Son 23 cuentos cuyos personajes más importantes son ángeles o demonios. Escrito a lo largo de varios años, mientras estaba implicado de lleno en otros proyectos más ambiciosos, como La redención de Ecolgenia u Oficial y bailarina, este libro consta de veintiún cuentos de diversa longitud y carácter. Casi todos los cuentos son míos, excepto Escalera al Edén, que es de la joven escritora norteamericana Anne Lake; La apuesta, de Gema Gimeno Giménez, de Torrox, Málaga; y La balada de Elvis, del bostoniano Jack Crane afincado en Águilas, Murcia en aquel momento.
Este libro fue el Libro del año en 2018, durante el cual se pudo leer modo gratuito en español, inglés y Esperanto. Desde el 1 de enero de 2019 se puede encontrar en versión kindle en Amazon en inglés y español por poco dinero. Pero siempre se podrá leer en Esperanto de modo gratuito.
Todos los cuentos constan de una parte, excepto los siguientes:
Los otros cuentos de este libro son mucho más sencillos, como meras
anécdotas de la magia o divinidad (según se quiera ver) en los hechos
narrados. El hecho de figurar tres cuentos ajenos a mi pluma en este
volumen abre la posibilidad a que otros autores amigos quieran
contribuir con uno o varios cuentos sobre esta temática, o bien de
ángeles o de demonios. A todos ellos invito a enriquecer este libro.
Tanto «El súcubo y Tomasa» como «La apuesta» fueron escritos el día ocho de marzo, el Día de la Mujer Trabajadora. Espero que al menos estos dos cuentos les gusten a las trabajadoras.
Les presento, a modo de fragmento, uno de los cuentos presentes en esta antología. Espero que lo disfruten:
Diecinueve años tenía aquel ángel cuando el de la Misericordia vino a
por ella. Había nacido en una familia burguesa y había crecido con sus
padres y hermanos con las pequeñas tragedias de la vida diaria que no
llegaban a ninguna parte: que si un suspenso en matemáticas, que si se
peleaba con uno de sus hermanos, o ellos con ella, y de las alegrías
al llanto y viceversa, como todos los niños que ha habido en el mundo
desde siempre. Hasta que de pronto apareció Muriel mientras ella
dormía.
Isabel miró al Ángel de la Misericordia con desconsuelo, pero
mientras caía al suelo su hilo de plata recordó para qué había ido
ella a aquella gente, y sonrió. También recordó quiénes eran de verdad
sus padres y sus hermanos. Y supo que las peleas infantiles con sus
hermanos carecían de sentido ahora. Y las discusiones con sus padres.
Aquellos seres que dejaba en el mundo terrenal de hecho no tenían nada
que ver con ella. Ya no. A muchos se los había encontrado en otras
vidas. Con el que había sido su padre en esta se había casado en otro
siglo y habían tenido seis hijos. Sólo que ella había sido el hombre
aquella vez, y su padre reciente, su mujer. Cosas de la reencarnación,
que no respeta el sexo ni el parentesco previos.
¿Y cuál era el objeto de este trasiego de vidas? Pero no había
terminado de hacerse la pregunta aún cuando ya tenía la respuesta.
Se encontraría con Dios nuevamente, sí, y con Pedro, Pablo y varios arcángeles. ¿Qué les iba a decir? Ellos lo sabían todo de ella. Durante sus diecinueve años la habían visto a diario. Todas sus equivocaciones, una detrás de la otra. Y todos sus aciertos. No, no podía decirles nada, ni a favor ni en contra. No podía explicarles nada porque estaba todo claro. Ni cabía declararse culpable ni inocente. Ni sentirse mal por la pena que le correspondiese.
Ellos se miraron. Los cinco jueces intercambiaron miradas, y finalmente Pablo dijo el resumen de la sentencia:
Diez años habían pasado. Su hermano Facundo, que ya era un experto ingeniero técnico, se había casado con Inés, una de las mejores amigas de Isabel, en cuyo funeral la había conocido. Llevaban diez meses casados cuando vino al mundo el fruto de su amor.
Pero no le pudieron poner Isabel porque no fue niña, sino varón. Su nombre fue Isidro.
Por octava vez aquel espíritu se hizo carne. Y aunque durante un par de años aún veía a los espíritus celestes, esa facultad la fue perdiendo con el tiempo. Cuando ya supo hablar y contar lo que le pasaba, a los tres años, ya no recordaba que alguna vez los hubiese visto. Ni que tenía como misión ayudar a sus abuelos y a su hermano, ahora su padre, a tener un buen morir.
Murcia, a 4 de abril de 2014.