Puede que haya un pequeño Gunmersindo dentro de cada uno de nosotros, pues todos (estoy convencido), tenemos un don que quizá no apreciemos o no sepamos utilizar, pero que si lo descubrimos y lo explotamos, se puede convertir en un súper poder.
No obstante, todo poder conlleva una responsabilidad, como aprende Gunmersindo por las malas a los catorce años, y luego va observándolo en su segunda década en varias ocasiones. Debido a su cultura y educación no le faltan sólidos planteamientos morales y cívicos, y eso le hace poder evitar convertirse en un súper héroe marveliano, o en una persona malvada, soberbia y avariciosa, pues nada tiene cuando nace, nada tiene cuando se va de un lugar a otro, o al Más Allá en su último segundo. Su equipaje siempre le cabe en los bolsillos, que no van llenos de otra cosa que de ilusión y de bonhomía.
A lo largo de esta narración se va encontrando con gente buena y menos buena, y a todos sabe darles respuesta adecuada, aunque a veces nos parezca que se equivoca. Bien pensado, su capacidad de vibrar con el corazón de los demás siempre se adapta a cada uno, y a cada uno da lo que necesita para sentirse en paz.
Gunmersindo en realidad no es un héroe ni un antihéroe. Pero quizá sí es lo que ustedes y yo querríamos ser, si el cáncer del materialismo no nos atenazase desde que nacemos hasta que morimos.
Este es el índice:Gunmersindo nunca usaba el dinero para nada porque tenía un don que ustedes quizá consideren un súper poder: la Persuasión. Sí, lo pongo en mayúscula porque en todo el mundo sólo lo tenía él. Ustedes y yo podemos convencer a algunas personas de algo, pero a otras no, por mucho que lo intentemos. Es lo normal, porque ustedes y yo podemos ser convincentes, persuasivos dentro de ciertos límites, a costa de utilizar argumentos más o menos razonables. Pero a Gunmer no: a él le bastaba abrir la boca y pedir algo para que la gente se lo concediera.
Empezó desde su más tierna infancia cuando, harto de llorar sin que le hiciera caso nadie, cuando contaba sólo unos meses de edad dijo:
—Teta.
Y su mamá, henchida de gozo porque su niño ya hablaba, le dio teta.
Lo malo es que el niño sólo dijo esa palabra durante muchos meses, siendo un excelente ejemplo de la economía del lenguaje. Si me entienden, ¿para qué más?
Pero un buen día se ve que estaba ya cansado de la dieta exclusivamente láctea, y dijo a su mamá:
—Teta no.
Como es natural, su madre se quedó un rato sin comprender. Viéndolo el niño, le amplió el discurso:
—Pan.
Pero no tenía aún dientes para romper el pan en la boca, y no le gustó la experiencia, así que elaboró una frase mucho más complicada:
—Pan no. Teta.
A medida que fue creciendo decía sólo las palabras que necesitaba. Del flujo lingüístico que había en su casa entre su padre y su madre, que tampoco era tan caudaloso, extraía lo que le hacía falta, y desechaba lo que no. Las cosas de mayores no le parecían de interés, ocupado él en crecer y fortalecerse, que es lo que los niños de esa edad hacen.
Su madre le hablaba mucho, con la esperanza de que su hijo fuese precoz y hablase mucho, pues no en vano había dicho su primera palabra cuando los otros niños lo único que hacen es berrear y chupar. Poco a poco, los esfuerzos de la buena mujer fueron coronados por el éxito, y a la edad en que todos los niños ya comienzan a hablar, el suyo también dominaba cierto vocabulario y algunas fórmulas de la sintaxis, que había aprendido de su progenitora a base de mucho esfuerzo y paciencia por parte de ella. Más o menos cuando tenía cinco años ya hablaba casi de corrido.
Así, un buen día sorprendió a su mamá con una pregunta inusitada:
La buena mujer lo discutió aquella noche con su marido. El buen hombre intentó hacer razonar a su hijo:
El buen hombre miró a su mujer con cara de sufrimiento. Después de que ella le asintiera con un gesto de resignación, el pobre suspiró y le dijo:
El niño eso no lo entendía muy bien. Pero si dijo que cuando fuera mayor sí iba a entenderlo, sobre todo si iba al colegio desde el año que viene.
Durante todo aquel año Gunmersindo estuvo jugando con con las ranas, las llamas, los perros, y los niños de sus vecinos que todavía no iban al colegio ni ayudaban a sus papás en el campo, que eran cuatro, porque donde ellos vivían no era ni un caserío, sino casas desperdigadas en medio de campos de labor, cada una de las cuales estaba a varios cientos de metros de la más próxima. Siempre estaba con Alaya y Atau, a los que llevaba uno y dos años de edad, respectivamente. Este era muy dulce, el más pequeño, pero Alaya era muy travieso, y siempre le estaba haciendo cosas a las ranas y gastando bromas a los mayores y a los otros niños. A Gunmer le hacían gracia las ocurrencias de Alaya, pero un buen día a él le riñeron los mayores porque él era el mayor de los tres y tenía que controlar a los pequeños para que no se metieran en problemas. Entonces usó su don sin saberlo:
Aquel día Gunmer descubrió que no sólo sus padres hacían lo que él quería, sino sus amiguitos también.
El pobre niño de tres años se afanó intentando coger al insecto volador, que se le escurría siempre de entre los dedos. Gunmersindo se compadeció del pequeño, y le dijo:
Entonces Gunmersindo hizo otro descubrimiento aún más asombroso. Extendió su mano, y le dijo a la mariposa:
El insecto cambió el rumbo de su vuelo y fue a posarse en la mano de Gunmersindo. Este la acercó a Atau, y le dijo:
El pequeño vio como la hermosa mariposa caminaba de la mano de su amigo a la suya, y se quedó en el centro de su manita.
—Es bonita, ¿verdad?Pero aunque Atau movía su manita hacia arriba y hacia abajo, haciendo que el viento moviese un poco las alas de la mariposa, esta no se iba.
Entonces Gunmersindo le dijo:
—Vete.
Y la mariposa alzó el vuelo, que siguieron ambos niños con la vista hasta que se perdió detrás de los árboles.
Escrito en Perú de abril a julio de 2018, fue publicado el 10 de noviembre. Feliz lectura.