Es mi última incursión en el terreno de los relatos románticos, con amores no correspondidos, situaciones cotidianas, pero no por ello menos imprevistas, menos dulces, menos duras, ni menos cercanas a nosotros, si bien es cierto que a unos más que a otros.
Publicado en formato digital hace unos meses, acabo de publicarlo también en papel en otra editorial, siendo los precios respectivos $1 y $6.47 (más gastos de envío), respectivamente.
Este es el índice:Amor ajeno
Había sido en una fiesta en que se había colado con su amigo Scott. Este era otro escritor al que había conocido cuando le había visto dejar su libro favorito, Lo que el viento se llevó, en un lugar público para que alguien lo leyese y lo pasase a su vez a otra persona. Al no poder alcanzarlo, examinó el libro y vio que al final había una nota en que se rogaba leer todo el libro, y luego apuntar el nombre y dirección electrónica al final de la lista que figuraba a continuación, y después dejarlo en un lugar público para que lo leyese más gente. Aquel libro lo habían leído ya doscientas personas. Sí, él había visto la película de Vivien Leigh y Cary Grant, pero nunca supuso que el libro estuviese tan bien escrito, y le gustara tanto. Lo había comenzado a leer por curiosidad, sentándose en un banco del parque, y tras las primeras líneas decidió sumergirse en la interesante historia de Rhett y Scarlett, de Georgia y Atlanta, del Norte y del Sur, de lo mediocre y de la caballerosidad, de la industria y de la agricultura. No, no era una obra menor.
Cuando lo terminó de leer, días más tarde, lo dejó olvidado en el mismo banco del parque donde lo había comenzado a leer, una vez añadidos su nombre completo y dirección electrónica. Además, él escribió a Scott y quedaron para tomar café y discutir el libro de Margaret Mitchell. Así nació una amistad literaria, que poco a poco cristalizó en un club de escritores sin nombre.
Scott solía enterarse de recepciones, presentaciones de libros y otros eventos en que se daban bebidas y de comer gratis, y Jimmy le acompañaba más por diversión que por necesidad, pues su trabajo de guionista de televisión estaba francamente bien pagado. Eran cuatro ideas que tenía que respetar, y en lo demás era libre para plantear y resolver las situaciones más disparatadas que uno se podía imaginar. En una de aquellas recepciones, organizada por un partido político para recaudar fondos para su campaña electoral, la conoció. Era juguetona y le gustaba el dominio psicológico.
Jimmy se sintió avergonzado, sin saber por qué. Le señaló la bandeja en que había más.
Él se quedó mirando cómo aquella chica de pelo color cobre se alejaba. Era muy atractiva, vestía con elegancia ropa muy cara y zapatos de tacón de aguja que no le impedían caminar con majestuosidad y soltura.
Ella le miró con severidad, y luego, sin sonreír, le dijo:
Jimmy miró a la vieja. Esta debería haber sido muy bella cincuenta años antes, pero ahora estaba francamente decrépita, aunque conservase la dulzura de sus ojos y la coquetería en el vestir y en su peinado.
La pobre señora pensó que había oído mal, porque no entendió nada de lo que le dijo aquel joven tan apuesto.
Ella tomó a su hermano por el brazo y se lo llevó de allí.
Ella se soltó de su brazo y fue hacia un vejete que estaba contando algo muy gracioso en un corrilllo. Le dio una nalgada y apretón en el glúteo mientras le decía: World Astoria mañana a las 17:00, campeón.
Todos se quedaron callados de pronto, incluso Jimmy, que no tuvo tiempo de hacer de hermano protector porque enseguida apareció otro joven que se la llevó: yo.
Me tomó de la mano y dejamos allí al pobre Jimmy, que años más tarde me confesaría que se quedó muy corrido y sin saber qué hacer por primera vez en su vida.
Buenísima está la tal Elaine, pensó Jimmy. Y encima tiene novio: la vida es injusta.
Le contó lo que le acababa de pasar, y su amigo fue muy certero, aunque cruel:
Jimmy sabía que Scott estaba en lo cierto, pero al pobre Elaine le había entrado profundo, y no paraba de pensar en ella. Días más tarde sobornó a la recepcionista del hotel donde había tenido lugar el evento para que le diera el nombre, y luego contrató a un detective privado para que averiguara su teléfono y dirección, y luego se hizo el encontradizo varias veces, hasta que finalmente se atrevió a decirle:
Jimmy no supo qué decirle. El sí estaba enamorado de ella, pero no se atrevía a decírselo para no perder la posibilidad de verla de nuevo; temía que ella se asustase y se fuera...
El novio era yo, claro, y ahora entiendo aquellas llamadas desatendidas, y devueltas con tanto retraso: ella estaba con él, según vi más tarde, en un concierto, en una obra de teatro, en el cine, en un ballet, o en una conferencia. En los lugares en que tendría que haber estado ella conmigo, estaba con él. Pero es cierto que yo no la podía llevar a esos sitios con la frecuencia que ella querría debido a que sí era verdad que yo estaba trabajando, a pesar de las sospechas de ellos dos. Mantener un estatus alto en mi profesión supone no cometer errores, y no cometes errores cuando estás muy bien preparado, y te preparas estudiando mucho todos los días: lo que hacen otros, los precedentes, y las leyes mismas, que pueden cambiar todos los días, cuando el legislador de turno está aburrido... Pero esa dedicación no la comprenden los legos en leyes. Esos que luego te contratan y esperan de ti que les resuelvas todo, como si tuvieras la lámpara mágica de Aladino...
De una forma u otra, ellos dos se hicieron inseparables hasta que, tras una borrachera común se despertaron en un hotel de una ciudad desconocida desnudos y con señales evidentes haber estado teniendo sexo duro.
Él se sintió muy bien, pero ella tuvo un repentino sentimiento de culpa y de haberme sido desleal, infiel, sucia, y no quiso volver a verlo más.