Apego y desapego: hablemos del amor.
Dicen que el amor primero
es el amor propio: si no te quieres a ti mismo, ¿por qué habríamos de
quererte los demás? ¿Por qué habría de quererte la persona que te gusta?
Mucha gente empieza una relación con alguien que le fascina, le
impacta, a quien admira, o que le llama la atención por algo. Con
alguien especial, porque cada uno de nosotros piensa que es especial.
Normalmente la gente no se preocupa por saber si es buena persona, si
es responsable y respetuosa, sino si tiene «tirón» o atractivo sexual.
Luego, si tiene una buena cartera y si está soltero o soltera, mucho
mejor. Porque ahora está de moda la mujer que no se quiere casar, pero
que se aparta de los casados como si fueran leprosos, porque «no
quieren hacerle a otra lo que no les gustaría que les hicieran a
ellas». Olvidan que él algo tiene que decir en el asunto. No está mal
para no querer casarse, ¿verdad? Porque si él quiere estar contigo en
lugar de con su esposa, es más, si puede hacerlo, es algo que tendrías
que valorar, y no siempre negativamente.
Y es que el apego a las tradiciones es difícil de erradicar. En nuestra
cultura occidental priman las relaciones biunívocas, de uno a una y
viceversa. La poligamia de los musulmanes y la poliandria de los
hindúes nos da repugnancia, si bien más a unos que a otros.
Pero eso es, en realidad, el aspecto oficial y formal del amor. El amor de verdad es
otra cosa, sin embargo: mucha gente se pasa toda la vida buscándolo sin
encontrarlo porque el amor de veras no es una persona. No es nada que
esté fuera de uno. El amor es algo que uno siente dentro, y que está
casi a flor de piel, si bien para encontrarlo, como todo, hay que mirar
hacia donde está de verdad, o en su defecto tocarlo con la mano y
cogerlo. Y una vez que uno lo encuentra puede compartirlo con alguien
de su elección. O dárselo graciosamente. Porque el amor-cambalache, ese
de «yo te doy para que tú me des», ese en el que «si tú no me das te lo
vuelvo a quitar», no es amor. Es otra cosa más fea, que puede llegar a
producir maltrato psicológico y a veces físico. Ese es un sentimiento
que lleva a la agresividad contra la persona que uno se había propuesto
amar. Es el sentimiento de los que ignoran que se muere, pero no se
mata por amor. Y menos a la persona en que se ha centrado ese
amor. Porque lo confunden con el amor propio.
Hoy en día se confunden las formas con el fondo, el voto con la
democracia, lo aparente con lo fundamental, el editorial con la libre
opinión, la consigna con la verdad. Y el sexo con el amor. Y no son lo
mismo, no.
Y entonces sobreviene la catástrofe: te dicen «tenemos que hablar», y
lo que hay que decir es que uno de los dos se va. O porque ha
encontrado a otro u otra, o porque ya tuvo bastante y se va a descansar
de tanto agobio, de tener que disimular o simplemente de que le dé la
vara. Y la otra persona, el dejado o la dejada, lo pasa muy mal. Todo
lo que el dejante se libera, lo sufre el dejado, y se le viene encima
una baldosa del tamaño del mundo. Y sufre el que no quería sufrir.
Porque en el amor todo son habas contadas: o lo riegas todos los días
con afecto, tolerancia, buena voluntad y unas gotas de ilusión, o se te
muere en las manos, y aunque durante años pretendas que todo sigue
igual, un buen día te levantas y ves con horror que no tienes mas que
un cadáver momificado. Y ante eso, ¿qué puedes hacer?
Hay dos soluciones: o te buscas un nuevo amor, o aprendes a vivir solo
o sola. Pero sin apegos, en ambos casos. Cuando aprendes a respetar a
la otra persona, a darle aire para que respire, a respetar sus
decisiones y no apegarte a tu propio juicio, cuando aprendes a negociar
sin perder la sonrisa aunque no te salgas con la tuya, habrás aprendido
a retener con los lazos de la simpatía, del cariño y del amor a esa
persona a la que quieres y por eso le entregas tu amor sin la exigencia
de que a cambio te dé el suyo. Porque la entrega del amor es un gesto
totalmente libre que no se renueva cada cuatro años, sino a cada
minuto. Pero para eso has de liberarte de todos tus apegos. Hasta por
la persona amada. ¿Que se va? Ya volverá, y si no vuelve, peor para él
o ella, y tu triunfo estará en que ambos lo sepáis. Y si vuelve, le
recibirás con los brazos abiertos, sin reservas ni reproches, porque ya
ha aprendido la lección, ya ha crecido, y sus fracasos por ahí le han
acercado a ti. Nada se ha perdido, sino que se ha ganado.
Por eso la cuestión es muy simple: tienes que elegir entre tus apegos y
el amor, entre hacer feliz a la otra persona o a ti, entre el amor y el
amor propio.
Estudiaré encantado las críticas que tengas a bien enviarme a mi dirección.