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27 ensayos.JESÚS ÁNGEL.

Licencia para matar.


A Juanjo le gustaba conducir. Ya no conduce. Pero no ha tenido ningún accidente que le haya dejado tetrapléjico, ni le han quitado la licencia de conducir, ni le gusta tanto el alcohol que prefiere beber en lugar de conducir. No, a Juanjo le ha dado un ataque agudo de decencia, de dignidad y de autodefensa.

Hace un año Juanjo iba conduciendo su Porsche 911 Carrera de ciento doce mil euros por la A7, camino de  Granada, desde Alicante. Otras personas se gastan el dinero en casas, en mujeres, o en otros lujos, pero a Juanjo le apasiona conducir, y se gastaba el dinero en coches fiables, buenos, de lujo, sí, de esos que da gusto conducirlos. Y se hallaba camino de Granada, para ver una vez más ese monumento de arte cimero, esa joya patrimonio de la Humanidad, la Alhambra de Granada, el Palacio Rojo, si lo traducimos literalmente del árabe. Pero cerca del Puerto de La Mora, empezaron a caer gotas de lluvia. La autovía es buena, tiene dos carriles a cada lado, y parece bastante sólida.

Cuando rebasaba ya el puerto, Juanjo, que iba a una buena velocidad, a unos ciento cincuenta kilómetros por hora, adelantó a un Citroen C6 que iba a 120 solamente. Pero poco después las cuatro gotas se convirtieron en una verdadera ducha, parecía haberse hecho de noche súbitamente, y no se veía a más de dos metros por delante del coche, a pesar de contar con sus buenos faros de última generación. Hombre prudente que desea llegar a viejo, Juanjo redujo la velocidad de su bólido a 80 kilómetros por hora, puesto que un golpe de su coche a gran velocidad sería mortal de necesidad para otros usuarios de la carretera, y quizá para él mismo también, a pesar de los sistemas de seguridad que pone la marca a estos coches de élite.

Diez minutos más tarde, observó por el retrovisor que un coche se le acercaba por detrás. Se trataba del Citroen C6, en el que, observó al pasar, iban cuatro personas. Se maravilló de que el conductor no fuese consciente del peligro, y que aplicase la misma velocidad a su vehículo en tiempo primaveral que en el diluvio en el que estaban inmersos en la montaña, que a pesar de estar atravesando por medio de una autovía, siempre hay más peligro. A los pocos minutos dejó de ver las luces traseras del C6, a pesar de llevar puestas las anti-niebla.

El coche que Juanjo ya no conduce.Poco más adelante le pareció oír algo raro, pero lo achacó a su imaginación, puesto que lo único que se oía con claridad era el repiqueteo de la lluvia sobre el techo y el capó del coche y el rugido de su motor. Súbitamente lo vio: encontró en mitad de la carretera la defensa de un coche, y tuvo que maniobrar hacia la izquierda para evitarla, a la vez que le daba un pisotón con ambos pies a los pedales del freno y del embrague, entrando el coche en una especie de hipo controlado por el sistema ABS, que por suerte no falló, porque en esos coches nunca fallan... Y porque Juanjo, aventajado alumno de varios cursos de conducción en condiciones difíciles que organiza el RACE (Real Automóvil Club de España) en Madrid, sabía que era la manera de detener su coche en tiempo mínimo. Así y todo, tuvo que esquivar a un autobús volcado, que ocupaba un carril y medio. Cuando consiguió detener del todo su coche, echó un vistazo a la carretera, sin bajarse del vehículo, y vio un escenario dantesco: con el motor apagado, puso la marcha atrás, y con la luz trasera de su coche vio con un poco más de precisión: el autobús estaba reventado, literalmente. Aquí y allí vio bultos obscuros, que intuía que eran, o habían sido, pasajeros del autobús. Rápidamente sacó de la guantera un chaleco reflectante, y saliendo por la puerta del copiloto, cogió los triángulos de emergencia y una linterna, y saltando por encima del quitamiedos, salió al flanco de la autovía, y por fuera de ella, desanduvo varios cientos de metros, haciendo oídos sordos a los gritos de agonía y de dolor que le llamaban, cual sirenas desgarradoras, desde el centro de la autovía a lo largo de varios cientos de metros. Una vez que rebasó al autobús, vio lo que quedaba del C6 que le había adelantado apenas un cuarto de hora antes, volcado y aplastado. Sus cuatro ocupantes estaban, presumiblemente, muertos. Aún anduvo cien metros más, y observando y escuchando con mucha atención, saltó de nuevo el quitamiedos y puso, lo más rápido que pudo, un triángulo de emergencia reflectante, y regresó corriendo al otro lado del quitamiedos, su escudo contra la muerte. Aún anduvo otros doscientos metros, y puso el otro triángulo a idéntica altura hacia adentro de la autovía, justo entre los dos carriles. Volvió rápidamente a "su" lado del quitamiedos, y entonces llamó al 112 y al 061, comunicando el accidente.

Durante los diez minutos que tardó en llegar la ayuda, Juanjo permaneció en su lado del quitamiedos, en el que no muere la gente habitualmente, haciendo señales con su linterna a los coches que pudieran aproximarse. Cinco coches le vieron y pararon a tiempo, siendo informados por él, y a su invitación sus ocupantes se pasaron a su lado del quitamiedos. Hasta que oyeron las sirenas y finalmente llegaron, a la vez pero de direcciones contrarias, dos coches de la Guardia Civil y una ambulancia. Detrás de la misma llegaron aún diez ambulancias más.

Los guardias civiles cortaron la carretera en ambas direcciones, y sacaron muchas fotografías. Aparentemente habían sobrevivido diez pasajeros del autobús y el conductor. Y Juanjo, pero él no era ni testigo ni actor de ese accidente. Total, cuarenta y cuatro muertos. Rápidamente los policías organizaron el tráfico, y permitieron seguir su camino a los seis coches que aún permanecían en la zona, pero cerrándola al resto del tráfico hasta que los bomberos acabaran su tarea y se retirasen los vehículos siniestrados.

La encuesta subsiguiente demostró que había sido un accidente desgraciado que no pudo ser evitado, dadas las poco favorables condiciones atmosféricas. No sirvió de nada que Juanjo le dijese a los guardias civiles que aquel coche iba a 120 kilómetros por hora. Iba dentro del límite legal de velocidad, le dijeron.

Una semana después Juanjo recibió en su casa la comunicación de que se le había puesto una multa de doscientos euros por haber rebasado el límite de velocidad en un 25%.

No corras y no bebas, es todo lo que se les ocurre a los responsables de la seguridad vial de este país. ¿En manos de quién estamos?

Juanjo pagó la multa, vendió su maravilloso Porsche 911 Carrera por un buen precio, y las pocas veces que viajó en lo sucesivo lo hizo en tren o en avión. Pero viaja poco. Se ha comprado una casita a la vera del mar, y allí trabaja por internet para una empresa extranjera, dándose los lujos que puede. Pero desde su atalaya marítima sigue contemplando la vida de lemmings que llevan sus conciudadanos, que se creen que los gestores de lo público hacen algo por mejorar sus vidas, o al menos salvaguardarlas. Con leyes como la del tabaco, la del aborto, la del divorcio, y los puntos que te quitan si no eres bueno y no haces lo que ellos dicen. Que conducir bien es otra cosa.



 Si no estás de acuerdo, estudiaré encantado las críticas que tengas a bien enviarme a mi dirección.





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