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27 ensayos.JESÚS ÁNGEL.

Apego y desapego: hablemos del amor.


Dicen que el amor primero es el amor propio: si no te quieres a ti mismo, ¿por qué habríamos de quererte los demás? ¿Por qué habría de quererte la persona que te gusta?

Mucha gente empieza una relación con alguien que le fascina, le impacta, a  quien admira, o que le llama la atención por algo. Con alguien especial, porque cada uno de nosotros piensa que es especial. Normalmente la gente no se preocupa por saber si es buena persona, si es responsable y respetuosa, sino si tiene «tirón» o atractivo sexual. Luego, si tiene una buena cartera y si está soltero o soltera, mucho mejor. Porque ahora está de moda la mujer que no se quiere casar, pero que se aparta de los casados como si fueran leprosos, porque «no quieren hacerle a otra lo que no les gustaría que les hicieran a ellas». Olvidan que él algo tiene que decir en el asunto. No está mal para no querer casarse, ¿verdad? Porque si él quiere estar contigo en lugar de con su esposa, es más, si puede hacerlo, es algo que tendrías que valorar, y no siempre negativamente.

Y es que el apego a las tradiciones es difícil de erradicar. En nuestra cultura occidental priman las relaciones biunívocas, de uno a una y viceversa. La poligamia de los musulmanes y la poliandria de los hindúes nos da repugnancia, si bien más a unos que a otros.

Pero eso es, en realidad, el aspecto oficial y formal del amor. El amor de verdad es otra cosa, sin embargo: mucha gente se pasa toda la vida buscándolo sin encontrarlo porque el amor de veras no es una persona. No es nada que esté fuera de uno. El amor es algo que uno siente dentro, y que está casi a flor de piel, si bien para encontrarlo, como todo, hay que mirar hacia donde está de verdad, o en su defecto tocarlo con la mano y cogerlo. Y una vez que uno lo encuentra puede compartirlo con alguien de su elección. O dárselo graciosamente. Porque el amor-cambalache, ese de «yo te doy para que tú me des», ese en el que «si tú no me das te lo vuelvo a quitar», no es amor. Es otra cosa más fea, que puede llegar a producir maltrato psicológico y a veces físico. Ese es un sentimiento que lleva a la agresividad contra la persona que uno se había propuesto amar. Es el sentimiento de los que ignoran que se muere, pero no se mata por amor. Y menos  a la persona en que se ha centrado ese amor. Porque lo confunden con el amor propio.

Hoy en día se confunden las formas con el fondo, el voto con  la democracia, lo aparente con lo fundamental, el editorial con la libre opinión, la consigna con la verdad. Y el sexo con el amor. Y no son lo mismo, no.

Y entonces sobreviene la catástrofe: te dicen «tenemos que hablar», y lo que hay que decir es que uno de los dos se va. O porque ha encontrado a otro u otra, o porque ya tuvo bastante y se va a descansar de tanto agobio, de tener que disimular o simplemente de que le dé la vara. Y la otra persona, el dejado o la dejada, lo pasa muy mal. Todo lo que el dejante se libera, lo sufre el dejado, y se le viene encima una baldosa del tamaño del mundo. Y sufre el que no quería sufrir. Porque en el amor todo son habas contadas: o lo riegas todos los días con afecto, tolerancia, buena voluntad y unas gotas de ilusión, o se te muere en las manos, y aunque durante años pretendas que todo sigue igual, un buen día te levantas y ves con horror que no tienes mas que un cadáver momificado. Y ante eso, ¿qué puedes hacer?

Hay dos soluciones: o te buscas un nuevo amor, o aprendes a vivir solo o sola. Pero sin apegos, en ambos casos. Cuando aprendes a respetar a la otra persona, a darle aire para que respire, a respetar sus decisiones y no apegarte a tu propio juicio, cuando aprendes a negociar sin perder la sonrisa aunque no te salgas con la tuya, habrás aprendido a retener con los lazos de la simpatía, del cariño y del amor a esa persona a la que quieres y por eso le entregas tu amor sin la exigencia de que a cambio te dé el suyo. Porque la entrega del amor es un gesto totalmente libre que no se renueva cada cuatro años, sino a cada minuto. Pero para eso has de liberarte de todos tus apegos. Hasta por la persona amada. ¿Que se va? Ya volverá, y si no vuelve, peor para él o ella, y tu triunfo estará en que ambos lo sepáis. Y si vuelve, le recibirás con los brazos abiertos, sin reservas ni reproches, porque ya ha aprendido la lección, ya ha crecido, y sus fracasos por ahí le han acercado a ti. Nada se ha perdido, sino que se ha ganado.

Por eso la cuestión es muy simple: tienes que elegir entre tus apegos y el amor, entre hacer feliz a la otra persona o a ti, entre el amor y el amor propio.

Estudiaré encantado las críticas que tengas a bien enviarme a mi dirección.

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