Paranoia.
Hay mucho miedo en el
ambiente. La gente transige con la pérdida de sus derechos porque tiene
miedo. Sí, hay gente que protesta y provoca muchas movidas, a
veces con exceso de violencia, y a eso se agarran los que viven de este
estado injusto de cosas para perpetuar el sistema injusto que vivimos.
Porque lo toleramos porque tenemos miedo.
¿Miedo a qué? No a una vida peor, pues vivimos peor que antes. No a la
inseguridad, pues cada vez hay más inseguridad ciudadana. No a que nos
roben, pues cada vez nos roban más, y casi siempre impunemente. No, yo
creo que es simplemente miedo a movernos. Como si nos creyéramos que
los que nos roban y abusan de nosotros van a dejar de hacerlo si nos
estamos quietos y callados.
Nos persiguen, sí, y nos roban y nos violan a diario en nuestros
derechos. Pero tememos demasiado y transigimos en cosas que van desde
lo nimio hasta lo más importante.
Hace poco tuve una absurda discusión con un informático que me decía
que las prescripciones que nos mandan desde el hospital vía internet
han de ir encriptadas por si acaso los hackers pueden abrir el pdf.
Le doy a entender que si su hácker puede descubrir la clave de mi
cuenta de correo, con la misma facilidad descubrirá la que él le pone a
mi pdf, y entonces recurre al argumento de todos los incompetentes: son órdenes, y además la ley lo dice.
Que el responsable de su disparate sea el jefe de quien lo comete, o el
Ministro del ramo, no demuestra que no sea disparate ni que deba
hacerse. Pero es una muestra más de la paranoia circundante.
Otro disparate mayor con el que transigimos todos indebidamente
es lo que pasa en los aeropuertos: se nos somete a un control vejatorio
antes de subir al avión, como si fuéramos criminales, dejando la
presunción de inocencia como un lujo de tiempos pasados. Todos hemos
visto el final de la película “Casablanca”: el personaje interpretado
por Ingrid Bergman va andando desde la puerta de la terminal hasta el
avión y se sube a él sin que nadie la cachee ni le haga quitarse los
zapatos ni tenga que mostrar lo que lleva en el bolso, quizá unas
tijeras para cortarse las uñas. Eso ocurría en plena Guerra Mundial.
Pero no había tanta paranoia como ahora.
Ahora todos somos criminales en potencia. Todos podemos llevar un arma,
y todos podemos intentar secuestrar un avión para estrellarlo
contra la sede del Gobierno o del Parlamento, que algunos creen la sede
de la soberanía popular. O sea, que todos podemos estar locos, ser
malvados y poner nuestros bajos instintos al servicio de nuestro
fanatismo. Y la única alternativa para no ser vejado, parece ser, es no
viajar en avión.
Pues miren ustedes: quédense con su avión y con su paranoia. Métanselos
en donde les quepa, que a mí ya no me caben ni sus torpes normas, ni
paranoias, ni sus embustes, ni el maltrato al que por sistema nos
tienen ustedes sometidos. Y no se atrevan a decirme que es por nuestro
bien. Por nuestro bien deberían ustedes gobernar y no por el de su
partido o el de la Emperatriz de Europa, Ángela Mérkel. Por nuestro
bien deberían ustedes promover y procurar una enseñanza decente, y no
ratear con el número de profesores ni de las ayudas para libros, ya que
ustedes no han tenido la valentía de hacer lo que se decía
inicialmente en la LOGSE: enseñanza sin libros. Claro que al anunciar
eso no habían contado ustedes con los lobbies de las editoriales y
quienes las sustentan. Si se preocuparan ustedes de nosotros,
nacionalizarían ustedes la electricidad, la telefonía, correos, los
transportes y demás servicios de utilidad pública, en lugar de
privatizarlos, como hizo en malhadada hora el Presidente Aznar sin que
ocho años de socialismo tuvieran tiempo de deshacer ese grave entuerto
que ahora nos pasa factura a todos los españoles. Si a ustedes,
políticos, les interesara el bienestar de los ciudadanos que les
pagamos el sueldo, antepondrían ustedes España a Europa, yéndose de
esta si por quedarnos se amenaza la supervivencia de aquella. Pero no
tendrán agallas ustedes, no. Una cosa es abusar del pueblo mediante los
medios de coacción que tienen ustedes a su disposición, y otra cosa es
enfrentarse a sus iguales de otros lares.
No, ustedes no se preocupan de nosotros. Ni hacen nada por que este
estado paranoico de las cosas desaparezca, sino que, al revés, lo
promocionan. Porque un pueblo acobardado es más fácil de dominar
y expoliar. Garantías que teníamos, a pesar de todo, durante la
Dictadura, ya no las tenemos. Ustedes, pseudo demócratas, están
haciendo bueno a Franco: en aquella época había terroristas armados,
pero nosotros podíamos acceder al tren en cuanto llegaba a la estación
y no sólo unos minutos antes. La policía ponía controles de carreteras
cuando buscaba algún terrorista o criminal peligroso, como El Lute,
pero no para ver si podía recaudar alguna que otra multa. Las multas no
era válidas si el policía no te paraba y te informaba de la denuncia.
Las multas no eran tan abusivas que superaran tu sueldo de un mes. No
te privaban de tu derecho a recurrirlas con el señuelo de que te
descontaban el 50% si no lo hacías. Y un largo etcétera que veo que se
va incrementando de día en día, cada vez que un político se cree
más listo que los demás al descubrir que «por el bien de la
causa» (por perversa que esta sea) está bien disminuir los derechos de
todo un pueblo que no lucha por ellos. Como subirnos el precio del
kilovatio-hora cuando se pasa de cierta cantidad, porque hay que ser
solidario. Hay que ser solidario por cojones. Y si no, te aplicamos esa
multa automática contra la que no cabe recurso alguno. O el proyecto
que, según he leído en internet,
tiene el gobierno de incrementar al doble el precio del kilovatio-hora
de ocho a diez de la noche, que es cuando las empresas están cerradas
pero los trabajadores están en casa limpiando, descansando, cenando,
viendo la televisión, o realizando cualquier otra cosa que sí requiere
el uso de energía eléctrica. Decir que el total del coste durante todo
el día es el mismo que ahora parece una burla, porque nadie se deja las
luces encendidas mientras está en el trabajo. Ni cenamos a obscuras de
ocho a diez. Pero es una manera de financiarles la electricidad a las
empresas. Es una ocurrencia del que criticaba las del anterior
Presidente del Gobierno: el actual Presidente del Gobierno.
Pero lo que puede hacer el pueblo en su dinámica de no hacer nada es no ir a votar. MIENTE QUIEN DICE QUE VOTAR ES UNA OBLIGACIÓN.
Ni cívica, ni ciudadana ni pueblerina: es un derecho. Y los derechos se
ejercen cuando a uno le da la gana. Tenéis derecho ir al cine, pero
vais sólo cuando os da la gana. Tenéis derecho a pedir una beca, pero
la solicitáis si os da la gana, no estáis obligados. Tenéis derechos,
como socios del Real Murcia, a ir a los partidos, pero sólo si os da la
gana. Tenéis derecho a estudiar en la universidad (si tenéis el dinero
que cuesta), pero lo haréis sólo si os da la real gana. Tenéis derecho
a vestiros de huertanos en la Semana de Primavera, pero sólo si os sale
del bolo. Tenéis derecho a ir a las procesiones de Semana Santa, pero
sólo si os apetece, aunque sea si Dios quiere. Por eso os pregunto: ¿os
da la gana apoyar a esta casta que nos expolia y nos priva de nuestros
derechos día a día? Pues la verdad, a mí no. Y no podréis evitar que yo
piense que los que sí os da la gana me estáis haciendo una putada.
Aunque tengáis derecho a hacérmela. Porque ya que estos tíos pasan de
nosotros, veamos si pasan de nuestro voto. Si lo quieren, que se lo
ganen.
Quizá el día en que nos neguemos a votar sea el primero que vivamos sin paranoia.
Si no estás de acuerdo,
estudiaré encantado las críticas que tengas a bien enviarme a mi dirección.