Salvador es un jubilado de más de ochenta años que tiene un
delicado estado de salud. Paseando por la playa, junto a unas
palmeras como las de la portada, se encuentra a un señor de edad
indescriptible que le pide ayuda. Se la presta, y desde ese
momento los sucesos se suceden de modo vertiginoso, llevándonos
a muchas situaciones inesperadas.
A lo largo de más de 175 páginas viajamos a lugares lejanos y
cercanos del mundo moderno y posterior.
No se trata de un relato de ciencia ficción, sino en todo caso
de pseudo ciencia ficción, como verá el lector si lo sigue con
atención.
Cuando volví a ver a Sint, le planteé el problema:
—No tenías que habérselo contado a nadie.
—Ellos son discretos. No se lo dirán a
nadie.
—Aunque así sea. Corres un serio peligro
si alguien se entera.
—¿Por qué?
—Tengo enemigos. Hay muchas batallas en la
Tierra de las que vosotros no sois conscientes.
—¿Batallas? ¿Corremos peligro?
—No. No os afectan. Nunca veréis a ninguno
de los nuestros o de Los Otros. Pero no te contaré nada.
Cuanto menos sepas, menos peligro tendrás.
—Bien.
—Calla todo lo que yo te cuente. Será lo
mejor para ti.
—Vale. Me inventaré una historia.
—Si cambias de identidad cada dos o tres
décadas estará bien.
—Supongo que seguiré siendo tu contacto en
la Tierra.
—Así es. Pero hay otro eterno en tu
planeta.
—¿Otro?
—Otra. Se trata de una mujer. No te diré
quién es, y a ella ni siquiera le diré que tú existes. Es un
proyecto que estamos controlando.
—¿Y por qué no me dices quién es? ¿Tienes
miedo de que nos enrollemos y tengamos descendencia eterna?
—No creo que la tengáis. En los dos casos
vuestros dones han sido adquiridos, no natos. Lo más probable
es que vuestros hijos sean normales,
de vida corta, centenarios.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Ella tiene una misión diferente de la
tuya. Podríais interferir la una en la otra. Lo más probable
es que la unificarais en una tercera que no nos serviría.
—Una misión… No me has dicho cuál es.
—No. Eso lo tendrás que averiguar tú. Ella
tampoco conoce la suya.
—Ajá… Cuánto secreto… Oye, tengo una
pregunta que hacerte.
—Espero poder satisfacer tu curiosidad.
Dime.
—¿Yo puedo tener hijos de una mujer normal
que tengan de nacimiento los dos dones que me diste?
—No creo. Nunca se ha dado el caso, aunque
cada raza animal es diferente. No digo que sea imposible o no.
Has de estar preparado para ambos casos.
—Bueno, Fabián no es eterno… Otro que se
me muere.
—No te quejes. ¿Habrías preferido que hace
ciento sesenta y siete años te hubieran llorado ellos a ti?
—No, la verdad es que no. Lamento haber
sonado ingrato. Ser eterno me ha regalado la familia francesa.
—Tú tienes la suerte de poder hacer
felices a todos tus descendientes. No lo olvides.
¿Dónde estaban los de mi primera vida?
—Te daré otro don. Será el último.
—Muchas gracias. ¿Cuál será?
—Este.
Me apuntó con la consabida caja de zapatos y de allí salió
un rayo de luz, esta vez violeta, que me invadió de cabeza a
los pies. Duró apenas diez segundos. Sentí un estado de
felicidad infinita. Me sentí muy bien cuando se apagó.
—Ya está.
—Me siento bien —dije. —¿En qué consiste?
—Mira mis labios —dijo.
—Los miro. ¿Qué?
—Que no los estoy moviendo.
Anda, es verdad. ¿Telepatía?
Parcial. Si la otra persona no quiere, no le podrás leer
la mente. La ventaja es que no sabrá que se la estás
leyendo, y por eso no podrá oponerse. Si te encuentras algún
telépata, en cambio, sí que podrás bloquear tus
pensamientos.
—Estupendo.
Ya no hace falta que me hables
—Pero lo prefiero.
Hay un don asociado a este con el que tienes que tener
cuidado. No es otro don, es un efecto secundario de este.
—¿Ah, sí? ¿En qué consiste?
—Te has sentido feliz, ¿verdad?
—Sí, claro.
—Porque yo estoy feliz. Estoy orgulloso de
ti.
—¿Empatía?
—Eso mismo.
—¿Y no lo puedo bloquear?
—Puedes, sí. A pesar de la fortaleza de la
mente. Pero ya te digo que no siempre vas a poder hacerlo. Hay
gente que bloquea sus pensamientos de forma natural. Cómo
vencer esas barreras es algo que tendrás que descubrir tú por
tu cuenta, si bien algunas barreras son más difíciles de
salvar que otras. Encontrarás algunas que serán imposibles de
salvar, o casi.
Y dicho todo esto, Sint se metió en su máquina, que se fue
haciendo transparente hasta que se disolvió en el aire.
Allí
me
quedé yo, mirando aquellas palmeras que eran más
antiguas que yo. Siglo tras siglo las había visto yo
allí. Las mismas tres. Algo más allá había más, todo un
palmeral. Pero en el frente del mismo estaban estas
tres, una crecía recta hacia arriba, y las otras dos con
un ángulo de 15º en diferentes direcciones. ¿Era aquello
un mensaje oculto de Sint? ¿Éramos tres en lugar de dos
eternos,
como él nos llamó? Antes de irse me dijo que la eterna
estaba en un país lejano, pero no me dijo en qué
dirección, ni qué país era. También me dijo que su
objetivo era diferente del mío. Pensé en buscarla, pero
me dijo que no tenía objeto. ¿Para qué? Si me la
encontraba, ¿viviría con ella? ¿Nos enrollaríamos?
¿Tendríamos hijos eternos? La verdad, eso destruiría su
experimento, cualquiera que fuese.
No, mi objetivo lo tenía yo muy claro: vivir, adquirir
experiencias para contárselas a Sint. Ahora lo veía claro. Y
no olvidarme de mi familia.