Es una novela de aventura en ambos sentidos de la palabra. Una periodista se une a la policía para detener a un peligroso ladrón, para lo cual tendrá que embaucarle.
Presentamos un fragmento del primero de sus tres capítulos.
[...] El pobre
tenía razón, días anteriores me había encomendado una misión especial.
Una de esas misiones con que sueña toda periodista que se precie, de
esas que te lanzan al estrellato dentro de la profesión. Se trataba de
obtener información sobre un presunto contrabandista de arte, y mi
jefe confió en mi experiencia y en mi físico como un arma letal.
Había puesto a toda la central patas arriba para que pudiera
infiltrarme en la investigación. La inversión realizada había sido una
ruina para el periódico, pero el beneficio obtenido, mediante los
reportajes y aumento de popularidad y por lo tanto de los precios de
publicidad en nuestro periódico iba a ser más que teórico, y él
confiaba en mí, en que realizaría la misión en lo mejor de mi leal
saber y entender. Lo que no sabía es que una mujer tiene otras
prioridades, y hay cosas en la vida que sólo se ven una vez. Pero
sigamos el discurso de los eventos acaecidos:
—Tu personaje es muy sencillo,
preciosa. Tienes que ser una clienta del hotel. Todo está
dispuesto para que la habitación donde te hospedes sea la contigua
del presunto ladrón.
El comisario hablaba muy
sereno y confiado. Las instrucciones parecían bastantes sencillas
y tremendamente estudiadas.
—Ten en cuenta que nosotros
no estamos de acuerdo con esto. Es una misión demasiado arriesgada para
ti. Pero tu jefe, — le echó una mirada asesina a Carlos, — ha
conseguido de alguna manera, hacerte partícipe.
—He sido reportera en lugares
más peligrosos.— Crucé mis piernas mientras mi espalda se acomodaba en
el sofá de cuero negro. No me pasó inadvertida la mirada concupiscente
del comisario, a pesar de ser un abuelete que ya no iba a cumplir lo
sesenta. Era un caballero, no obstante, por lo que sólo yo fui
consciente de lo que le apetecería hacer en ese momento si no fuese
policía, si no fuese un caballero, y si no estuviese obsesionado con
meter en la cárcel a ese famoso delincuente internacional.
— No le engañe esta imagen
angelical que mis padres me brindaron, señor comisario. Soy tan dura
como el mejor de sus hombres. Puede que no tenga la profesionalidad de
un policía, pero tengo la persistencia de un San Bernardo y el olfato
de un sabueso. La investigación es un don para mí. Y estoy segura que
no fallaré. Mi jefe me ha dado toda la información relevante desde hace
meses. Sé dónde come, dónde pasea, qué cigarrillos fuma…, ¡hasta su
bebida preferida, su cantante preferida, su marca de condones, y cuál
es su tic más característico! (Aquí no pude dejar de repetirlo: meneé la
nariz hacia ambos lados, como hacía Samantha, la bruja de Me casé con
una bruja). He coincido con él en varios acontecimientos culturales y
deportivos, y reconocería su voz y su figura entre una gran multitud.
—No dudo de tu preparación.
Pero en casos como estos, tenemos que controlar todas las variables
posibles. Llevamos mucho tiempo intentando atrapar a este ladrón de
guante blanco, pero al final, termina escapándose. No es usted la
primera mujer que ofrecemos como anzuelo. Seduce a sus seductoras.
—¿Cuántas mujeres? —Me incorporé del sofá.
—Que yo sepa, siete. Pero todas fracasaron, ¡y no lo entendemos!
—¿Todas policías? –Mi rostro se clavó en el comisario.
—Sí, todas eran agentes de la
ley, pero físicamente eran mujeres muy atractivas. Aunque sabemos de
buena tinta que no se fijó en ninguna. Hemos pensado que nuestro ladrón
podría tener otras alternativas sexuales.
—¿Piensan que es homosexual?
–, dije con asombro incrédulo. Conocía a aquel tipo y tenía una forma
de taladrar a las chicas que le gustaban que no tenía nada de gay. Por
eso no pude reprimir una risotada que no les hizo mucha gracia a
aquellos agentes del orden bragados en una y mil aventuras con
delincuentes zafios y brutos. Por eso se eles escapaba esta sutil
sombra de entre las manos una y otra vez. Por eso me necestiaban a mí,
una periodista con ángel y a la la vez la lascivia para parar a un tren.
—Señorita, nosotros sopesamos todas las alternativas.
—Pero no han tenido en cuenta
la más genérica: el sexo. Una fea con intención mueve lo que una
belleza sosa y corporativa deja inmune. Lo siento, capitán, pero usted
no me comprende. Usted quiere atraparlo, ¿verdad? Pues no le asuste.
Atráigalo a su tela de araña. Eso es lo que yo pretendo. Yo soy el
cebo. Y sus hombres tienen que entrar cuando yo les diga la palabra
clave: colibrí. En la frase que sea.
—¿Colibrí? ¿Y cómo va usted a hacer hablar a ese hombre de ornitología, si se puede saber?
—¿Qué sabe usted de los hábitos de apareamiento de los colibríes, capitán?
—Pues yo, la verdad, no sé qué demonios pinta ese tema tan raro en esta investigación policial...
—¡Cómo! ¿Acaso no sabe usted
que los colibríes se aparean cuando han terminado su baile nupcial en
que vuelan hacia atrás y hacia adelante, tocándose los picos con unos y
otros individuos del otro sexo, y luego se aparean con el que les da la
respuesta más favorable? Los colibríes no se parecen a los humanos,
inspector, porque siempre hacen lo que les conviene, y no compiten por
la hembra. Cada uno sabe cuál es la más adecuada para ellos.
—¿Y eso que me está contando es verdad? ¿Lo ha estudiado en algún sitio, señorita?
—Pues no, capitán. La respuesta es no a ambas preguntas. Pero he conseguido lo que pretendía demostrar.
—¡Ah, sí? ¿Y de qué se trataba?, pues me confunde usted, señorita.
—Pues que hasta un bragado
capitán de la policía federal como usted acaba hablando del colibrí si
yo me lo propongo, y no lo lamenta ni lo cuestiona. ¿Acierto?
Ahora fue el capitán el que estalló en una fuerte carcajada...
—Es usted tremenda, señorita.
Sí, me ha convencido. Es usted nuestra mujer. Bueno, o nuestro hombre,
o..., joder yo qué sé, pero sí, es usted lo que necesitamos para mandar
a ese robaperas al cuarto obscuro. Pero en fin, usted y su jefe están
involucrados en esto. Deben ser precavidos. La reserva del hotel está a
nombre de “Rita Smith”.
—Tranquilo, —dijo mi jefe,— todo está en buenas manos, confío en ella como si fuese yo mismo quien realiza el trabajo.
—No, si ya lo veo, ya. Ella es nuestro hombre.
Si le ha gustado el fragmento, puede leer el libro completo en formato electrónico, y quizá en un futuro en papel, como informaré aquí en el momento oportuno.
Si quiere, puede escribirme para decirme su opinión sincera de este libro, tanto si es positiva como, sobre todo, si es negativa.