Jesús Ángel.
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Cuentos aconvencionales.

    Los cuentos siguen ciertas convenciones en cuanto a la duración, tema y resolución, aunque no siempre. En estos doce cuentos yo he realizado alguna pequeña o no tan pequeña transgresión a lo que se considera que un cuento ha de tener o ser. Portada de "Cuentos aconvencionales", publicado el 20200629.

En realidad todos los cuentos son aconvencionales. ¿Cuál es la convención del cuento? Un cuento puede ser convencional porque trata un tema convencional como el amor, el matrimonio o cualquier otro aspecto de la vida cotidiana de modo convencional, o sea, presentando un planteamiento, una situación determinada, seguido de un nudo, o problema, y terminando con la resolución del mismo. Lo aconvencional puede surgir cuando se nos presenta un tema poco convencional, o que el nudo no exista o no esté claro, o que no se resuelva. O que la resolución quede tan abierta que no esté claro lo que ocurre y la solución no se entienda como única, y cada cual pueda interpretar una diferente.

Los cuentos que presento a continuación no son convencionales, como el que presento carente de personajes, Las nubes; o porque tratan de personas poco o nada convencionales, como Herminio, por ejemplo, que en La captura se encuentra en una situación inusitada; o Filomena, que en El padre de su amante se encuentra en la segunda parte de su vida lo que dio por perdido en la primera…; o El hombre bajito con mala leche, cuya identidad nunca llegamos a conocer, aunque sí sus actos, en el cuento HBML…; o bien porque a una persona convencional, como Rosalinda, le ocurre algo en modo alguno convencional en la cima de una montaña; o porque en El Rey aparece un monarca que sí le cogió la temperatura a los republicanos de su país; o el salto que da Humphrey en el cuento de ese nombre, El Salto; lo importantes que pueden llegar a ser las matemáticas; o quizá lo que menos convencional le parezca al lector sea el Epílogo, siempre y cuando no se haya perdido nada de lo que le antecede, claro.

Por todo ello es difícil presentar un cuento como ejemplo, porque cada uno de ellos es diferente de todos los demás. No obstante me he atrevido a presentarle al lector El santo por la sensibilidad que presenta su protagonista. Espero que el lector disfrute con su lectura.

El índice de esta pequeña obra es el siguiente:

    Presentación.
  1. El padre de su amante.
  2. La captura.
  3. HBML, o El hombre bajito con mala leche:
    1. Mariví.
    2. Adriana.
    3. Pepa.
    4. Zoe.
    5. Guadalupe.
    6. Petra.
    7. El chulo.
  4. ¿Quién sabe dónde?
  5. Las nubes.
  6. El rey:
    1. El contragolpe.
    2. ¡Viva la República!
    3. Gobierno, Estado, Nación
    4. El espíritu del 14 de febrero.
  7. El santo.
  8. Cosas que nunca dije a mi psicóloga.
  9. Patos.
  10. El salto.
  11. El teorema de Hussman.
  12. La curiosa historia de Santos y Santi:
    1. Encuentro.
    2. La nueva vida.
    3. Amargo despertar.
    4. La segunda visita.
    5. La inversión.
    6. La segunda generación.
    7. Fin.
  13. El cambio, o Un varón en el mundo de las mujeres:
    1. Claudia.
    2. Proteger y servir.
    3. Jan y Sabrina.
    4. Ella.
    5. Conclusión.
  14. De xenofobia a Filoxenia.
  15. Tinnitus.
  16. Epílogo.

El Santo

Hoy en día hay poca noticia de santos, o sea de hombres coherentes con su fe, que dan testimonio de ella a diario, y que están dispuestos a morir por ella. Ahora vivimos unos tiempos en que está de moda atacar a la Iglesia Católica y vejar a sus ministros porque, en general, sale gratis. Esos que no se atreven a atacar los dogmas o las personas musulmanas de cierto relieve no tienen inconveniente en blasfemar en público y ridiculizar la Religión Católica, pues sin duda toman por debilidad lo que es evidentemente su parte más fuerte y revolucionaria: el amor al enemigo. Efectivamente, es una religión de amor y no de odio, como las demás. Se le acusa de asesinar a inocentes por medio de la Inquisición en el pasado, olvidando que en realidad aquel era un tribunal político aunque estuviera regentado por la Orden de los Dominicos en Castilla y Aragón, y cuyas sentencias eran mucho más tenientes que las de los correspondientes tribunales civiles y que muchos siglos más tarde en la Unión Soviética se asesinó en un día a más gente que la Inquisición en toda su historia. Los que se llenan la boca acusando a la Inquisición como si hubiera sido ayer, dicen que lo de la URSS ocurrió hace mucho tiempo y que ya ha prescrito. ¿Hay mayor hipocresía? Y quien dice la URSS dice Lutero y Calvino, muy posteriores a la Inquisición (tres siglos más o menos) o los crímenes de Enrique VIII de Inglaterra, la Matanza de San Bartolomé en la Francia del siglo XVI, o los progroms rusos en el siglo 19 en sus territorios ocupados en Europa Central, por no hablar de las dos guerras mundiales y siguientes en el XX. O los asesinatos de los talibanes del Estado Islámico. Ninguno de ellos se distinguió por el amor a su enemigo, precisamente.

Pero el padre Samuel sí se distinguía por estar lleno de amor. En su pequeña parroquia de barrio decía misa todos los días tres veces: a las siete de la mañana, a las doce de mediodía y a las ocho de la tarde. Con gran unción leía las sagradas lecturas en una iglesia casi nunca llena, a veces totalmente vacía, pero fiel como un reloj allí estaba el padre Samuel todos los días de la semana, excepto los sábados y los domingos, en que intercalaba dos misas más: una a las diez de la mañana, y otra a las seis de la tarde. Los niños de la parroquia solían venir a ayudarle, había instruido a diez monaguillos para que la misa fuera un poco más atractiva y las madres fueran a ver la devoción con que sus hijos participaban en la santa ceremonia.

Hasta que algunos jóvenes del barrio decidieron afiliarse a un partido político de esos que prometen el paraíso en La Tierra y por lo tanto les incomodaba que el padre Samuel fuera tan convincente cuando predicaba que una buena vida llena de virtud y amor en este mundo aseguraba la felicidad eterna en el otro.

Y explotaron la vena del amor que tanto predicaba aquel santo varón. Al confesar a los jóvenes y a los niños aquel padre santo solía poner la mano sobre el hombro del confesando para acercarlo más a su oído, y eso le valió la acusación de pederastia en forma de rumor primero, y de denuncia en el juzgado después.

Las madres, asustadas, prohibieron a sus hijos que siguieran yendo a la iglesia a ayudar al cura. El juez, en cambio, sí oyó las alegaciones del pobre párroco, que considerando que todo ocurre con el conocimiento de Dios, y confiado en la Divina Providencia, acudió al juicio sin asistencia legal. El juez ordenó que se le atendiese de oficio, pero el abogado que le tocó era bastante gandul y algo laico (en este caso en realidad anti clerical, que era la moda entonces), y tras la pobre defensa y la artera acusación, se condenó al pobre cura a suspensión de empleo sueldo durante diez años, y cinco de cárcel por corrupción de menores. Todos los niños dijeron que nunca los había tocado el padre en la sacristía, pero los jovenzuelos envenenados de odio por la religión del amor juraron en falso en sede judicial afirmando que a ellos sí.

El pobre padre Samuel tuvo que acostumbrarse a convivir con asesinos, psicópatas, ladrones y pedófilos de los de verdad. Algunos lo miraban al principio con odio, pero la mayor parte de la población reclusa con la que convivió pronto aprendió a respetar a aquel pobre hombre mayor, corto de vista y de cabello blanco que siempre tenía un buen consejo y palabras de afecto para todos, pues a pesar de la sentencia del juez, aunque se le privaba del sueldo, el empleo de sacerdote se lleva puesto y se ejerce quiérase o no. No en vano don Samuel era sacerdote por vocación, y lo era 24 horas al día todos los del año. En una ocasión uno de aquellos maleantes le quiso agredir en el patio, y se le tiraron todos los demás encima, y no lo lincharon por la pronta actuación de los funcionarios de la prisión. Don Samuel se acercó al día siguiente a aquel desgraciado y le dijo que él le perdonaba. Y que si se quería arrepentir de algo, él estaba facultado para hacer que Dios le perdonase también, para siempre.

Aquel hombre, Servando, era uno de los que había jurado en falso años atrás para meter en la cárcel al prelado. En su lugar el obispo había enviado a otro que atendía a varias iglesias, por falta de vocaciones, y daba sólo una misa rápida a las siete de la mañana, que los domingos trasladaba a medio día, siempre sin monaguillos, y no se preocupaba de nada más: le resbalaba enseñar a los niños, y la labor social de don Samuel quedó en suspenso hasta que llegase otro sacerdote que se tomara más en serio su ministerio, y no estuviera allí sólo para tapar huecos. Sí, la parroquia echaba de menos a don Samuel, pero como él decía, todo sucedía por designio divino: a unos para probarlos, a otros para castigarlos.

Un buen día Servando le pidió confesión, y en lugar de enviarlo al capellán de la prisión, don Samuel accedió a los deseos del delincuente aquel. Se arrepentía de haber matado a su mujer, y del perjurio que le había causado tanto perjuicio al prelado. Este no le impuso la penitencia de decir la verdad a las autoridades, sino que le hizo rezar el Santo Rosario una vez, y un Avemaría todos los días durante una semana. Pero los otros internos descubrieron que Servando estaba allí por maltrato con resultado de muerte, y un buen día amaneció aquel pobre desdichado con varias puñaladas en el cuerpo. El padre Samuel llegó a tiempo de darle la extremaunción y perdonarle los pecados. Las últimas palabras de aquel miserable fueron:

Pero nadie había oído la confesión de aquel criminal, por lo que la sentencia del padre Samuel no se revisó. Él se hizo muy popular en la prisión, donde pasó de ser protegido de la mafia carcelaria a proteger él a todos con su bondad natural, y mediar en todos los conflictos que surgían entre los reclusos. A él le hacían caso todos por su autoridad moral y la bondad que irradiaba.

Hasta que un buen día aquel hombre santo no se levantó de la cama. Se había ido mientras dormía, con la sonrisa en los labios. Fue unas semanas después de irse Servando. Ya mi misión está cumplida, había escrito en su breviario el día en que aquel había muerto.

Meses más tarde uno de aquellos miserables perjuros se arrepintió y confesó a la policía que todo había sido una artimaña para atacar a la Iglesia Católica por motivos políticos, y su causa se revisó. Pero cuando llegó su rehabilitación el pobre padre llevaba meses muerto.

Los feligreses de su antigua parroquia reunieron dinero y trasladaron su cuerpo a una tumba bastante más decente que la que había tenido hasta entonces. En ella pusieron, debajo de su nombre, la leyenda: Un santo hecho de amor. Tus feligreses no te olvidan.

Pero hicieron más: llevaron su caso ante la Santa Sede junto con varios testimonios de curación de cánceres y COVID19 que habían sucedido de modo misterioso tras invocar su nombre, y así tres años después don Samuel pasó a ser San Samuel de San Esteban, en alusión a la parroquia que había trabajado durante cuarenta años, hasta que la insidia y mala voluntad política le habían hecho ir a ejercer su ministerio en la Prisión General del Estado.


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