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27 ensayos.JESÚS ÁNGEL.

De la amistad.


Dicen que la amistad con personas del otro sexo no es posible, otros dicen que es deseable, y quizá la mayor parte de los que se quejan de eso es que nunca han sido amigos de verdad de nadie, sea del sexo que sea.

Es cierto que entre muchos de nosotros, y por desgracia de ellas también, impera la idea de que cuando se sale con alguien del otro sexo (me niego a decir “del sexo opuesto” porque los dos sexos son complementarios, no contradictorios ni se han de oponer por principio) es el macho el que tiene que pagar siempre. Luego están las que no, las que siempre intentan pagar “lo suyo”, sin que hasta ahora haya visto yo que ninguna sea lo suficiente “caballera” para que su generosidad o ganas de corresponder la lleve a tener la costumbre de pagar, o intentar pagar ella lo de los dos, en justa correspondencia por las veces que la han invitado a ella, sea ese hombre que ella invita o cualquiera de los anteriores. Esas muchachas no se cortan a la hora de hablar de la “solidaridad femenina” porque quizá se creen en la obligación o, lo que es peor, la necesidad de coaligarse contra el macho mandón y falócrata que se cree que lo que le pende es el bastón de mando que Dios le dio. Claro que si a ellas les decimos que lo que ellas recibieron no es la cerradura que abre el arcón del placer, sino de la Caja de Pandora de la que salen los demonios de destinatario único, el don Juan osado que logre abrirlo, se ponen de los nervios y te acusan de machista, falócrata y no sé cuántas cosas más, y suerte tendrás si no te acusan de maltratado psicológico, que no deja más huella visible que la mala leche de la difamadora de turno, a la que las leyes de este país, por inacción, siguen dejando impune.

Por eso la amistad entre especímenes humanos de los dos sexos (que no géneros, que es algo de las palabras y la clase de libros) es difícil. Cuando uno se va de vinos con un amigo, o cada uno se paga lo suyo (costumbre común en Cataluña y resto del extranjero) o cada vez paga todo uno, pero no siempre el mismo. Pero cuando voy con una o más mujeres no sé qué pasa que siempre acabo pagando yo. Y no creo que sea porque yo “soy mas rápido desenfundando”, que sí que es cierto, sino porque parece que ellas tienen la costumbre de desenfundar más lento. Claro, las pobres no llevan bolsillos, sino bolso, y la maniobra debe ser más lenta. Supongo que esta costumbre viene de los tiempos en que los hombres trabajaban y las mujeres no, y nosotros estábamos tan contentos y tan honrados de gozar de compañía femenina a la hora del café que nos apetecía pagar.

Pero ahora las tornas han cambiado mucho. Se quejan, y muchas veces con razón de que ellas cobran menos que nosotros, que trabajan lo mismo (al menos la misma cantidad de horas, que trabajar más en cada hora, o menos, depende del individuo o individua en cuestión) que nosotros, y que por lo tanto deberían cobrar lo mismo. Y yo estoy de acuerdo. Por eso, porque han de cobrar lo mismo, han de pagar lo mismo, y no buscar mantener los “privilegios de su sexo” y a la vez que no se les haga de menos.

Yo recuerdo que en una ocasión en Palma de Mallorca una de esas mujeres que me profesaba, al menos de boquilla, una “mera amistad” (como si a la amistad se la pudiera calificar de mera, somera, normal, de lujo, y súper) al tomarnos un café y constatar yo, con bastante fastidio, que se me había olvidado la cartera en el hotel, en principio me dijo que no importaba, pues ella pagaría, liberal que era. No obstante, a la hora de ver la factura no se cortó al preguntarme que si yo estaba seguro, que si no tenía una tarjeta de crédito por algún bolsillo… Con liberadas de esas no se llega a ningún lado. Pero aquel incidente me hizo caer en la cuenta de que hacía más de cinco años que no me había invitado ninguna mujer a nada, y desde entonces me puse las pilas. ¿De verdad los hombres tenemos que comprar la compañía de ls mujeres con invitaciones? Porque nada malo hay en invitarlas de vez en cuando, pero si lo que hay es una mera amistad, o pagamos a la catalana o lo hacemos a la española, pero no siempre el mismo. Algunas no se sonrojan al decir que “las damas no pagan”, pero quizá no saben, o maliciosamente callan, la segunda parte de ese pensamiento…: porque las damas no trabajan, al menos remuneradamente.

En fin, es una de las cosas que padecemos, un vicio menor de nuestra sociedad que sufrimos y que nadie señala por pereza, o puede que parezca políticamente incorrecto denunciar esta ley del embudo sexual, o porque a los machos ibéricos les da vergüenza, a estas alturas, ser el niño que dice que el rey está desnudo. Porque si las mujeres trabajadoras que nos ofrecen sólo amistad quieren ser coherentes, deberían ellas invitarse a algo de vez en cuando, pues no hacerlo dice que ellas no financian la amistad igual que nosotros, y cuando nosotros nos caemos del guindo y decidimos que no, que ya no queremos subvencionar la amistad con chatos o cafés, no nos queda más remedio que charlar con los amigOs en el bar sobre fútbol, toros o mujeres, y después cada uno que se pague lo suyo, que ya es bastante en estos tiempos de crisis.
Si no estás de acuerdo, estudiaré encantado las críticas que tengas a bien enviarme a mi dirección.




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