Desencuentros
Esta novela fue escrita
capítulo a capítulo por cada uno de los dos autores que la firmamos.
Cuando uno de nosotros daba por finalizado el capítulo, con la
extensión que eligiese, se lo comunicaba al otro para que hiciera el
suyo, que a su vez retomaba el primero una y otra vez hasta que
consensuamos el final. Fueron unos meses de trabajo compartido muy
interesantes, pues fuimos unificando criterios y géneros,
habiéndonos quedado una obra bastante digna, a mi juicio. Es la segunda
novela que escribí a medias con otro autor. En este caso se trató de
una joven granadina que prefiere salvaguardar su identidad bajo el
pseudónimo de La Dama.
Esta historia trata de
los encuentros, pero sobre todo de los desencuentros de un grupo de
altos cargos ejecutivos que trabajan para un conglomerado de empresas,
y nos revela sus amores, sus temores y sus sinsabores, aunque tras
serios avatares de la vida las cosas parecen resolverse al final, pues
como dice el célebre adagio Dios
aprieta, pero nunca ahoga.
El fragmento que os
ofrecemos es la segunda parte, de cuatro, del capítulo 20, que es el
penúltimo de la obra.
—Pobrecita—, le dijo Elisenda cuando se lo estaba
contando —Y tú lo pasarías mal.
—Bueno, al menos no se enteró de que no era la
segunda, sino la tercera.
—¿Y ahora qué vas a hacer con tu vida, Israel?
—He aclarado todo con Ana. Ella está muy dolida con
la falta de su Diego, y sabe que hay alguien más en mi vida. Ya hablaré
claro con ella. Le he dicho que me voy a ir quince días de vacaciones.
—¿No te la vas a llevar?
—Sería un poco raro llevaros a las dos, ¿no?
—¿A mí también? Me sabe mal. Ella es tu mujer.
—Es mi esposa, pero era la mujer de Diego desde que
se conocieron. Yo me limito a ejercer de padre del hijo de Diego. No
tiene nada que echarme en cara.
—¿No te acuestas con ella?
—Todas las noches.
—Pero..., ¿hacéis el amor?
—Alguna vez lo hemos hecho, pero no por sistema.
—Vaya, eso no me lo esperaba. ¿No tienes bastante
conmigo?
—Sí, yo sí. Pero ella no. Hay cosas que se necesitan
somáticamente.
—Qué buena persona eres. Le haces el amor para que no
se ponga de los nervios, ¿no?
—Elisenda, parece mentira que precisamente tú me
digas eso. Estar sin hacer el amor no es sano. Funcionamos mejor si de
vez en cuando lo hacemos. Y ella no es una excepción. Y prefiero
atenderla yo, que al fin y al cabo soy su marido, a que meta en su vida
a otro extraño que la pueda tratar mal.
—Eso es de una lógica aplastante. Pero ella sabe que
hay otra mujer en tu vida.
—Le dije que tenía dos.
—¿Le hablaste de Joan?
—No. No le he hablado de ninguna de vosotras dos.
Pero le he dado a entender, por la vía de los hechos, que ella es la
segunda mujer de mi vida. Que hay otras.
Elisenda perdió el resuello ante semejante confesión.
—¿Le has dicho a tu mujer que una de las otras es la mujer de tu vida?—Rapanui es
el nombre en el idioma nativo. En español se llama Isla de Pascua. Es
la misma isla.
—¡Serás melón!
—¿No te gustaría conocerla?
—Toda la vida he sentido curiosidad por esa
isla, y ahora por fin la voy a descubrir contigo. ¿Es muy grande?
—No, apenas 160 kilómetros cuadrados.
—¿Sólo? ¿Y qué vamos a hacer quince días allí?
—Aburrirnos, pasear, charlar, pelearnos, si quieres.
—Tonto.
—También podemos pasar tres o cuatro días en Santiago
de Chile. Y andarnos la isla varias veces. Desconectar por completo de
los negocios. Todo el día con un cubata en la mano, y palabras de amor
en los labios.
—No sé, creo que deberías ir allí con tu mujer y con
tu hijo. Me da cosa irme contigo y que se quede sola en casa.
—Queda con su hijo. Tú tranquila, no le hace falta
más. Además, nos hemos hecho amigos. Somos más amigos que nunca.
—Pues por eso quizá deberíais volver.
—¿Y me lo dices tú precisamente?
—Sí. No me importa ser la otra siempre.
—Eres la otra sólo nominalmente. En la realidad la
otra es ella. Y lo sabes. Elisenda, yo te quiero. A ella la quiero,
pero como una amiga. No es lo que parece. Es exactamente al revés de lo
que parece: vivo con mi amante esporádica, y me veo a escondidas con mi
verdadero amor, que eres tú.
Aquello tocó el corazón de Elisenda. Le dio un beso
tierno a este hombre que se lo había estado ganando desde hacía ya
largo rato.
—¿Cómo se lo has dicho a tu esposa?
—Le he dicho que me iré a los mares del sur a pasar
quince días.
—¿No ha dicho que quería ir contigo?
—No. Ana tiene pánico al avión. Me ha preguntado que
si voy a ir solo, y le he dicho que no, que iría con una persona
especial para mí. ¿Cuán especial?, me ha preguntado, y yo le he dicho
que es una persona con la que tengo una relación sentimental. ¿Te
acuestas con ella? Sí, le he dicho, y llevo meses haciéndolo. Es una
persona, le dije, que
siempre ha estado detrás de mí apoyándome en los momentos más amargos
que he tenido. ¿Y por qué?, me preguntó, ¿no te divorcias de mí y te
casas con ella? Porque, le dije, tú eres la madre de mi hijo, y
mi hijo no va a crecer sin padre. Que sus padres no se quieren es un
hecho, pero sería irresponsable que él se enterase alguna vez. Si tú
quieres ayudarme a aparentar que somos una familia feliz, lo
conseguiremos. Por tu hijo, que es el mío. Pero, me dijo, sabes de
sobra que no es tuyo, que es hijo de Diego. No, le dije yo, ese es el
hijo de mi corazón. Yo le he adoptado aquí, le dije tocándome el pecho,
como si fuera mío, porque es tuyo y yo te quiero, aunque no sea como
antes. Sí, le interrumpí cuando iba a decir algo, ya sé que lo que
tenemos ahora es una sombra de lo que había antes, pero lo de ahora es
real, y es más templado, más sereno, más duradero. Y ella estuvo de
acuerdo. Le dije que nos íbamos a Rapanui, y a pesar de que ella
tampoco sabía dónde estaba eso, me deseó que tuviera un buen viaje y
que fuera feliz.
Si le ha gustado el fragmento, puede leer el libro completo en formato electrónico, y quizá en un futuro en papel, como informaré aquí en el momento oportuno, aunque el precio será sensiblemente mayor.
Si quiere, puede escribirme para decirme su opinión sincera de este libro, tanto si es positiva como, sobre todo, si es negativa.