¿Qué es la iglesia para un ateo?
Caminando por las calles
del casco antiguo de Benidorm encontré una iglesia, la de San Jaime y
Santa Ana. Me introduje dentro más por ver la imaginería que presentan
al publico, su tesoro artístico, que por una devoción que no tengo. En
una iglesia no se puede uno dejar el sombrero puesto, no puede hablar,
no puede tomar fotos con flash..., pero en ningún sitio dice que no se
pueda escribir. Por eso cojo la estilográfica que me regaló Marta y,
sentado, escribo mis reflexiones sobre esta pregunta que me he hecho al
entrar.
¿Por qué he entrado?
Para ver a los santos. Pero, ¿eran santos estos que veo representados
aquí? Es poco probable. A lo mejor eran buenas personas, pero quizá no
santos. Imaginación viene de imagen, y la imagen es lo que vemos. Los
escultores que usaban la madera como materia prima se imaginaban, si es
que lo hicieron, a tantos santos y vírgenes e incluso al mismo
Jesucristo a partir de gente que conocían. Casi todas las tallas son de
gente pequeñita, de un metro cincuenta a lo sumo, y abundan los
cejijuntos. Así era la gente en España antes del Pelargón y de la
alimentación aún mejor de tiempos posteriores, o sea, los modelos de
aquellos escultores con mejor o peor fortuna retratados, y lo que de
verdad vemos.
Por eso a la pregunta ¿Por qué un ateo entra en una iglesia?, la
respuesta obvia es: para ver imágenes del pasado. Por lo tanto: ¿Qué es
una iglesia para un ateo? Es un museo. Un museo de arte y de
antropología. Ve lo que no ve el cegado por la fe: cómo era la gente en
el pasado. Porque el ateo no es persona de poca fe: es persona de
ninguna fe. Por suerte, porque al menos ve lo que tiene delante de las
narices.
Al pasar por delante de El Santísimo,
que suponen los creyentes que está en el sagrario, no saludan ni se
genuflexan, y sin embargo no desciende el cielo rayo que los parta,
porque, razona el ateo, para que eso sucediese tendría que existir
Dios, cuya existencia niega, y además debería ser malo, vengativo y
tener muy mala leche, tres cualidades que vuelven a negar la calidad de
ser dios. Tendría que ser un diablo, no dios. Y el diablo no reside,
por definición, en la iglesia.
Los ateos, al contrario, son muy bondadosos con Dios: no le echan la
culpa de nada. Los creyentes hablan de la maldad en el mundo. Los ateos
lo explican todo de una forma más bondadosa: la ignorancia del hombre
es lo que causa tanto daño a los inocentes. Los ignorantes que piensan
que haciendo en menos a los demás son ellos más importantes y por lo
tanto tienen derecho a más cosas, que si no les son dadas, las toman
ellos por su cuenta. Dependiendo de a qué mafia pertenezcan la cosa les
saldrá gratis o no. Si son de la mafia de los políticos la cosa les
suele salir bien, a no ser haya algún ajuste de cuentas entre ellos,
pues cuando entran en disputa es cuando salen los trapos sucios y hay
procesos judiciales.
El ateo se ríe de esas motivaciones y líneas de conducta y normalmente
vive mejor que todos ellos, pues no siendo millonario, vive mejor que
los que le deben los millones a gente y credos en los que no creen,
sean políticos o religiosos. Porque la religión más peligrosa se llama
política. A esa también es averso el ateo.
Todo esto es lo que me sugirió esta reflexión en la iglesia de San
Jaime y Santa Ana de Benidorm el veinticinco de enero de dos mil trece,
a las doce y cuarto del medio día.
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Si no estás de acuerdo,
estudiaré encantado las críticas que tengas a bien enviarme a mi dirección.