cura. El nuevo sacerdote recordó en la homilía a sus dos hermanos en Cristo que tanto le habían ayudado a conseguir su sueño, ser sacerdote: don Domingo y don Luis, obispos.

Jesús sabía lo que vendría a partir de 1975, por lo que disfrutó de cada uno de aquellos 15 años día a día.

El Señor Obispo le había cogido afecto, y lo destinó como coadjutor a la iglesia del Santo Cristo de La Laguna, el patrón de la ciudad. A él no le gustaba por el frío que hacía casi todo el año, pero tuvo que obedecer. Pero eso le permitió estudiar con comodidad la carrera de Filología Inglesa tres años antes que en su primera vida, y con mayores conocimientos de partida. Allí conoció a mujeres que quisieron tener algo con él, aunque se echaban atrás al saber que era sacerdote. Todas menos Adelaida, alumna de 3º cuando él ya estaba en 5º. Había empezado pidiéndole apuntes del curso anterior, y ya le iba pidiendo otra cosa. Ella era hija de un policía, comunista por vocación —ella, no su padre—, y algo casquivana en lo sexual, demasiado para su época. Pero el Padre Jesús tenía las ideas muy claras, y la rechazó con amabilidad.

Ella entró en cólera, pero meses después tiró la toalla, y del amor propio pasó al amor verdadero, y de este —por imperativo espiritual— al casto, y finalmente al amor a Dios. Fue un éxito del Padre Jesús, llevar a una mujer del profundo ateísmo al más sublime de los amores, y a sus misterios. Tanto que años después ella se casó y llevó a sus hijos para que el Padre Jesús los catequizaraLuciani.

En 1975 fue a Roma con una comisión de sacerdotes con el propósito de convencer al papa Pablo, 6º de su nombre, para que canonizara a los sacerdotes asesinados en la Guerra Civil Española. El procedimiento duró más de lo que esperaba, y antes de que pudieran reunir las pruebas que el Santo Padre pedía, el patriarca católico falleció. Su sucesor recibió a la comisión y prometió estudiar el caso. Jesús se quedó hablando a solas con Su Santidad Juan Pablo, Iº de su nombre, para estudiar las pruebas y procedimientos iniciales hasta altas horas de la noche, y de pronto apareció un hombre con hábito de cardenal que le quiso inyectar algo al papa. Jesús se interpuso, y recibió una dosis de eso en un brazo él también, con lo que lo único que consiguió fue acompañar al Santo Padre en su tránsito a la otra vida, ya que, habiendo sido educado en La Paz y El Amor, no supo o no pudo evitar que aquel sicario inyectase el contenido de aquella hipodérmica en el cuerpo de la más alta dignidad de la Iglesia Católica. El Santo Padre y su discípulo murieron juntos, solo un mes después de iniciarse el pontificado del primero. Para Jesús fue un honor acompañar a aquel hombre santo en sus últimos momentos, dándose mutuamente la extremaunción.


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4 Cura de almas .English Esperanto Capítulo anterior.

Pero no acompañó al Santo Padre Juan Pablo al Cielo. Esta vezJuan Pablo Iº abrió los ojos Jesús a una nueva vida en su primera visita a la universidad. Había ido con su hermano a matricularse en el curso Selectivo de Técnicas, pero se encontró a su amigo Victoriano en el momento de realizar la matrícula, y decidió que le gustaría más ser médico que ingeniero, como quería su padre. El problema era que aún no arrancaba la Facultad de Medicina aquel año, 1967, por lo que ambos amigos se matricularon en la Facultad de Ciencias, como quería don Abelardo. Fue el año siguiente el que vio su drama familiar: así como su amigo Victoriano no tuvo ningún problema en explicarle a sus padres que en realidad él quería ingresar en la Facultad de Medicina recién creada en ese año de 1968, en la que le convalidaban tres asignaturas, a Jesús no le convalidaban ninguna de ellas, porque las había suspendido todas. Pero les dijo a sus padres que o se hacía médico o sacerdote, o se iba al ejército, para lo que no necesitaba que le pagaran nada, y que luego Dios diría. Los padres estuvieron discutiendo todo el día, pues su madre quería que su hijo fuese cura, y al final su padre aceptó el mal menor, que su hijo estudiase Medicina si es que puede, pues su experiencia del año anterior no había sido muy halagüeña.

Pero esta vez JesúsEstudiante. se dejó las pestañas estudiando Biología, Física, Química y Matemáticas con otros profesores de la universidad, y mucha más motivación que el año anterior, pues no se trataba de estudiar por la pasta, sino para ser útil a los demás, y salvar vidas en el futuro. Ya que no había conseguido salvar almas, curaría los cuerpos que las sustentaban, para que no se separaran si él podía impedirlo.

Él vivía en un mundo de ilusiones, y si le costaba tanto estudiar era porque con frecuencia interrumpía su estudio imaginándose que vestía la bata blanca en un hospital, salvando vidas, u, ocasionalmente, comunicando a la familia que no había podido hacer mucho esa vez por salvar a su padre, o marido…, y Ella —o sea, la muerte— se lo había arrebatado de las manos. Pero insistía con tesón día tras día, noche tras noche. En la Facultad lo tomaban por tonto porque preguntaba las cosas más peregrinas. Obvias, quizá, pero lo que desesperaba a sus compañeros y sus profesores era que ellos tampoco sabían las respuestas, y no se atrevían a reconocerlo ni ante ellos mismos.

Y así pasó Jesús los seis años que le dieron el título de Licenciado en Medicina, con pregunta tras pregunta. Uno de sus profesores, don Antonio Peñaranda, decía que sería buen investigador, porque nunca paraba de preguntarse cosas. Siguió en la universidad hasta que se doctoró en la cura de almas, después de todo, en Psiquiatría, en la Universidad de Oviedo, mientras que su amigo y compañero de fatigas lo hacía en Pediatría, porque le encantaban los niños.

Haciendo el MIR conoció a un tal José Luis, compañero de habitación en el Colegio Mayor y de clase. Estaba un poco loco, lo cual es una ventaja, decía él mismo, porque así comprendo mejor a mis pacientes. Pero al conocerlo mejor se dio cuenta de que era la persona más cuerda que había visto en su vida, si bien contaba con un sentido del humor inusitado que le hacía reírse de todo y de todos, empezando por sí mismo. Un día se cayó en la calle porque tropezó con una alcantarilla, y le escribió una carta bastante subida de tono al alcalde. Lo curioso es que se la envió a través del periódico. Toda la ciudad la leyó. A la semana siguiente arreglaron todas las alcantarillas de la ciudad.

Su amigo Victoriano le escribía a veces, y en un par de ocasiones se vieron mientras hacían sus especialidades respectivas, el primero en Bilbao y el segundo en Oviedo, y en 1977 ambos ya eran doctores en su especialidad respectiva.

José Luis acabó en Murcia, y Jesús se quedó en Oviedo. Fue porque allí conoció a Isabel, de Palma de Mallorca, y ambos fueron fichados por el Hospital Clínico, y dos años después se casaron, como se estilaba en los años 70 del siglo XX, en que el amor sacro tenía mucha más importancia que el profano, que estaba a punto de retornar a la muerte del Dictador, si bien no con la virulencia de antes de su aparición. En realidad se redujo al destape en el cine y en el teatro, y a un incremento de las parejas de hecho que aún no tendrían derechos hasta 20 años después. Pero Jesús e Isa querían que sus ocho hijos proyectados fueran concebidos dentro del matrimonio como Dios manda. Se casaron en la Iglesia de San Tirso el Real, cerca de la Catedral, en la Plaza de Alfonso II el Santo. Debido a sus ocupaciones, no tuvieron más de dos hijos, como se estaba haciendo la norma en aquellos tiempos.

Jesús tuvo una vida profesional más agitada que lo que había previsto. Por caminos diferentes a su amigo Ludoviko había llegado a la misma conclusión: la Psiquiatría era una de las pocas —si no la única— especialidades médicas en que nunca se veía la sangre, y el fracaso profesional nunca acababa en muerte, y si la había, nunca se le podía achacar al facultativo. Pero lo que más le atraía a Jesús era el estudio del alma humana. Él había querido ser cura, pero su padre se había opuesto cuando pudo ir al seminario. Habría sido un buen sacerdote, lo sabía, pero se conformó con ser un buen cristiano y mejor médico. Curó el alma de muchos por medio de fármacos y de su profundo y creciente entendimiento del espíritu de sus enfermos. La enfermedad —decía— de sus pacientes le acercaba a Dios. Aunque era la religión, o sea, la iglesia y sus ministros, lo que le hacia dudar de él. La conducta de aquel cardenal que le había asesinado a él y al Santo Padre había sido el motivo de su escepticismo sobre la Iglesia y sus predicaciones. A veces deseó no haberse quedado paralizado ante una situación que no comprendía, pues con su preparación militar seguramente habría podido evitar el magnicidio, pero la sorpresa y la denegación de la realidad le habían costado la vida a él y al papa.

Atravesó diferentes etapas en su religiosidad, aunque tenía —o quizá debido a ello— una larga vida de 191 años (articulada en tres vidas y lo que llevaba de la cuarta) en el momento de plantearse esas cosas sobre un Altísimo que lo eludía y le hacía repetir su vida en las mismas circunstancias en las que lo único que cambiaba era él mismo, que iba recopilando experiencias y eventos diferentes porque iba conociendo más del mundo y de sí mismo. Él sabía que la mayoría de los prelados que conocía eran unos farsantes que desconocían de qué estaban hablando, y que improvisaban por estima lo que ignoraban por falta de convicción. Pero un buen día llegó a la conclusión de que a todos aquellos cerdos les llegaría su San Martín, que a él lo ignoraba, pues cuando llegaba el fin de sus días la muerte lo regurgitaba y volvía a empezar de nuevo en el mismo sitio, si bien era una vida cada vez diferente, porque sus decisiones eran distintas. Los hijos que tuvo en dos de sus tres vidas anteriores no existían, al menos en su familia, pero él sabía —pues tenía pruebas fehacientes de ello— que aquellas almas estaban repartidas por el mundo, y quizá se había encontrado con alguna sin reconocerla. Nunca fue ateo, pero sí escéptico. Sabía que Dios no podía ser malo, pues sus valores no eran tan limitados como los humanos, y que para estos la muerte era el máximo mal, el tema tabú del que no se habla, y para él había sido —al menos hasta el momento presente— la puerta a una vida mejor, más rica, y desde la que él podía ayudar a la gente cada vez mejor, aunque para los demás sí había sido una tábula rasa cada vez con cada vida anulando sus hechos de la anterior. Dios, ¿cuándo acabará esto? ¿O acaso esto le ocurría a todo el mundo, solo que él era el único que se acordaba?

La enorme sensatez de aquella joven de apenas veinte años fue una de las cosas que le atraparon hasta el punto de hacerla su esposa por la Santa Madre Iglesia, pues Jesús era católico, apostólico y romano, como su mamá, y como su novia. Lo había sido en sus cuatro vidas, aunque en diverso grado. Y ahora era un católico no practicante que no creía en el Dios que le habían contado, aunque tenía pruebas de que estaba ahí alrededor, dentro y fuera de sí mismo, aunque no tenía forma de contactar con él. No necesitaba fe, sabía que Dios sí existe. Pero al no ser ya sacerdote se abstenía de catequizar a nadie.

No obstante, pensó, si le habían ordenado en su vida anterior…, ¿tendría en esta el poder de perdonar los pecados y decir misa? Era evidente que sus conocimientos de latín, griego, inglés y francés sí los tenía, así como del arte militar, la lucha y artes marciales que aprendió en el ejército, y también la capacidad de apreciar e interpretar música. Todo estaba en su cabeza, a falta de practicar físicamente. Y también su experiencia de 200 años, que era su mayor tesoro.

Eso le daba un ojo clínico muy superior al de sus compañeros, y podía predecir el comportamiento de sus pacientes. A su tutor en la universidad le gustaba que le acompañase a buscar a los orates que había que internar, pues ellos no querían casi nunca, pero sus conocimientos de lucha le llevaban a colocar una llave inmovilizadora al loco a tiempo para que los enfermeros le colocaran la camisa de fuerza. Fruto de sus lecturas de lego sabía algunas cosas, como que el electro shock no era una opción, y él lo descartó décadas antes de que se prohibiese, y fue uno de los primeros en apuntarse a las nuevas tecnologías, destacando en la investigación, aunque nunca participó como ponente en los muchos congresos a los que asistía, porque no le parecía ético aprovecharse de la enorme experiencia que tenía en los siglos 20 y 21. Hasta que se cuestionó eso también, pues si se le había dado ese don, debería aprovecharlo...

Sus hijos Jacinta y Marcelino quisieron hacerse médicos también, como sus padres, pero Jesús los envió a darse una vuelta de un año a gastos pagados en una especie de Erasmus particular por Europa y el Norte de América antes de que tomaran esa decisión. Y fue efectiva, pues Jacinta volvió con deseos de hacerse profesora de inglés, y él se hizo sacerdote, pues su experiencia fue diferente de la de su hermana, de modo que tomó las órdenes menores y ocho años después ya era coadjutor de la parroquia de san Julián de los Prados, de Oviedo.

Su abuela, doña Fina, estaba muy orgullosa de su nieto. No pudo tener un hijo cura porque su padre no lo dejó, pero tuvo un nieto sacerdote porque su padre sí lo dejó. Y se fue a vivir a Oviedo para estar cerca de él cuando su esposo falleció, para que fuera su nieto el que le diera la extremaunción cuando le tocara. Sus hijas Marifé y Felicia se trasladaron también allí para estar con su madre, pues decían que una abuela debe vivir con sus hijas, y no con su nuera .

Y así fue, en el año 2021, justo un año antes de cumplir los 100, doña Fina expiró justo después de hacer una confesión general con su nieto Marcelino. Jesús no supo lo unido que estaba a su madre hasta cuatro días después de su fallecimiento. Los especialistas que lo trataron después de su intervención llegaron a la conclusión de que el factor desencadenante había sido de tipo psicológico, y que había sido una suerte que el ataque de arritmia severa le diese en el hospital cuando había ido a ver a un amigo que estaba ingresado. Se despertó días más tarde con dolor de cabeza, allí estaban Isabel y sus dos hijos, que se temían que no los reconociese. Jesús y su esposa se habían jubilado un año antes, pero él hizo caso del aviso que le habían dado desde el Cielo, y se cuidó mucho más. Se dedicó a la familia y a escribir, que siempre le había gustado, y a su verdadera pasión, que era la de leer. También tomó clases de guitarra y de violín para recordar viejos tiempos de vidas anteriores, pues la música siempre había estado presente en todas ellas.

Y en 2030, a la edad de 80 años, de nuevo cerró los ojos contemplando el dulce sueño de Isabel, y él quedó en reposo absoluto. Tras un cuarto de milenio en sus cuatro vidas.

5 Trémolo affettuoso .English Esperanto Capítulo anterior. Sekvan

Cuando volvió a abrirlos ya no se encontraba en Oviedo, sino en Santa Cruz de Tenerife. Miró hacia arriba y no vio el reflejo de la luz indirecta que proyectaban los diodos LED sobre el techo y las paredes de su dormitorio, que le había instalado su nieto Miguel cuando estudiaba Imagen y Sonido en la universidad. Tampoco veía a su fiel Isabel, ni estaba en su cama de siempre. De hecho era una cama de un cuerpo, no la de dos por dos metros que le había dado reposo desde hacía décadas. Y estaba en alto. Se asomó por el lado izquierdo y constató lo que ya sospechaba: estaba en la litera superior y su hermano Abelardo dormía en la de abajo. Había vuelto a sus 20 años de edad. Ya no sería maestro, ni militar, ni cura, ni médico.

Se levantó y se preparó el desayuno. Su madre apareció al poco rato.

Era su mejor amigo, y los dos estaban en una congregación religiosa seglar, en la que aquel día tenían una reunión, un examen ascético-místico lo llamaban.

Ella se quedó un poco extrañada. Descuida no era una palabra que usara su hijo Jesús… Además, él era cariñoso, pero ese día sus palabras eran más afectuosas que de costumbre.

Cuando llegó al lugar donde se reunían, una academia privada para alumnos de bachillerato, ya había empezado la reunión. Al preguntarle a él que si había observado los consejos evangélicos, dejó a todos de una pieza.

Y se levantó, abrió la puerta, y se fue ante la estupefacción de todos.

Eran días, en los años 70, en que no había móviles, pero los amigos conocían los hábitos de sus colegas, y además aquel día había quedado Jesús con Victoriano para ir al cine por la tarde, como de costumbre cada domingo. Aquella tarde su amigo le contó lo que sucedió después de irse:

El bueno de Victoriano. Siempre fueron amigos, hasta la muerte. Aunque hubo una época en que se distanciaron, al cabo de los años Jesús lo buscó y lo encontró donde siempre estuvo, pues no se había movido de la isla, al revés que él, que había visitado los cinco continentes varias veces.

Su padre estaba extrañado de que aquel domingo su hijo el contestatario estuviese en casa a su hora, perdiéndose la bronca. Es más, al llegar, le siguió la broma, y antes de que el prócer dijese nada, el hijo saludó de modo desacostumbradamente afable:

Un abrazo que llevaba setenta años queriendo darle. Dicen que cuando le falta alguien querido a uno, se recuerdan solo los buenos momentos, y se olvidan los malos. En ese caso así era, y Jesús le dio el abrazo y el beso largamente añorado.

Los padres se miraron, extrañados. Su madre reaccionó antes:

Don Abelardo miró a su esposa, que se encogió de hombros.

La tez de don Abelardo cambió de color, a blanco como el papel, inyectada por la ira.

Esa había sido la mayor frustración de don Abelardo, gran amante de la cultura y de la ciencia: no haber ido a la universidad: la guerra y la situación previa de su familia no se lo habían permitido, pero siempre había admirado a la gente culta, y por eso se leía todo lo que caía en sus manos, que era mucho, pues se había suscrito a una editorial que todos los meses le mandaba cuatro o cinco libros, que se leía completamente antes de que le llegaran los del mes siguiente.

Por eso ese levantó del sofá en que había estado charlando con su hijo el cariñoso y se metió en su cuarto gritando ¡Muerto de hambre ¡Qué vergüenza de hijo! Y dio un enorme portazo. Allí, en el refugio de su dormitorio, quizá echó alguna lágrima de frustración.

Su madre se le quedó mirando desde la puerta de la cocina, y le preguntó:

Sus tres hermanos se quedaron pasmados. No entendían nada. Ninguno de ellos había sido capaz de manejar la situación de esa manera. Claro, que ellos no habían vivido 271 años…

Al día siguiente, cuando Jesús le saludó, su padre contestó:

Pero por suerte don Abelardo tenía un amigo aparejador que también tocaba la guitarra en sus ratos libres, y le aconsejó que lo apoyara. Le habló de las salidas que tiene un profesor guitarra: profesor de instituto ganando lo mismo que los de cualquier otra asignatura, y además le darían dinero por los conciertos que diera. El corazón del pobre hombre se fue ablandando y aunque negó a palabra a su hijo durante más de un año, le dio el dinero a su esposa para que fuese con su vástago al conservatorio a matricularse.

Allí le dio clase un joven profesor llamado Manuel Gutiérrez, y años más tarde Jesús dio un concierto con la Orquesta de Cámara de Canarias, la Fantasía para un gentil hombre, que el compositor Joaquín Rodrigo había creado para el referente de Jesús, el genio de la guitarra Andrés Segovia. Doña Fina y don Abelardo se sintieron entonces orgullosos de su hijo, que además comenzó a dar clases como profesor interino en el Conservatorio de Tenerife, y dos años más tarde sacó las oposiciones y lo destinaron al de Murcia.

Allí se encontró un día por la calle a Miriam, la que estuvo casada con él setenta años en su primera vida. Ella no lo reconoció, clartontódromoo.

La mujer contempló a este extraño con curiosidad. No lo conocía de nada, y sin embargo había algo en su expresión que le daba a entender que él la trataba con familiaridad, aunque no podría decir por qué: ni por las palabras, ni por la forma de mirarla, pero algo le decía que este extraño personaje sabía tratarla con respeto y con afabilidad a la vez, como si la conociera de toda la vida, cosa que ella sabía que no era así.

Jesús jugaba con ventaja, porque lo sabía todo de ella: sus puntos flacos, sus manías, y también sus virtudes. Y que le gustaban mucho los helados. También conocía a su familia. Doña Inés, que fue su suegra durante 36 años…, su cuñada Inés… Más de una vez se planteó qué habría sido de su vida si se hubiera casado con su cuñada. Ahora tendría la ocasión.

Después del helado se despidieron, no sin darse antes los teléfonos. Ella estudiaba Magisterio, y él apenas tenía 25 años, cuatro más que ella.

Al día siguiente por casualidad pasaba él por la calle donde ella vivía cuando salieron las dos hermanas para ir a la Escuela Normal, donde se preparaban para ser maestras de escuela.

Jesús se situó entre ellas dos y no dejó de hablar con su cuñada hasta que llegaron a la calle Puerta Nueva, donde se ubicaba su centro de estudios.

Era Inés mucho más delgada que su hermana, y tenía un bonito pelo largo, lacio y brillante. Antes de separarse ya habían quedado los dos para ir al cine esa tarde, en un aparte en que su hermana no estaba pendiente.

Cuatro meses después ya fue invitado a comer en casa de los padres de ellas y allí conoció a la novia de su futuro cuñado Paco: Ely, como la llamaban todos, apócope de Helena. Era esta algo más gruesa que Inés, de pelo negro brillante, largo hasta los omóplatos, y vestía conforme a la moda de aquella época: falda plisada marrón, jersey blanco marfil sin escote, y una graciosa chaqueta roja, medias y zapatos de medio tacón.

Diez meses después Jesús le pidió a don Francisco y doña Inés la mano de su hija Inés, que ellos le concedieron gustosos, porque no todos los días aparecía un hombre con el porvenir resuelto para recoger a su hija. Ahora les quedaba solo colocar a Miriam, la mayor de esas dos, pues su hijo Francisco ya estaba colocado con la dulce Ely.

Un año después, cuando terminó los estudios de Magisterio, por fin, su cuñada se casó con Jesús. Su relación con su amor de setenta años de su primera vida, Miriam, fue siempre cariñosa. Ella tuvo varios novios, pero no le duraban mucho, quizá por su aspecto algo andrógino, quizá por su carácter intransigente que tanto le había costado domar en la otra vida anterior. En cambio Inés era muy razonable, y Jesús la llevaba siempre por donde él quería. Tuvieron tres hijos, que con el tiempo volaron del nido materno.

Jesús pidió la excedencia para dar conciertos, pues lo llamaban de diversas partes del globo tras haberse hecho famoso en varios conciertos que dio con la Orquesta Nacional de España en los estudios de Televisión Española, acto que se transmitió por Eurovisión.

Pero en el conservatorio tenía que enseñar a los niños a poner las manos sobre el instrumento y corregirles los mismos defectos siempre, y eso no era nada atractivo. A Jesús le gustaba tocar, y sentía que estaba desaprovechando el tiempo. De hecho, en los dos primeros años de profesor dio diez conciertos en el salón de Actos el conservatorio y cuatro en el Teatro Romea, el principal de la capital.

Pero la realidad es más dura que los sueños, y por eso cinco años después le dio la razón a don Manuel Pérez Cantó, su jefe, y volvió a la enseñanza.

Pero don Manuel era un pillín, porque lo que le daba dinero a él de verdad eran los asuntos inmobiliarios en que andaba siempre metido. Compraba edificios en construcción completos, y luego los iba vendiendo por viviendas sueltas, ganando el 100% de su inversión siempre. Y mientras, Jesús tocaba la guitarra.

Miriam había sacado las oposiciones hacía tiempo, mientras que su hermana Inés lo había ido dejando, pero cuando los niños ya tenían diez años, lo pensó mejor y se presentó. Tras tres intentonas fallidas iba a desistir de dedicarse a la enseñanza, cuando se presentó una vez más y por fin las sacó. La mandaron a Caravaca, y alquilaron un piso allí para que el que tuviese que conducir fuera él, ya que su horario era mucho más flexible.

Es una pena, pensó Jesús, que aún falten tres décadas largas para que se cree el conservatorio de Caravaca.

Los veranos se iban a pasar un mes en Canarias, donde vivían los padres de Jesús en su nido vacío, para que doña Fina viera a sus nietos Miguel y Elsa. Aún estaban dolidos por la muerte de su primogénito, que no había podido superar una enfermedad de las que no perdonan. Su nieto Abelardo, sobrino de Jesús e hijo de su hermano fallecido, recibía el nombre y dos apellidos de su abuelo por coincidencias del destino. Su viuda los visitaba con frecuencia para dejarles al niño, y vivir ella su vida, que también tenía derecho. Otras veces eran los abuelos los que venían a Murcia a ver a sus nietos, sobre todo en Navidades, cuando se reunía toda la familia en casa de Jesús.

A veces venían en verano para hacer un viaje los cuatro, y en ese caso le dejaban a los pequeños Miguel y Elsa al cuidado de su tía Miriam, que disfrutaba cuidándolos como si fueran hijos suyos, mientras su hermana se iba con su esposo y suegros de viaje por España o por Francia, pues siendo su suegro niño había vivido en Montpellier, y conservó el gusto por lo francés toda su vida.

Tras varios años le llegó la jubilación a don Abelardo, y por fin se pudo venir con su esposa, la Abuela Fina, a La Península. Pero ya no era lo que ellos habían dejado 40 años atrás, cuando el paro y la búsqueda de una vida mejor los había llevado a las Islas Afortunadas, en medio del Océano Atlántico. Y tras unos meses de pensárselo, volvieron a aquel paraíso, dispuestos a olvidarse de una Península que ya no reconocían como suya. Pero al pobre abuelo le dio un infarto meses después, muriendo al cabo de unas horas. Sus hijas Fina y Alexia se llevaron a su madre a vivir con ellas en Valencia, donde trabajaban com enfermeras.

Elsa se doctoró en Medicina, Miguel se hizo arquitecto, y Serafín se doctoró en Derecho años más tarde. Y los tres volaron del nido de Inés y Jesús, que se quedaron solos a su vez. Mucho más solos cuando doña Fina falleció de avanzada edad, a los cien años, en 2022.

Cinco días después Jesús se sintió mal de pronto. Se sentó en su cama, se dejó caer hacia atrás, y cerró los ojos. Su último pensamiento fue para Inés, su compañera de 46 años. Él dejaba 400 piezas musicales y 100 libros escritos. Tenía 72 años.


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6 Padre de la democracia .English Esperanto Capítulo anterior. Sekvan

Cuando Jesús abrió los ojos de nuevo en la isla de Moncloa palace.Tenerife a la edad de 20 años, se encontraba a mitad de curso de 3º de Filosofía y Letras, especialidad de Filología Inglesa. Aquel mismo día habló con su padre para cambiarse a la Facultad de Derecho. Su padre lo despidió con cajas destempladas, y le dijo que no quería saber nada de un imbécil que cambiaba de carrera cada dos por tres. Que le pagaría los estudios si por fin reflexionaba y volvía a los de Ingeniería de Puertos, Canales y Caminos, iniciados dos años atrás y abandonados por los de Chorrología, como llamaba él a la Filosofía y Letras y su rama de Filología, cosas inútiles, a su parecer.

Jesús sonrió, y puso un anuncio en el instituto donde había estudiado, ofreciéndose para dar clases particulares de inglés a domicilio. Con lo que le pagaron el primer mes los diez alumnos que cogió, sacó dinero para matricularse en Derecho, terminando su carrera de Filología dos años después, y la de Derecho 3 más tarde, mientras que, en los veranos, hacía las Milicias Universitarias, donde alcanzó el grado de Sargento de Complemento. Cuando ya tuvo en la mano su título de Derecho, se reenganchó en el ejército, integrándose en los servicios jurídicos.

Escribió una Historia del Franquismo basándose en periódicos que había leído en sus otras vidas y en esta, apoyándose en fuentes contrastables. Luego pidió la excedencia del ejército y estuvo en el congreso del Partido Socialista en Suresnes, ciudad del Sur de Francia, y se relacionó con los comunistas y otros partidos clandestinos en España y en el extranjero, y así, poco a poco, se fue integrando en la vida política que venía de modo inminente, a la muerte del Dictador.

También cultivó la amistad de los hombres de los partidos afectos al régimen que desaparecía, y sabiendo navegar entre dos aguas, haciéndose el encontradizo y, cultivando las amistades apropiadas, llegó a consejero del presidente Armando Sánchez González, a quien le correspondería más tarde organizar el referéndum de la Constitución del 78. Lo había conocido en el partido Unión del Pueblo Español, UPE. Armando lo quiso hacer ministro, pero él declinó la oferta, pues tenía otros proyectos, aunque fue siempre fiel a su cargo. Desoyendo los consejos de Jesús, Armando confió la confección de la Constitución a un grupo de notables, en lugar de organizar unas elecciones a Cortes Constituyentes para que fueran ellas, en nombre del pueblo español, quienes argumentaran, pelearan, matizaran, elaboraran y redactaran cada uno de los artículos que iban a regir la vida y bienestar de todos los ciudadanos en forma de Constitución Española.

Dirán ustedes que Armando despidió a su asesor por ser tan crítico y malhablado, pero lo conservó a su lado porque a él le divertían esas locuras que tanto le hacían reír, además de pensar, después de las tensiones y sinsabores del día. Tras lidiar con el Rey, con los sindicatos, con los empresarios, con los partidos políticos y hasta con gente del suyo propio, le servía de descanso ver las opiniones tan diferentes de su asesor principal, al que nadie conocía.

Pero Armando se reía. Las verdades que le soltaba Jesús se las tomaba como ocurrencias que nunca se harían realidad, o como exageraciones sin fundamento. Pobrecillo.

Ya se había casado Jesús, a sus 30 años, con una maestra de esas que se habían sacado la plaza por Acceso Directo. Una cerebro que no había hecho más que estudiar en su vida. Tuvieron un niño, Abelardo, y Teresa pidió la excedencia para cuidar de su hijo y de su marido, ya inmerso en la vorágine de la política, en Madrid, pues uno de sus deberes era tener esa reunión diaria con el Presidente del Gobierno a las 22:00 horas para comentar con él los asuntos de Estado. Cuando el Presidente tenía que ir al extranjero, lo acompañaba siempre porque además de su consejero era su traductor e intérprete personal, ya que Jesús era dueño de 9 idiomas, que hablaba a la perfección.

Un buen día sorprendió a propios y a extraños al pedir la baja del partido.

Pero tras la sesión, a eso de la medianoche, no se fueron al bar de la esquina, que ya estaba cerrado. Se fueron al mueble bar que había en un rincón del Salón donde se celebraban los bailes y recepciones en aquel enorme palacio en que vivía el Presidente, y tras sacar un par de copas de licor y sentarse en un amplio sofá, preguntó el amigo al amigo:

El Señor Presidente se le quedó mirando con la boca abierta. De pronto estalló en una carcajada.

Pero como ya le había advertido a su presidente, Jesús fundó su partido, OyP, Orden y Progreso, y se presentó a las siguientes elecciones. Y ganó por mayoría absoluta. Ventajas de saber qué iba a pasar si no ganaba... El punto fuerte de su campaña fue prometer elecciones libres y universales a Cortes Constituyentes.

Y eso fue lo primero que hizo a los pocos días de jurar el cargo: convocar elecciones a Cortes Constituyentes, para que laborasen otra nueva Constitución que substituyese a la de 1978, tan coja y anti democrática, como comentó al país por televisión cuando lo anunció, apenas unos días después de su investidura:

Una constitución que ordena al legislativo elegir al ejecutivo ni es democrática ni es constitución.

Tardaron siete años los 200 diputados elegidos llevar a cabo su cometido, y cuando se aprobó por referéndum nacional, el gobierno y las Cortes dimitieron en pleno, y se convocaron elecciones según el nuevo método electoral: un diputado por cada distrito de 200.000 ciudadanos con derecho a voto a los que a su vez la nueva constitución le daba la prerrogativa de despedir a su representante por mayoría de tres cuartos de los votos emitidos, si en su opinión no cumplía el cometido para el que lo habían elegido. Y en otra elección en que no tuvieron ni arte ni parte los Diputados del nuevo parlamento, los ciudadanos eligieron por sufragio universal al nuevo Presidente del Gobierno. No hubo lugar a la segunda vuelta prevista por la Carta Magna, porque el 75% de los votos se los llevó Jesús Gutiérrez Sánchez, al que se conocería en los libros de Historia en lo sucesivo como El padre de la Constitución del 90, título que a él no le gustaba nada, pues no se tenía por padre de nada, sino solo por mero instrumento para que la democracia llegase, por fin, a España.

Y ordenó que en el Monumento a la Constitución que mandó erigir en el centro de la Plaza de España de Madrid, un inmenso obelisco de veinte metros de altura, acabado en punta de flecha, que simbolizaba el progreso de España, se escribiese en relieve el nombre de cada uno de ellos, y más abajo, en letras de mucho mayor tamaño, la inscripción: HONOR A LOS PADRES DE LA CONSTITUCIÓN. Y a modo de firma, más abajo, las palabras "Nosotros, el pueblo español".

Pueblo al que sorprendió la semana siguiente con el nombramiento de su gobierno, que no tenía ningún ministro, sino que constaba del presidente y cuatro secretarios, uno para cada una de las 4 carteras que tenían que llevar al día y asesorar al Presidente, que era el que respondía de toda decisión del gobierno: la de Instrucción Pública, Hacienda, Sanidad y Defensa. Las competencias de los ministerios que hubo antes se incorporaron a estas cuatro secretarías que ya no tenían poder decisorio ni legislativo: Universidades, Cultura y Educación se englobaban ahora en la cartera de Instrucción; Hacienda heredó también la de Economía; Sanidad, la de Seguridad Social; y la cartera de Defensa heredó las competencias de los antiguos ministerios de Interior y relaciones internacionales, así como las de los ejércitos de España, como era lógico. Preguntado por el de Justicia, el Presidente dijo que eso escapaba a las competencias del Gobierno, pues era exclusiva de los que han de interpretar las leyes, que no eran ni él ni el Legislativo. El criterio del nuevo Presidente era que el trabajo se podía hacer sin ministerios y con más funcionarios cualificados, para que el cambio de gobierno no supusiera un cambio drástico en el Estado ni en la sociedad española, aunque los secretarios iban adjuntos al cargo de Presidente y cesaban con él. Y que la división de poderes había sido muy sabiamente blindada en la propia Constitución, de modo que todo intento de disminuirla se consideraba Golpe de Estado que obligaría al Ejército a desarticularlo automáticamente por medio de la Ley Marcial y convocatoria de nuevas elecciones legislativas y presidenciales.

Los mandatos presidenciales eran de cinco años, y los tres siguientes los ganó igualmente Jesús Gutiérrez, hasta que consideró que los 60 años ya era una buena edad para jubilarse un político, así que lo anunció a la nación en su discurso de Navidad. Su último acto como Presidente sería convocar las elecciones en febrero, aunque nunca las convocaría, por lo que veremos a continuación.

La política de nuevo cuño, en que el pueblo fue protagonista por primera vez en toda la historia de la nación, no gustaba a todos, y un grupo terrorista, el LSN (Liga Social Nacionalista) consiguió robar un misil al ejército y lo lanzó contra el Palacio de la Almudena cuando el Gobierno estaba reunido, resultando muertos los cinco miembros que lo componían. La sesión había sido larga, y eran ya las dos de la madrugada cuando al Ejecutivo le cayó el edificio encima. Jesús no se enteró, y no cerró los ojos porque para entonces ya no tenía ojos que cerrar: la temperatura se había elevado tanto que sus cuerpos fueron indistinguibles de las ruinas del edificio. Se aplanó el lugar y se levantó un monumento enorme encima a la memoria del Primer Gobierno de la Democracia, que consistía en cinco estatuas bastante parecidas a los muertos en el atentado sentadas alrededor de la mesa, dos de ellos sosteniendo un enorme libro abierto y en ademán de hablar, mientras los otros tres escuchaban atentamente.En la parte superior de ese libro se podían leer dos palabras: Constitución Española.


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7 La herencia de la matriarca .English Esperanto Capítulo anterior. Sekvan

Esta vez algo había salido mal. Cuando abrió los ojos ya no era Jesús, sino María Jesús. Y no tenía 5 años, ni 14, ni 20. Ya había cumplido los 70, diez años más vieja que en su última vida… Esta de ahora estaba llena de recuerdos ya en el momento en que le vinieron los de las otras seis.

Abrió los ojos y escuchó en la radio que le había regalado su nieto Miguel en su último cumpleaños. La alarma de la radio le decía que aquel día tenía que ir al médico que le llevaba lo del ácido úrico. Mientras se duchaba se dio cuenta de lo caídos que tenía los pechos, los que habían nutrido a sus cinco hijos. Cada uno de ellos le había dado tres nietos, excepto Andrés, que también había tenido cinco hijos. Le habían dado 17 nietos entre todos.

Recordó a su esposo fallecido, ingeniero industrial, autor de varios inventos que patentó y de los que ella vivía de modo bastante holgado, además de su pensión de profesora y los negocios que su marido y ella habían heredado de sus suegros. Había enseñado Matemáticas en el instituto Cabrera Pinto, de La Laguna, Tenerife, durante 30 años, hasta que se jubiló, dos años antes del accidente de su marido.

Je, recordaba la cara de su padre cuando le dijo que quería ser profesora:

Por eso María Jesús estudió Química, doctorándose con buenas notas en Química Física.

En la cantina de la universidad conoció a su Eleuterio, que estudiaba entonces Selectivo de Técnicas, y al año siguiente se fue a Madrid a estudiar Ingeniería Industrial. Se escribían todas las semanas, y cuando llegaron las vacaciones, él se presentó en casa de los padres de María Jesús para pedirles la mano.

Don Abelardo estaba radiante:

Sus dos hijos, Abelardo y Luis, no habían querido estudiar ingeniería, que según don Abelardo era lo que había que estudiar para no morirse de hambre. El mayor se había hecho aparejador, y el menor se había dejado los estudios y, tras una bronca con su padre, se había ido de voluntario al ejército, donde ya había ascendido a Cabo Primero a los tres años de reengancharse. Con los años habría llegado a teniente justo antes de jubilarse.

Cuando acabaron la carrera, los novios se casaron, y por fin María Jesús se vio libre de las manías y cambios de humor de su padre y de las lágrimas de su madre. No, la vida no había sido fácil en aquella familia, como en muchas que habían sufrido la Guerra Civil.

Cuando tuvo a su primer hijo, al que llamó Jesús para honrar a su madre, a la que le hacía ilusión, los abuelos se pusieron muy contentos.

La vida había transcurrido muy deprisa, y ahora sus hijos eran los que tenían nietos. De los suyos era Miguel el que más visitaba a su abuela, y el primero que le trajo un biznieto, Carlos, que se hizo ingeniero nuclear.

A menudo ella se preguntaba qué había salido mal, porque después de haber vivido como varón 6 veces, la 7ª había sido mujer. Pero, a la vez, pensó que era bueno no desaparecer, sino aparecer como matriarca. Debía dar las gracias al Cielo. El profesor, militar, sacerdote, psiquiatra, músico y político se había transformado en bisabuela, toda una matriarca de 70 años de edad…, solo que en realidad ya había vivido 358 años, los mismos las siete veces. Por eso había pasado miedo en su niñez, en aquel hogar desgraciado, como lo eran todos en los años 50, y su adolescencia apalizada por ser tan contestataria, aunque menos que sus hermanos varones. Se había ido de casa, el tercer hermano, Luis, el menor de los varones, y no había vuelto después. Marifé había estudiado Hispánicas y era a la que mejor le había ido.

Pero a ella, Chusa —como la llamaban sus padres y hermanos desde pequeña— tampoco le había ido mal del todo, aunque todo no fueron alegrías. Cuando murieron sus suegros, ellos heredaron cinco fábricas que tenían en el archipiélago, pero su pobre Eleuterio tuvo un accidente poco después de jubilarse y quedó muy mal de la cabeza. Tenía miedos y terrores cuando las pastillas dejaban de hacerle efecto. Chusa se dedicó en cuerpo y alma a cuidar de su amor. Hasta que en un descuido de ella, se tomó él dos tubos de aspirinas y la dejó sola.

Sintió entonces que su vida ya carecía de sentido. Sus hijos eran ya mayores y no la necesitaban, y su marido ya no estaba. Se sentía demasiado mayor y cansada para trabajar, y sus hijos se encargaban de los negocios familiares. ¿Qué iba a hacer? Pasaba temporadas con cada uno de sus niños; su madre había estado viviendo con ella sus últimos 30 años, hasta que murió en 2012. Su padre había muerto 28 años antes. ¡Cómo los echaba de menos! Doña Fina, como la llamaba todo el mundo, siempre sabía qué hacer, siempre con sus rezos, y hablando de El Señor y de lo que nos tiene preparado, con sus pruebas para ver si somos buenos cristianos la convencía…, hasta que un buen día, al abrir los ojos por la mañana, Chusa se acordó de pronto de los 327 años de sus otras 6 vidas y de la experiencia que había acumulado durante ellas: de los idiomas que aprendió, del arte militar, del oficio del servidor de Dios y de la ciencia de la mente y del cuerpo, de la música y de la guitarra, y también de los entresijos de la política… Sí, había sido una gran salida de su vida de frustración y duelo en que se había visto metida en los últimos diez años. Después de todo, ella había sido aquel Presidente que había traído la Democracia a España, ahora lo comprendía.

Ya era 2020 y en plena pandemia se despertaron sus nuevas capacidades en su cabeza y en su alma. Tomó el ordenador portátil que su nieto Miguel le había regalado un año antes, justo cuando la pandemia iba a desatarse, y se puso a escribir. Reescribió las tres novelas, en un mes, de las 176 que había escrito en su primera vida y no le había dado tiempo a publicar. Solo que ahora tenía muchos más conocimientos, y aquel cuento de la guerrillera Bosnia ahora se convirtió en una novela de más de 600 páginas. Las mandó a imprimir por internet, y se vendieron bastante bien en sus 9 lenguas, versiones todas ellas realizadas por la autora bajo el pseudónimo de Coromoto de la Llanura, en honor de una vieja conocida de su primera vida, a la que ayudó a escapar del infierno de Nicolás Maduro. También aquel día mágico de su pentecostés particular estuvo horas haciendo escalas con una guitarra que llevaba décadas colgada como adorno de un clavo de la pared en recuerdo de su esposo, que solía tocarla para acompañar su canto, y luego recorrió el diapasón recordando el Morceau de concert (pedazo de concierto) de Fernando Sor. Aquello le re ordó aquel momento en que él lo tocó con la Orquesta Sinfónica de Canarias según su propia versión.

En esta vida ella sentía que le debía al mundo la carrera literaria que había desarrollado en la primera, y algo más. Por eso puso punto y final a su 336ª novela antes de que se le acabara la vida. Y compuso cinco sonatas para guitarra.

Obtuvo antes de irse el premio Nadal, el Planeta, el Nobel de Literatura, y cuando su nombre se barajaba para el Cervantes, falleció a la edad de 99 años. En realidad 397 vividos en 7 sabores diferentes: literaria, militar, sacra, médica, música, política y matriarcal. Ese fue su testamento cultural, lo que les dejó a sus hijos. Y la Historia de la medicina que aún tuvo tiempo de compilar en el ordenador, si bien no de publicar.

Ella era el nexo de union de sus 5 hijos, sus 17 nietos y sus 40 biznietos. Todos se reunían en su casa de La Laguna, Tenerife, en Navidades y en su cumpleaños, el 2 de agosto, durante los últimos 29 años de modo especial. Antes de esa edad se veían esporádicamente, pero desde que recuperó la memoria de vidas pasadas, convocó a todos a presentarse ante ella sin excusas esas dos veces al año, aunque para ello tuviera que resolver muchos problemas que les impedía o dificultaba el viaje.

El 3 de agosto de 2049, faltándole solo 364 días para cumplir 100, doña Chusa (como le decían en broma sus nietos y con respeto el servicio) cerró los ojos por última vez. Pero esta vez hubo una diferencia. Ella había estado escribiendo ese día un montón de cartas. ¿Presentimiento? Le escribió a cada uno de sus hijos, nietos y bisnietos, para decirles lo mucho que los echaba de menos y lo adentro que los llevaba en su corazón. Empezó a hacerlo a las diez de la mañana, y le dieron las diez de la noche, y no paró ni para comer, ni para beber. No tenía ganas. Cuando terminó, imprimió todas las cartas, las dobló una a una y las metió en su sobre correspondiente, las franqueó y las dejó sobre la mesa para enviarlas al día siguiente por correo. Cuando terminó, se fue a la cocina, se tomó un vaso de leche fría y dos galletas, y se acostó, pensando en todas las cosas buenas que había disftutado en esta vida..., y en las seis anteriores. ¿Esta familia suya anulaba las otras seis que tuvo? ¿Dónde estaría su esposa, Miriam, la primera que tuvo en su primera vida? Cuando era un hombre, claro. Ahora, en esta, había tenido esposo. Este sí sabía que la estaba esperando en ese lugar donde vamos todos cuando dejamos este.

Sola, pero feliz, se desnudó totalmente, y se metió en la cama. Le gustaba dormir desnuda, sentir el frescor de las sábanas, y dejarse en ellas las neuras y las toxinas acumuladas durante el día. Lo había hecho así en sus últimas dos vidas. Y sonriendo, feliz, cerró los ojos poco a poco. De pronto se dio cuenta de que había algo raro: no respiraba. Haciendo mucho esfuerzo, consiguió hacerlo una vez más, y aquello el dio nueva fuerza a su alegría de vivir. Pero se encogió de hombros, y volvió a cerrar los ojos que había abierto de par en par: sí, allí estaba su techo de color rosa, sobre el que se proyectaba la hora desde aquel despertador que le habían regalado en su último cumpleaños. Marcaba las 08:00 del 2 de agosto de 2049. La matriarca acababa de cumplir 99 años. Por primera vez estaba totalmente en calma. No oía el latido de su corazón, ni el rumor del aire que entraba y salía de sus pulmones, como en otras ocasiones en que había oído el silencio de su casa. Y cayó en un profundo sueño sin preguntarse cómo era posible que aquel reloj detuviese el segundero al marcar semejante fecha.

8 Resumen.English Esperanto Capítulo anterior.Sekvan

Cuando abrió los ojos de nuevo la vio otra vez: allí estaba su fiel compañera de siete décadas. ¿Había sido todo un sueño?

Se incorporó en la cama, contempló el dormir suave y profundo de su esposa, su buena Miriam, que al fin no fue una solterona, jamás fue su cuñada... Siempre a su lado.

Se levantó con cuidado para no despertarla, se fue a la cocina y se sirvió un vaso de leche, lo calentó y se lo tomó lentamente, sentado, reflexionando.

Aquel sueño había sido muy largo, muy sentido. Le había hecho volver a sus orígenes, y luego vivir una serie de vidas que quizá habría tenido si sus decisiones hubiesen sido otras. Lentamente sorbió su leche, lavó la taza y la cucharilla, y volvió a refugiarse en la cama conyugal.

Al acostarse, besó a su mujer en la frente, y no pudo dejar de expresar su amor con palabras:

Y sin embargo..., si había sido todo un sueño..., ¿de dónde le venían sus conocimientos del arte de la guerra, de latín y griego, de todas las lecturas que tenía como telón de fondo, que sabía que estaban ahí, en segundo plano, de medicina, de música..? ¿De dónde había sacado todas aquellas experiencias de sus otras seis vidas..? ¿De Inés, Isabel, Slavica..?

Incapaz de darse una respuesta, cerró los ojos, abrazado a su esposa. Sintió sueño, mucho sueño, y quedó profundamente dormido. Por segunda vez en sus vidas, observó que ya no respiraba. Fue cayendo lentamente en aquel sopor que sabía diferente del sueño normal. Su cuerpo reposaba poco a poco, desde los pies hacia la cabeza, hasta que su mente se detuvo por completo, disfrutando de la nada más profunda, más blanca y finalmente más obscura...

Horas más tarde, aunque a él le parecieron pocos minutos, abrió los ojos de nuevo. Lo que vio no se lo esperaba. Nunca lo había visto en ninguno de sus sueños. Ni en sus 7 vidas, en sus 397 años repetidos o sin repetir… Estaba tumbado en el suelo, con una hierba fresca y muy agradable acariciándole la piel.


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9 Y, sin embargo, te quiere.English Esperanto Capítulo anterior.índice.

Se incorporó y se zambulló en aquel río. Era inmenso, le calculó un kilómetro de ancho. La aguas eran limpias y su curso tranquilo. A ambos lados había césped y de vez en cuando había grupos de árboles frondosos que daban sombra, aunque no veía el Sol, a pesar de disfrutar de un día muy luminoso.

Salió del agua y vio que ya no era un anciano. Volvía a ser un hombre joven. Tendría alrededor de 33 años. Pero no sabía nada de esos años. Recordaba todas sus vidas menos esta. Pero estaba seguro de que no había nacido en el Sur de España ni en las Islas Canarias. Se sentía de allí, como si hubiera nacido en este extraño lugar del que nada sabía, y nunca se hubiera ido a ningún otro sitio. El goce y el dolor de aquellos 4 siglos los tenía presentes, pero estos 33 años se le escapaban, y no sabía si eran de la felicidad que sentía ahora, o no. Se contempló en aquella agua cristalina y se reconoció. Pero estaba desnudo. Se miró la mano, y vio que estaba ausente de arrugas, pero la vio de modo diáfano, al igual que las montañas lejanas, y las nubes blancas que lo observaban desde arriba, y llegó a la conclusión de que por fin ya no necesitaba gafas, ni de cerca ni de lejos. Tenía, pues un cuerpo nuevo que funcionaba bien, al ciento por ciento.

Allí estaba doña Lola, su vecina de La Palma, la que le cuidaba cuando sus padres se iban al cine. Ella vestía una especie de túnica color marfil, y ya no aparentaba los 90 años de edad que tenía cuando él la vio por última vez. Ahora aparentaba apenas 19, quizá menos, y parecía flotar en el aire, pues no le veía los pies.

Se acercó a ella y le dio un abrazo. Ella olía a rosas.

Jesús deseó tener una túnica como la de Lola, y enseguida se vio vestido como ella: de blanco marfil, y parecía que sus pies ya no tocaban el suelo.

Ella se echó a reír.

Jesús miró hacia arriba, hacia abajo, hacia el Norte, el Sur, el Este y el Oeste, y en todas partes lo vio. Lo saludó y entre ellos hablaron en otro lenguaje, el del amor. Y eso este humilde escritor no puede traducirlo. Es algo que Jesús me contó antes de esfumarse ante mis narices, pero que no acierto a expresar con palabras. Averígüelo el lector por su cuenta, que poder, puede.

FIN

En Murcia, a 20 de enero de 2023,
día de San Fabián, Papa,
siendo las 04:00 horas.


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