Jesús Ángel.
Escrita entre 2017 y 2018, esta novela está dedicada a los que no se creen todo lo que ven. Es la historia de un hombre que consigue meterse tan dentro de su propia esencia, que le supedita todo su ser, y desde entonces la vida se le presenta de otra manera, dotándole de un poder como nunca se conoció otro igual, pero que a pesar de ello no lo utiliza para nada, excepto hacer el bien a quien él considera que lo necesita, a lo largo de mucho tiempo.
Este es el contenido:
Yo soy Hluch, de la tribu Canta a la Piedra. He tenido una larga vida, llena de ilusiones y decepciones, pero no me canso. Sigo queriendo más. Mi cuerpo no se cansa porque se recicla de vez en cuando.
En el origen del tiempo yo era chamán, aconsejaba a los guerreros y a los jefes de mi tribu, a los que se dejaban aconsejar, claro. No todos lo hacían, y así les iba. Finalmente reconocían que me deberían haber hecho caso, porque la sabiduría de los chamanes es infinita. O al menos así les parecía a ellos, que se apresuraban a actuar sin pensar.
Ser chamán no es fácil. Hay que saber qué hierbas nos llevan al estado mental y anímico necesario para conectar con los dioses y así poderles preguntar y ser respondidos. Ellos a veces son crueles y burlones, pero si a pesar de eso se les trata con respeto y veneración acaban accediendo a responder con veracidad y sin parábolas confusas.
Hace mucho tiempo que aprendí a pensar con coherencia y, sobre todo, a dejar de pensar, evitando todo tipo de pensamientos propios y ajenos y dejándolos morir, sin siquiera verlos venir y marcharse. Tendemos a pensar que los pensamientos son propios, pero en realidad todo es un reciclado de lo que han pensado otras personas... El secreto consiste en aprender a estar solo consigo mismo, y con el tiempo sin uno mismo, porque mi esencia soy yo solo, para ser consciente de ella he de ignorarme a mí mismo, una vez que he conseguido ignorar a todos los demás.
Fue un día nublado, gris, y algo frío, cuando de pronto dejé de verme al desaparecer en mí mismo. Todos los átomos de mi cuerpo desaparecieron de pronto, como si por arte de magia la materia de mi cuerpo dejase de estar allí, junto al río más largo que había visto en toda mi vida. Y sin embargo, yo sabía que estaba allí. Yo me sentía, veía el río, oía su rumor contra la rivera, el canto de los pájaros, los gritos de los niños que jugaban y corrían por los límites de la aldea bajo la complaciente mirada de sus madres. Me convencí de que yo ya no estaba allí cuando un niño corrió en mi dirección y su mamá corrió en pos de él, pues no los dejábamos salir de la aldea porque había lobos sueltos en la zona. El niño corrió unos momentos antes de que su madre lo agarrara por un brazo y se lo llevase de vuelta a casa. Seguramente lo castigaría a no salir de allí durante un tiempo. Tanto al salir de la aldea como al volver andando, ambos pasaron por donde yo estaba, a través de donde debería estar mi cuerpo... Sólo que mi cuerpo ya no estaba allí. Estaba yo, pero no mi cuerpo, sólo mi esencia.
¿Podría mi esencia existir sin mi cuerpo, sin nada que la alimentase?