Dinero: una historia de interés y miedo.
Desde
que se inventó el dinero ha sido mal utilizado. Es una idea genial,
desde luego, que te permite intercambiar tu esfuerzo con el de tus
semejantes. ¿Cuánto vale una hora de esfuerzo de un agricultor? ¿Y la
de un oficinista? Difícil intercambio, ¿verdad? Pero el fruto de la
labor del primero es la cosa concreta que ofrece en el mercado, si la
gente se lo quiere comprar y ve que pronto se le va a acabar, sube el
precio. Si ve que la gente prefiere no comprárselo, lo baja para
venderlo todo antes de que se le estropee. El oficinista también ha
ofrecido sus servicios en el mercado en la antigüedad, y según los
historiadores se veía junto a los tradicionales puestos de tomates o de
ropa una mesita y dos sillas, en una de las cuales había un
escribiente con pluma, tinta y pergaminos, cuya misión era escribir lo
que la gente analfabeta, que era la mayoría, le pedía que escribiese
para enviárselo a sus familiares o amigos que vivían en otros lugares;
pero también leía a los clientes lo que les habían enviado a ellos de
esos sitios. Eran otros tiempos en que los oficinistas cobraban lo que
querían, pues no se relacionaban mucho entre ellos. No los había en
todos los mercados, y era un oficio que pasaba de padres a hijos, como
todos.
Con la educación reglada eso fue desapareciendo, y hoy en día son los
propios mercateros los que se escriben sus cosas, al igual que el resto
de la población, que ya no es analfabeta, o casi. Sí, mal que bien todo
el mundo sabe escribir, aunque decir algo con lo que escriben es otra
cosa, claro. Porque es increíble la gran cantidad de artículos, e
incluso libros, que se escriben y se publican sin que el lector pueda
llegar a concluir qué es lo que el autor ha querido decir, ni si se ha
enterado de algo. Los juntaletras pueden producir palabras, que
habitualmente no se les han ocurrido a ellos, sino que las han visto u
oído en algún sitio. Luego están los que son capaces de juntar
palabras de forma inteligible para construir un pensamiento que
el lector puede llegar a comprender. Un paso más allá dan los que
consiguen juntar frases de modo homogéneo y relacionado de forma que
puedan construir un párrafo imaginativo, que es lo que a mi juicio
forma la UNIDAD DE PENSAMIENTO.
Un párrafo puede constar de una o más palabras, pero ha de expresar una
idea completa. El párrafo puede ir totalmente independiente de todo
otro texto, y entonces constituye lo que llamamos «pensamiento» o
«frase lapidaria», aunque en realidad ya no se la esculpa en lápida (o
piedra) alguna, incluso si pensamos que merecería la pena hacerlo. Es
el caso de frases como «El tiempo es oro», o «No pidas lo que no das».
Suelen ser frases que te hacen pensar.
Pero lo normal es que un párrafo conste de una o varias frases. Los
ingleses diferencian entre frase y sentencia: esta es un pensamiento
completo (sentence) y la frase es un conjunto de de palabras que forman
una unidad dentro de la «sentence». Pero nosotros consideramos frase,
sentencia u oración lo mismo, y la única diferencia que hacemos es
entre oraciones subordinadas y principales, siendo la misma cosa
«sentence» que oración principal más las subordinadas que pueda tener.
Una oración puede ser de una sola palabra o varias páginas llenas de
ellas. Y los párrafos están formados por una o más oraciones. Para los
que aprobaron la lengua copiándose o por enchufe recordaremos que una
oración principal es la que significa algo ella sola, y la subordinada
es la que no significa nada concreto si no va enganchada a la oración
principal de la que depende.
¿Se acaban aquí las construcciones del texto? Pues no: los párrafos han
de estar combinados entre sí, y la unión de todos ellos puede formar un
libro, que no es más que un conjunto de piezas de papel del mismo
tamaño encuadernadas (o sea, pegadas o cosidas) para que no se pierda
ninguna. Cada una de ellas se llama hoja o folio, y tiene dos
páginas. Cuando el texto cambia de temática se interrumpe la
sucesión de párrafos con el inicio de una página nueva, y a eso lo
llamamos un nuevo CAPÍTULO. Varios capítulos forman una narración, que
puede ser un cuento (aunque la mayoría tienen un solo capítulo), ensayo
o novela, según sus características. Pero nada de esto es obligatorio.
Un buen relato puede ser larguísimo y constar de un solo capítulo, como
una es nuestra vida.
¿No habéis tomado en las manos un libro que no habéis podido dejar de
leer hasta el final por mucho que hayáis tardado en terminar? A mí me
pasó con Los propios dioses,
del inefable Isaac Asimov. Decimos que ese libro OS HA ENGANCHADO y
eso, se dice, significa que “el libro es bueno”. Tonterías Lo que
significa es que el libro te ha gustado, te ha seducido tanto que no
has notado el paso del tiempo. O que, al menos, te ha convencido. El
objetivo del autor es convencer al suficiente número de lectores para
que compren su libro y pueda él vivir del cuento. O de la novela, o de
sus versos, o del género que el autor en cuestión viva. El autor
no puede, sin embargo, escribir para un lector que no conoce, pero
puede escribir para sí mismo. Es lo que hacemos todos, aunque es cierto
que no es lo mismo escribir lo que a uno le gusta de verdad que lo que
uno cree que le va a comprar mucha gente. Con lo segundo es fácil
equivocarse, con lo primero no se equivoca uno nunca.
Todo esto que os he contado tiene mucho y nada que ver con el dinero,
al mismo tiempo. Todo aquel que escribe quiere recibir dinero por los
libros que crea, lo necesite o no. Ingresar mucho dinero por sus ventas
significa que hay muchos lectores que piensan que es una buena idea
gastar dinero en comprar sus libros, lo cual no sólo le llena al autor
el bolsillo, sino que también le infla el ego, libro a libro.
¿Y qué sucedería, entonces en un mundo sin dinero? ¿Cómo nos afectaría
a los escritores? A los bestselleristas claro que les afectaría, y
mucho, porque dejarían de escribir: no hay dinero, no hay libros. Otros
se podrían por fin dedicar a escribir los temas y géneros que les
gustan de verdad. Y la literatura ganaría mucho en calidad. Es decir,
la criba que se hace cuando los que dictan la moda pasan a segundo
plano se realizaría de forma inmediata y automática. No habría nada que
ganar, excepto lectores y buen gusto. Desaparecería la piratería, pues
nadie dedicaría tiempo y esfuerzo a bajarse cosas sin pagar al autor,
pues coger las obras de tu autor favorito y ponerlas en otra web es
facilitarle un nuevo estanco virtual, un canal de distribución para que
esos libros se conozcan más, consiguiéndole nuevos lectores, lo que es
de agradecer.
Al resto de la humanidad la desaparición del dinero beneficiaría aún
más, si se consigue que no haya gandules que se quieran aprovechar del
esfuerzo de los demás y todos actúen siempre con bondad de corazón y
ganas de ayudar.
Es difícil, pero se puede hacer. Sería una revolución, claro, que sólo
puede venir desde abajo, como todas las revoluciones: la que resolvería
los problemas derivados de la especulación, el robo, los asesinatos y
los abusos de poder. Porque cuando ganamos todos, nadie pierde. Y las
dos herramientas que pueden posibilitar serían la generosidad y las
ganas de trabajar.
Estudiaré encantado las críticas que tengas a bien enviarme a mi dirección.