De la amistad.
Dicen que la amistad con
personas del otro sexo no es posible, otros dicen que es deseable, y
quizá la mayor parte de los que se quejan de eso es que nunca han sido
amigos de verdad de nadie, sea del sexo que sea.
Es cierto que entre muchos de nosotros, y por desgracia de ellas
también, impera la idea de que cuando se sale con alguien del otro sexo
(me niego a decir “del sexo opuesto” porque los dos sexos son
complementarios, no contradictorios ni se han de oponer por principio)
es el macho el que tiene que pagar siempre. Luego están las que no, las
que siempre intentan pagar “lo suyo”, sin que hasta ahora haya visto yo
que ninguna sea lo suficiente “caballera” para que su generosidad o
ganas de corresponder la lleve a tener la costumbre de pagar, o
intentar pagar ella lo de los dos, en justa correspondencia por las
veces que la han invitado a ella, sea ese hombre que ella invita o
cualquiera de los anteriores. Esas muchachas no se cortan a la hora de
hablar de la “solidaridad femenina” porque quizá se creen en la
obligación o, lo que es peor, la necesidad de coaligarse contra el
macho mandón y falócrata que se cree que lo que le pende es el bastón
de mando que Dios le dio. Claro que si a ellas les decimos que lo que
ellas recibieron no es la cerradura que abre el arcón del placer, sino
de la Caja de Pandora de la que salen los demonios de destinatario
único, el don Juan osado que logre abrirlo, se ponen de los nervios y
te acusan de machista, falócrata y no sé cuántas cosas más, y suerte
tendrás si no te acusan de maltratado psicológico, que no deja más
huella visible que la mala leche de la difamadora de turno, a la que
las leyes de este país, por inacción, siguen dejando impune.
Por eso la amistad entre especímenes humanos de los dos sexos (que no
géneros, que es algo de las palabras y la clase de libros) es difícil.
Cuando uno se va de vinos con un amigo, o cada uno se paga lo suyo
(costumbre común en Cataluña y resto del extranjero) o cada vez paga
todo uno, pero no siempre el mismo. Pero cuando voy con una o más
mujeres no sé qué pasa que siempre acabo pagando yo. Y no creo que sea
porque yo “soy mas rápido desenfundando”, que sí que es cierto, sino
porque parece que ellas tienen la costumbre de desenfundar más lento.
Claro, las pobres no llevan bolsillos, sino bolso, y la maniobra debe
ser más lenta. Supongo que esta costumbre viene de los tiempos en que
los hombres trabajaban y las mujeres no, y nosotros estábamos tan
contentos y tan honrados de gozar de compañía femenina a la hora del
café que nos apetecía pagar.
Pero ahora las tornas han cambiado mucho. Se quejan, y muchas veces con
razón de que ellas cobran menos que nosotros, que trabajan lo mismo (al
menos la misma cantidad de horas, que trabajar más en cada hora, o
menos, depende del individuo o individua en cuestión) que nosotros, y
que por lo tanto deberían cobrar lo mismo. Y yo estoy de acuerdo. Por
eso, porque han de cobrar lo mismo, han de pagar lo mismo, y no buscar
mantener los “privilegios de su sexo” y a la vez que no se les haga de
menos.
Yo recuerdo que en una ocasión en Palma de Mallorca una de esas mujeres
que me profesaba, al menos de boquilla, una “mera amistad” (como si a
la amistad se la pudiera calificar de mera, somera, normal, de lujo, y
súper) al tomarnos un café y constatar yo, con bastante fastidio, que
se me había olvidado la cartera en el hotel, en principio me dijo que
no importaba, pues ella pagaría, liberal que era. No obstante, a la
hora de ver la factura no se cortó al preguntarme que si yo estaba
seguro, que si no tenía una tarjeta de crédito por algún bolsillo… Con
liberadas de esas no se llega a ningún lado. Pero aquel incidente me
hizo caer en la cuenta de que hacía más de cinco años que no me había
invitado ninguna mujer a nada, y desde entonces me puse las pilas. ¿De
verdad los hombres tenemos que comprar la compañía de ls mujeres con
invitaciones? Porque nada malo hay en invitarlas de vez en cuando, pero
si lo que hay es una mera amistad, o pagamos a la catalana o lo hacemos
a la española, pero no siempre el mismo. Algunas no se sonrojan al
decir que “las damas no pagan”, pero quizá no saben, o maliciosamente
callan, la segunda parte de ese pensamiento…: porque las damas no
trabajan, al menos remuneradamente.
En fin, es una de las cosas que padecemos, un vicio menor de nuestra
sociedad que sufrimos y que nadie señala por pereza, o puede que
parezca políticamente incorrecto denunciar esta ley del embudo sexual,
o porque a los machos ibéricos les da vergüenza, a estas alturas, ser
el niño que dice que el rey está desnudo. Porque si las mujeres
trabajadoras que nos ofrecen sólo amistad quieren ser coherentes,
deberían ellas invitarse a algo de vez en cuando, pues no hacerlo dice
que ellas no financian la amistad igual que nosotros, y cuando nosotros
nos caemos del guindo y decidimos que no, que ya no queremos
subvencionar la amistad con chatos o cafés, no nos queda más remedio
que charlar con los amigOs en el bar sobre fútbol, toros o mujeres, y
después cada uno que se pague lo suyo, que ya es bastante en estos
tiempos de crisis. Si no estás de acuerdo,
estudiaré encantado las críticas que tengas a bien enviarme a mi dirección.