Discutamos en paz.
El
arte de hablar se basa en el bien decir y mejor escuchar, que no
postular y estar de acuerdo, pues si hablamos dogmáticamente no hay
debate posible porque estamos en el púlpito adoctrinando a nuestros
feligreses, y si todos estamos de acuerdo, el debate no es posible.
Además, a nadie aprovecha hablar con un necio.
Como en todo otro juego serio, el diálogo tiene sus reglas,
tampoco le faltan los tramposos, que fuerzan unas reglas asimétricas
pues para los demás está el “no me interrumpas” mientras que para ellos
hay patente de corso para interrumpir a placer. Eso de tener dos reglas
diferentes para sí y para los demás es lo que hacen los psicópatas, y
estos lo son del debatir. Cuando no les hacen caso y no se aceptan esas
reglas embúdicas intentan descalificar al contrario, que es otro cambio
en las reglas del juego que les enfurece cuando los demás no pican y
siguen ese juego tan poco respetuoso; o cambian el tema a otro en el
que suponen que ellos saben más que los demás para jactarse de la
ignorancia ajena y de la sabiduría propia, como si los ignorantes no
tuvieran derecho a opinar; para acabar en último término con esa memez
tan aceptada de que esa opinión es tan respetable como la mía, que es distinta.
Pero al decir eso demuestran la necedad propia y ajena porque las
opiniones tienen sus límites y además no todas son aceptables: se puede
opinar que el Sol es azul, pero eso sería una memez y el que la dijera
en serio sería, si pretendiera que se le aceptara como «opinión
respetable», un majadero o un loco. La educación y el respeto se les
supone a todos, pero en los debates se evidencia su ausencia en las
personas que no escuchan y sin embargo peroran en sus sinrazones, que
pretenden hacer pasar como dogmas de fe y que además se les acaban de
ocurrir a ellos porque son muy inteligentes.
Desgraciadamente para ellos, los dogmas no existen más que como hipótesis de trabajo,
y las quemas de brujas son ya tan virtuales y tienen tan poco fuste que
son desactivadas por una sonrisa o un encogimiento de hombros.
Además, esos tertulianos tan desarmados retóricamente deberían
comprender que todas las opiniones no son respetables ni despreciables,
pues lo que sí es respetable y apreciable siempre (aunque unas más que
otras) son las personas. Las cosas que dicen son atractivas o
desagradables, ciertas o falsa, interesantes o aburridas, justas o
injustas, necias o sabias. y generan violencia y malestar o no. Para
generar violencia en un debate no hay que insultar necesariamente ni
decir algo insultante. Basta que quien escuche sea violento,
intolerante o grosero; a menudo las tres cosas a la vez.
Para que un debate sirva para algo, por ejemplo para aclarar ideas, o
para enterarse de lo que piensa cada uno, hay que observar muy pocas
reglas: una de ellas es escuchar lo que dicen los demás, apuntándolas
en un papel si fuera necesario. Otra regla es no interrumpir nunca, y
la tercera es no dejar que te interrumpan cuando tú estás hablando. No
faltan caraduras que te acusan de interrumpirles cuando tú estás en el
uso de la palabra y son ellos quienes te interrumpen, y ante tu
silencio momentáneo se apropian de tu turno de palabra y te acusan
luego de interrumpirles. O bien cuando peroran demasiado tiempo como si
estuviesen dando una conferencia, porque se las dan de expertos en el
tema (lo sean o no) y defiendan el derecho a opinar exclusivo de los
expertos. Esa gente se toma muy mal el derecho de «los ignorantes» a
opinar libremente en «sus» temas de investigación, de los que no
tienen, por cierto, la propiedad exclusiva.
Para poder discutir sobre un tema hay que partir de la base de que uno
sabe poco, por mucho que sepa, y que además lo poco que sabe lo puede
haber entendido mal. Los datos están ahí, claro, y no son discutibles
en sí: la interpretación que se pude haber hecho de ellos, sí lo es.
También hay que tener tanto respeto por las otras personas como el que
uno aspira obtener de ellas, pero si ve que eso no es posible,
uno puede optar por irse o por condensar su pensamiento en frases
epigramáticas, es decir, cortas y cortantes, aunque se las considere
ataques personales. Con mucha frecuencia se aceptan sólo las ideas que
uno comparte, y se conculca el derecho de los demás a tener otras.Y
eso, según he observado en debates propios y ajenos, hay cosas que la
gente no admite, como por ejemplo que en España no ha habido
nunca ni hay ahora democracia, aunque todos hablen de «esta
democracia, aunque no sea perfecta», ignorando que no hay grados de
democracia: o la hay o no la hay. Si hablamos de «democracia de
partidos», estamos cayendo en el mismo error que los franquistas cuando
hablaban de su «democracia orgánica». En aquella época la supuesta
democracia estaba tutelada por el régimen, y en esta por los partidos,
o sea por el régimen: ¿tan poquito hemos avanzado? Sí, hay libertad, y
la libertad es necesaria para que haya democracia, pero no es
suficiente. Hace falta algo más: representatividad. Por eso ni la
orgánica ni la partidista son democracias, pues la democracia sólo
admite un calificativo: real, o de verdad, y lo demás son pajas
mentales interesadas. Porque la democracia es el gobierno del pueblo, y
si hay que delegar en diputados por el gran número de habitantes del
pueblo, estos han de ser responsables ante el mismo, y el pueblo ha de
tener un mecanismo flexible y ágil para defenestrar pacíficamente a los
representantes cuando dejan de confiar en ellos. La dictadura
cuatrienal que padecemos ni es operativa ni deseable por nadie. Al
menos por el 55% de los españoles, a juzgar por la última encuesta
fiable, las elecciones europeas de 2014.
Por todo ello debatir es un arte al alcance de pocos. No cuenta que se
digan las cosas, cuanta lo que cada uno aprenda en un debate bien
llevado. Lo malo es que no todos sirven para moderar un debate, y la
mitad de los que sí, tampoco lo pretenden.
Estudiaré encantado las críticas que tengas a bien enviarme a mi dirección.